Por Carlos Raimundi

Días atrás, en una cátedra de comunicación de la Universidad de Lomas de Zamora, me encontré en la necesidad de hacer un planteo académico, que, a su vez, no me alejara de mi punto de vista político. Y opté por una herramienta docente que es no dar nada por sentado, sino indagar.

¿Indagar qué? Indagarnos sobre algunos ejes conceptuales instalados por el discurso del poder, el discurso hegemónico, que deben ser desmontados uno por uno si queremos construir nuevos paradigmas desde los intereses del campo popular.

La batalla cultural en que está inmerso nuestro país y toda la región es una batalla contra-hegemónica. Hay todo un discurso político instalado por las clases dominantes en función de la preservación de sus intereses, esto es, en pocas palabras, la cristalización de una estructura social signada por la desigualdad.

Somos un país que tiene condiciones para el autoabastecimiento energético, y que a su vez produce alimentos para varias veces su población, donde no obstante persisten considerables bolsones de pobreza. Algo tienen que ver las clases dominantes, no sólo desde el punto de vista de su capacidad económica, sino desde su potencia para construir un sentido común mayoritario sobre diversos tópicos centrales.

Río Cuarto, 16 de mayo de 2015

Uno de los objetivos más buscados y mejor logrado históricamente por el discurso hegemónico del poder real ha sido el mantenerse oculto.

En consecuencia, uno de los mayores avances del campo popular en la ‘batalla cultural’ en la que estamos inmersos –y que el poder menos perdona- ha sido poner como un eje central de debate la disputa por el poder, visibilizar al poder, denunciarlo explícitamente.

El poder estuvo históricamente acostumbrado a manejar a los gobiernos, y al mismo tiempo ponerlos en el primer lugar de exposición ante la sociedad. Esto, de la mano de asociar política con ineficiencia y corrupción. De tal modo que, una vez agotado el veranito de ese gobierno o bien si se trata de un gobierno indócil frente a sus mandatos, la sociedad lo primero que estigmatiza es al gobierno y a la política, y los poderes reales –ocultos detrás de ese remanido y perverso recurso- se mantienen intactos para recomenzar el circuito.

Primera conclusión, reivindicar la centralidad que ha tomado en la agenda pública el debate sobre la disputa de poder. Esto incrementa sustancialmente la calidad del debate democrático.

El martes 29 de abril se realizó en el Salón de los Pasos Perdidos del Congreso de la Nación un homenaje a la Ley 26.199, que conmemora todos los 24 de abril como el “Día de Acción por la Tolerancia y el Respeto entre los pueblos” en conmemoración del genocidio de que fue víctima el pueblo armenio.

Compartimos las palabras del diputado Carlos Raimundi en el homenaje:

