CARLOS RAIMUNDI, ANTE UNA VERSIÓN DEL DIARIO CLARÍN DEL 10 DE SEPTIEMBRE, PÁG. 17.

En primer lugar, atribuyo la versión de un ofrecimiento que nunca existió, a quienes no les cabe la posibilidad de tener posiciones autónomas, que, en casos como el INDEC, los tarifazos, la boleta única electoral o el no gravar las ganancias de capital y otras rentas extraordinarias, están profundamente enfrentadas con el gobierno nacional, y, al mismo tiempo, en la defensa del rol del Estado, las retenciones a las grandes rentas agropecuarias y la ley de medios audiovisuales, tienen mayor coincidencia con las propuestas oficiales. Esas posiciones, cabe aclarar, responden más a la distancia que guardo con los intereses más reaccionarios, que a una cercanía con el gobierno.
En definitiva, no imaginan, o tal vez no toleren, que no todo tiene precio, y que todavía quedamos muchos en la política que no podemos ser comprados, sino que actuamos, acertando o no, por convicción.
Las relaciones internacionales constituyen mi principal área de trabajo en la política y la docencia. Además, la Cancillería es uno de los espacios con los que he tenido más coincidencias, tanto en la gestión de Rafael Bielsa como en la de Jorge Taiana. No puedo olvidar, entre otras cosas, la prioridad en la integración regional y la posición negativa frente al ALCA, junto a nuestros hermanos latinoamericanos.
Pero no podría ocupar un cargo político en un gobierno cuyas mejores áreas se ven opacadas por graves denuncias de corrupción, como las que atañen al Ministerio de Infraestructura, la Secretaría de Trasporte o el financiamiento ilegal de campañas. Un gobierno, que, además, sostiene las conocidas prácticas clientelares del conurbano y las prebendas al sindicalismo aliado.
Cada vez que he dejado un mandato legislativo, no he gozado de ningún nombramiento político, sino que viví dignamente de mi profesión de abogado y del ejercicio efectivo de la docencia de grado y de posgrado.