*Nota de opinión de Carlos Raimundi

Durante una charla en el Centro Cultural Daniel Favero de La Plata, junto a Lucía García, de H.I.J.O.S. y al jurista y poeta Julián Axat, también hijo de desaparecidos, me preguntan sobre dónde quedó el empoderamiento de aquellos derechos reconquistados durante los doce años del kirchnerismo. Sin pretensión alguna de tener conmigo la verdad, ensayé la frase ‘ni esos derechos estaban tan consolidados como creíamos, ni hoy estamos tan desamparados como creemos. Hay un ciclo histórico abierto. Se inició una contracultura. Recién, Julián repitió varias veces la palabra lenguaje. Quiere decir que el hecho cultural está omnipresente; quiere decir, también, que algunos derechos fueron medidas de gobierno, pero no estuvieron suficientemente empoderados –para usar palabras de Cristina.

 

A cuarenta años del golpe, no me parece que haya que traspolarlo linealmente porque hay un genocidio de por medio, y en este momento no está sucediendo. En ese sentido, la diferencia es importante. Pero desde el punto de vista económico y social sobre la población, las consecuencias de aquel proyecto y del macrismo son las mismas. Desde cierto punto de vista, es un avance histórico el hecho de que hoy no haya un genocidio. Pero visto desde otro lado uno podría preguntarse: ¿cómo es posible que para aplicar planes que hace cuarenta años necesitaron matar tanta gente, hoy se lo haga con consenso? ¿Eso es un avance o un retroceso?

Entonces, uno remite inmediatamente al hecho cultural y contracultural. Y una contracultura, por lo que su propia denominación inspira, es la que rema contra la corriente. El poder tiene instalada una cantidad de valores, de slogans, de consignas, que con los años pasaron a formar parte del sentido común. Ellos no tienen por qué explicarlas, porque están instaladas. Está instalado que la corrupción es patrimonio de la política. El por qué no es ingenuo, sino que es para destruir a la política. Está instalado que uno si está en el Estado no trabaja, y todo para ir derribando los grandes símbolos de la reconstitución del tejido social, cultural y productivo que se intentó forjar en estos doce años.

Cuando uno intenta romper estos paradigmas le cuesta mucho más trabajo. Ellos, el poder real, no necesita tener un 6-7-8 ni un programa de radio como el de Mariana Moyano todos los sábados, o como el programa diario de Carlos Barragan, porque el poder real no tiene que explicar. A nosotros nos lleva muchísimo más trabajo. La derecha, se dio cuenta de que era muchísimo más costoso el golpe duro que el golpe blando, y el golpe blando se va metiendo desde lo cultural.

El dinero que la CIA utilizo para financiar los golpes de los años 70 es equivalente al que ahora utiliza para la financiación de ONGs para desestabilizar los gobiernos populares de América Latina. Una vía remplaza a la otra, pero ambas están llamadas a lograr el mismo objetivo. Lo que están haciendo es de manual, no es casualidad. Y es comparable a lo que ellos mismos llamaron “primavera árabe”, supuestas movilizaciones libertarias de sectores populares contra líderes también supuestamente autoritarios, cuando en realidad se trataba de destruir la estatalidad para apropiarse de sus recursos. Lo mismo que se busca en nuestro continente.

El día de la movilización opositora más imponente en Brasil, Folha de Sao Paulo sacó tres ediciones. La primera decía: multitudinaria marcha contra Dilma Russeff. La segunda decía contra Dilma, y contra Lula. Y la tercera edición decía: multitudinaria marcha contra Dilma, contra Lula, y a favor del juez Moro. Es decir que no solamente se intenta derrocar al gobierno, sino también de destruir la imagen de Lula, que hoy ganaría las elecciones, y además poner el recambio. Ante la inexistencia de liderazgo en el campo político opositor, buscar dentro del ‘partido judicial’; lo mismo que están pensando para Lorenzetti en la Argentina, si fracasaran las figuras del PJ light.

Y además, digamos que nosotros elegimos dar batalla contra las políticas neoliberales, precisamente desde el sistema institucional del liberalismo. Es decir, tratar de romper paradigmas históricos, económicos, culturales, políticos, jurídicos, sociales, instalados durante décadas, desde el propio sistema de reglas que históricamente los impuso.

Lo resumo en lo siguiente: cómo está instalado en la sociedad que la política no puede tener mandatos largos. ¿Por qué? Eso es lo que dice la constitución de los EEUU, que importamos como sistema institucional para aplicar una sociología completamente distinta de la sociología a la cual estaba destinado ese sistema. Muchísimas personas se escandalizan de que la política pueda prorrogar sus mandatos. Pero, en realidad, existe una mesa del poder efectivo donde está el Departamento de Estado, la cúpula de la iglesia, los bancos y las financieras, los medios de comunicación, las corporaciones económicas, todos ellos con políticas permanentes y conducciones que duran décadas. Y nadie se escandaliza por eso. Lo único que debe rotar cado dos o cuatro años es la política. Para que sea débil, para que no pueda interpelar al poder real de manera permanente, para que no pueda darle continuidad a las batallas culturales. Por eso creo que cuando nosotros volvamos, y creo que va a ser más pronto que tarde debido al desgaste prematuro del actual gobierno, vamos a tener que tomar medidas mucho más profundas que las que se tomaron, tanto desde el punto de vista institucional como económico. Y no lo digo por maximalismo ideológico, sino por puro análisis político, ya que de lo contrario no se podrá gobernar, porque contaremos con un país mucho más debilitado que el que dejó Cristina el 9 de diciembre de 2015. Habrá que intervenir sobre el comercio exterior con juntas reguladoras, y habrá que reformar la Constitución Nacional, no con un objetivo exclusivamente re-eleccionista, sino poner en debate en cada esquina, en cada ámbito, en cada rincón del país, los derechos que el Pueblo pretende ver plasmados en ella.