Señor Embajador, amigos del Consejo Nacional Armenio, querido Mario Nalpatian, querido amigo Pedro Mouratian, autoridades, colegas, y sobre todo a los y las estudiantes y jóvenes que están aquí, y que estaban en el acto central del día 24 en la sede de la Catedral.
Cuando finalmente, después de varios años, pudimos aprobar el proyecto, sentí cierta satisfacción, por varias razones.
La primera, porque logramos juntar en un mismo texto las intenciones de todos los espacios políticos. Expresamos una conciencia colectiva, trasversal. Sintetizamos un consenso, una política de Estado, en un país donde no abundan las políticas de Estado. Se trata de una ley que fue firmada por el presidente del bloque del PRO, por el ex gobernador Hermes Binner, por un ex ministro de la Alianza y por quien había sido recientemente Canciller, Rafael Bielsa, lo que demostraba el respaldo del entonces Presidente Néstor Kirchner.
La segunda razón, porque pudimos sortear las presiones que hacía reiteradamente el Estado turco a través de su embajador. Yo creo que en relaciones internacionales se debe actuar con mucha inteligencia, con mesura, y se deben saber contemplar los distintos intereses. Pero hay cosas que no se negocian. Algunos puntos fundamentales no pueden ser objeto de ninguna presión. Cuando está en juego un acontecimiento histórico que afectó a la condición humana, no hay negociación posible, no hay ninguna alternativa para escuchar ninguna presión. Hay que fijar posición, hay que plantar un mojón de conciencia, y recién a partir de allí se pueden conversar muchas cosas. Pero lo que no se debía hacer era negociar el objetivo político, de conciencia que teníamos al trabajar juntos el proyecto.
Tercero. Correlativamente con esto, no se pueden tener doble estándar sobre algunas cosas esenciales. No se puede reconocer a algunos holocaustos y a otros no. No se puede reconocer algunos genocidios y otros no. Y para nosotros se trata de algo muy especial porque también somos un país que sufrió un genocidio. Que ustedes me puedan decir que el número no es comparable, es cierto. Pero aquí no se juegan cuestiones de número. Aquí, un solo crimen es una tragedia en sí misma. La cantidad de veces que se repite esa tragedia no es lo que le da más o menos gravedad al hecho, sino que es el acontecimiento mismo lo que estamos condenando.
Otro motivo de satisfacción, de tranquilidad, de alivio, es que el proyecto jamás tuvo una intención revanchista, sino reparadora, de justicia, de cerrar un capítulo. 
Como fue señalado al aludir a los recientes ataques de Al Queda, todavía actúan organizaciones terroristas, que, paradójicamente, aparentan rebelarse y luchar contra los poderes vigentes, pero en verdad, son funcionales al endurecimiento del poder, a la guerra, al comercio de armas y a sus grandes negocios. 
Algunas de estas prácticas siguieron y siguen vigentes. No se las llamó “limpieza étnica”, pero vinieron “limpiezas ideológicas”, “limpiezas contra los inmigrantes”. Los muros y la legislación que penaliza la ayuda a los inmigrantes o el apartheid contra el Pueblo Palestino –donde estuve el año pasado- son prácticas actuales que atrasan siglos desde el punto de vista de la conciencia civilizatoria de la Humanidad. 
La jornada de reflexión que propone la ley 26.199 tiene un objetivo reparador y de memoria que se va transmitiendo -y esta es otra de las cosas que nos da esperanza—en las escuelas, de generación en generación. Cuando los otros días, en el acto central, veía al igual que aquí a todos los chicos y chicas, sentía que es el camino para mantener viva la memoria y la conciencia que garanticen la no reiteración.
Mantener la memoria no se refiere, pues, solamente al hecho histórico, sino al presente y al futuro.
Por eso me alegra ver a las y los jóvenes. Me surge naturalmente encontrarme a mí mismo siendo un joven. Y cuando uno es joven y asume un compromiso con lo político, con lo social, con lo colectivo, es porque siente como propia cualquier injusticia que se cometa contra otro Ser Humano, como lo sostenía el Che Guevara: “no creo que seamos parientes muy cercanos, pero si usted es capaz de temblar de indignación cada vez que se comete una injusticia en el mundo, comos compañeros, que es más importante”.
Por eso, no lo hacemos por otro, lo hacemos también por nosotros mismos, y lo vamos a seguir haciendo todas las veces que sea necesario. Por eso les agradezco, y hay que seguir adelante para sostener esto, hasta que se haga justicia, hasta que se repare, y hasta que la conciencia de la Humanidad, haga que no tengamos riesgo de que estas cosas puedan volver a pasar en el futuro.

Muchísimas gracias.




En la Embajada de Nicaragua en Buenos Aires, la anfitriona Embajadora Norma Moreno, recibió a diferentes personalidades del quehacer público nacional, con motivo de cumplirse el 80° aniversario de la muerte del General Augusto César Sandino, luchador de la emancipación latinoamericana e inspirador del histórico Frente Sandinista de Liberación Nacional, que hoy gobierna ese país hermano. Entre otros, estuvieron presentes Pablo Vilas, director de la Casa Patria Grande Néstor Kirchner; Dora Molina, presidenta del Comité de Solidaridad con Nicaragua; Pablo Ferreria, legislador de la Ciudad de Buenos Aires.

Estas fueron las palabras pronunciadas por Carlos Raimundi, que preside la comisión parlamentaria de amistad con Nicaragua:


Estar acá me da una alegría muy grande. Básicamente por la hegemonía cultural del poder, los argentinos nos hemos sentido históricamente ajenos al proceso latinoamericano, y más aún al proceso centroamericano. Por lo tanto se nota un cambio cultural muy profundo cuando uno siente como propio un homenaje como éste, al General Sandino, o cuando uno siente como propias las cosas que están pasando en Venezuela. Y no se trata sólo de una franja dirigente, politizada, ideologizada, sino que hay un enorme número de militantes y de ciudadanas y ciudadanos comunes que lo empiezan a sentir como propio. Yo creo que es por lo menos un principio de cambio de época muy importante que es la base para el resto de reformas y de profundizaciones que hay que lograr.