Una de las cuestiones clave es la necesidad de vencer la separación histórica entre sectores populares y sectores medios. Pero no la única.


La hegemonía cultural del poder dominante. Cada proceso histórico es portador de una dinámica propia, a la que tanto George Hegel primero como más tarde Karl Marx en sus respectivos estudios del siglo XIX llamaron dialéctica. Sucedió precisamente a consecuencia de esa evolución dialéctica de la historia, la aparición y el ascenso de nuevos grupos sociales, que al principio cuestionaron el orden establecido, y con el tiempo se transformaron en actores y clases dominantes de un nuevo período histórico.

Ahora bien, el correlato práctico de esta visión conceptual de la historia ha sido, invariablemente, la desigualdad. Una brecha de desigualdad social acentuada hoy de tal manera, que la fortuna que acaparan las 85 familias más ricas del mundo es igual a los recursos de los 3500 millones de seres humanos más pobres. En los EE UU, por ejemplo, el 1% más rico acumuló el 95% del crecimiento posterior a la crisis de 2009, mientras el 90% de la población siguió empobreciéndose.

Como parte de este mismo proceso, nos encontramos frente a lo que Antonio Gramsci, ya en pleno siglo XX, denominara "hegemonía cultural". Esto significa que un sistema de acumulación desenfrenada tal como lo es el capitalismo, no se puede mantener sólo a través de la dominación económica, política o militar, es decir, por medio del simple uso o la amenaza del uso de la coerción. Las clases o sectores dominantes deben lograr cierta aceptación general de ese sistema que los favorece, a través del sistema religioso, el sistema educativo y las grandes cadenas de comunicación. E imponer así, al conjunto social, su propio sistema de significados a través del cual debe interpretarse la realidad: construir el "sentido común" a partir de sus propios intereses; hacer que sus propios intereses sean aceptados, naturalizados e identificados por el conjunto –esto es, por los propios perjudicados– como sinónimo del "interés general". Según Gramsci, la hegemonía involucra, pues, la base económica, la superestructura política y la superestructura espiritual.

Educa "para que los dominados conciban su sometimiento como natural". Disputa y vence no sólo en el terreno de la riqueza, sino fundamentalmente en el terreno de las creencias. Pasa de la hegemonía a la supremacía. La supremacía no es sólo dominio, es además dirección intelectual y moral. Y necesita para ello de lo que Gramsci llama los "intelectuales orgánicos", los "persuasores", que en el caso de la Argentina de nuestros días son los Pagni, los Morales Solá, y también los consultores y economistas ortodoxos que desfilan por los medios del sistema de poder.

2. Dos creencias profundas. Sectores medios y populares. Más allá de los conflictos coyunturales de interés y de las batalla mediáticas que se han ido sucediendo, y se sucederán en el futuro, lo que procuro en este resumen es indicar dos cuestiones sobre las que la "hegemonía cultural" del poder ha trabajado más estructuralmente, de modo de arraigarlas entre las creencias más profundas de una parte muy importante de nuestra sociedad, con prescindencia de su situación socioeconómica. El poder ha convertido estas creencias en "sentido común" a partir de sus propios intereses, de modo de neutralizar la capacidad de transformación de los sectores populares. Y es por eso que, para mantener ese orden establecido, ese status quo de supremacía económica y cultural, el poder resiste, rechaza y combate inescrupulosamente todo intento que hagan nuestras democracias para mover ese 'sentido común" de su estancamiento, llevarlo a una visión más crítica, someterlo a una interpelación por parte del pueblo desde sus intereses, y no desde los intereses del poder dominante.

Una de las batallas centrales, más profundas, a sostener por el campo popular en el terreno de las creencias, es la necesidad de vencer la separación histórica entre sectores populares y sectores medios, para construir una gran alianza social. En un país con el entramado social y productivo de la Argentina, sólo esta coalición social integrada por los sectores populares y los sectores medios es la que sería capaz de constituir un bloque de poder de una envergadura suficiente como para prevalecer por sobre los proyectos oligárquicos, que han edificado la estructura dependiente de nuestro país. Y que han interrumpido cíclica e invariablemente todo intento de reconstrucción de nuestro tejido social y productivo en pos de un desarrollo autónomo. Mucho más que en un impedimento de orden económico o en cualquier otra contradicción de intereses, la razón más profunda que ha impedido fortalecer esta coalición hay que indagarla en el campo de las creencias más arraigadas en nuestras capas medias. Aunque no sólo en ellas.

Históricamente, cada ciclo de políticas de ajuste ha perjudicado por igual a los sectores trabajadores más humildes y a los sectores medios. La última crisis, a principios del milenio, arrojó a la pobreza a vastas franjas sociales hasta entonces incluidas al sistema productivo y de trabajo.

El despojo de sus ahorros bancarios fue vivido por las capas medias con la misma disconformidad con que los sectores más humildes perdían su trabajo. Y esta convergencia se hizo sentir en aquella consigna de "piquete, cacerola, la lucha es una sola", e incluso intentó aglutinarse en asambleas barriales que no mucho tiempo después se desvanecerían debido a distintos motivos.

Pûblicado en Tiempo Argentino
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