Carlos Raimundi en convención contra el Punto Final

Quien fuera dirigente de la Franja Morada allá en 1986 recuerda los días del Punto Final: tensiones con el presidente Raúl Alfonsín, pedidos desesperados para que no ceda. La bronca y la impotencia del paso atrás, al que siguió, finalmente, una asonada militar.


Principios de diciembre de 1986. Voy rumbo a un acto de la Junta Coordinadora Nacional en Neuquén. Escucho en la radio del auto que el presidente Alfonsín enviará al Congreso un proyecto de ley de punto final. Significa poner un límite de tiempo a las causas iniciadas con motivo del terrorismo de Estado, trascurrido el cual las víctimas, testigos y denunciantes perderán el derecho de recurrir a la justicia.

Los mandos militares presionan, no sólo para no ser juzgados, sino para desinstalar el tema de la agenda pública. El mismo presidente que, tres años antes, había tomado la decisión de juzgar a las Juntas, intenta ahora cerrar la cuestión.

Como en otros actos, yo terminaría mi mensaje con la estrofa de una poesía o de una canción. Esta vez no será "yo te invito a creerme cuando digo futuro", de Silvio Rodríguez, sino "cantamos porque el grito no es bastante, y no es bastante el llanto ni la bronca, cantamos porque creemos en la gente, y porque venceremos la derrota", de Zupay.

Mediados de diciembre. Reunión en Olivos de los dirigentes juveniles con el presidente, porque no podemos creer que tanta esperanza quede trunca. No desconocemos las dificultades; es que no compartimos el modo de vencerlas.

Intervención de Carlos Raimundi en el Taller de Economía Social, en el marco del III Congreso del Futuro, Santiago de Chile, 7 de enero de 2014.

El poder económico beneficiario de los sucesivos ciclos de ajuste en nuestro país, lejos de conformar alianzas sociales amplias, se fue angostando progresivamente hasta culminar en un vértice muy pequeño de grupos concentrados que se adueñaron de todo un aparato productivo otrora diversificado. Enlace a la primera parte: http://raimundi.com.ar/prensa/escrita/696-la-batalla-central-por-las-creencias


3. LA CONCENTRACIÓN NOS DEPOJA POR IGUAL

El poder económico beneficiario de los sucesivos ciclos de ajuste en nuestro país, lejos de conformar alianzas sociales amplias, se fue angostando progresivamente hasta culminar en un vértice muy pequeño de grupos concentrados que se adueñaron de todo un aparato productivo otrora diversificado. Fue en un número reducido de grupos económicos –trasnacionales y nacionales trasnacionalizados– en los que terminó de cristalizarse la estructura productiva, financiera, de comercialización y distribución, y los negocios de importación y exportación de bienes y servicios, que pasaron de la propiedad social en manos del Estado a las empresas privadas cuyos abusos todavía padecemos.

Según el último informe del Centro de Investigación CIGES, una sola empresa concentra el 80 por cientio de la producción de panificados; tres empresas producen el 78 por ciento de las galletitas; dos empresas concentran el 82 por ciento de la producción de cervezas; dos empresas elaboran el 79 por ciento de los fertilizantes; una sola firma fabrica el 85 por ciento del acero; una sola firma monopoliza el 100 por ciento del aluminio; una sola firma concentra el 93 por ciento de la producción de etileno; tres empresas dominan el 97 por ciento del mercado del cemento.

Por Julián Bruschtein

“A cambio de una ganancia de corto plazo ponen en riesgo la estabilidad de un modelo claramente productivo.” A la espera del comienzo de sesiones parlamentarias, el diputado de Nuevo Encuentro, Carlos Raimundi, apuntó directamente al corazón del sector financiero y los grupos de poder mediático. En diálogo con Página/12, los acusó de montar “un sistema de interpretación de la realidad” y aseguró que la disputa que se reflejó en la última corrida cambiaria se debió a que “en esta última década se está intentando cambiar la hegemonía”.

 –¿Cómo analiza la corrida cambiaria de la semana pasada?

 –De alguna manera, lo dijo la Presidenta en el último discurso. Ella habló de una Argentina sometida históricamente por los sectores dominantes, con algunos interregnos de gobiernos populares que en general fueron interrumpidos, en algunos casos por golpes militares y en otros por golpes económicos. Esta última década es más que un interregno, porque se está intentando cambiar la hegemonía. Desde luego que hay sectores que se han adueñado históricamente de las palancas económicas más importantes y las han manejado a su voluntad. Han construido un sistema de interpretación de la realidad y esto generó sectores sociales profundamente perjudicados por los sucesivos modelos de ajuste, por el modelo dominante, y que sin embargo recitan su mismo discurso.

 –Es decir que logran imprimir su discurso en la vida cotidiana de quienes fueron perjudicados por esos modelos de ajuste...

 –Es como el discurso del amo, pero recitado como propio en boca del esclavo. Creo que éste es uno de los puntos centrales de este momento, porque la Argentina no tiene, en su economía real ni en sus variables macroeconómicas, situación de crisis, ni cercana a una crisis. Hay superávit comercial, es decir que el Gobierno maneja las variables macroeconómicas. La construcción no está paralizada, el comercio se mueve. El problema tiene que ver con la hegemonía cultural más que con la hegemonía económica. Porque tenés un plan anticíclico como el Pro.Cre.Ar. El problema es que a cambio de una ganancia de corto plazo ponen en riesgo la estabilidad de un modelo claramente productivo.

Una de las cuestiones clave es la necesidad de vencer la separación histórica entre sectores populares y sectores medios. Pero no la única.


La hegemonía cultural del poder dominante. Cada proceso histórico es portador de una dinámica propia, a la que tanto George Hegel primero como más tarde Karl Marx en sus respectivos estudios del siglo XIX llamaron dialéctica. Sucedió precisamente a consecuencia de esa evolución dialéctica de la historia, la aparición y el ascenso de nuevos grupos sociales, que al principio cuestionaron el orden establecido, y con el tiempo se transformaron en actores y clases dominantes de un nuevo período histórico.

Ahora bien, el correlato práctico de esta visión conceptual de la historia ha sido, invariablemente, la desigualdad. Una brecha de desigualdad social acentuada hoy de tal manera, que la fortuna que acaparan las 85 familias más ricas del mundo es igual a los recursos de los 3500 millones de seres humanos más pobres. En los EE UU, por ejemplo, el 1% más rico acumuló el 95% del crecimiento posterior a la crisis de 2009, mientras el 90% de la población siguió empobreciéndose.

Como parte de este mismo proceso, nos encontramos frente a lo que Antonio Gramsci, ya en pleno siglo XX, denominara "hegemonía cultural". Esto significa que un sistema de acumulación desenfrenada tal como lo es el capitalismo, no se puede mantener sólo a través de la dominación económica, política o militar, es decir, por medio del simple uso o la amenaza del uso de la coerción. Las clases o sectores dominantes deben lograr cierta aceptación general de ese sistema que los favorece, a través del sistema religioso, el sistema educativo y las grandes cadenas de comunicación. E imponer así, al conjunto social, su propio sistema de significados a través del cual debe interpretarse la realidad: construir el "sentido común" a partir de sus propios intereses; hacer que sus propios intereses sean aceptados, naturalizados e identificados por el conjunto –esto es, por los propios perjudicados– como sinónimo del "interés general". Según Gramsci, la hegemonía involucra, pues, la base económica, la superestructura política y la superestructura espiritual.