Lo primero es lograr que la política vuelva a enunciar. No lo digo por este espacio que compartimos, porque probablemente alguna razón para venir a conversar entre personas que estamos allegadas a la política, ustedes deben tener. Pero la inmensa mayoría de nuestros conciudadanos están hartos de la política y de escuchar políticos. Cambian la radio, cambian la televisión, bajan el volumen, o dicen: “no me importa lo que dice, todos dicen lo mismo”. La primera cuestión es, pues, si le podemos devolver un lugar de enunciación a la política.
Para eso hay que re-acercar la escala de prioridades de la política con la de la sociedad. Porque uno de los grandes motivos es que el ciudadano común siente que lo que dice el político le interesa al político pero no le interesa a él. No es una cuestión que le vaya a resolver la vida a la persona. Este divorcio entre escala de prioridades de la política, que sirve solamente a los que hacen política, y escala de prioridades de la persona común, de la mujer y el hombre común, es una de las principales causas de la falta de legitimidad, de la crisis de representación que estamos viviendo desde hace años.

Ustedes fíjense que casi nadie nombra al partido, sino que nombra el número de lista. Dice el nombre de la persona y el número de lista para que la gente vea que hay un número ahí el día que vaya al cuarto oscuro. Pero la discusión es entre personas, no hay cuerpo de ideas y hay una situación muy cambiante de la pertenencia política, por eso nadie asocia una persona con el nombre de un partido. Algunos porque es vergonzante, como por ejemplo el caso de la UC, que cada vez el escudito aparece más chiquitito, o desaparece; o el caso de aquellos que han ido formando pequeños partidos, entonces uno ya no los asocia con el nombre del partido. La primera conclusión que quiero sacar de esto es: crisis de representación de la política.

Algunos de nosotros pensamos que de esa crisis de representación de la política que lleva tantos años, iba a surgir una nueva bipolaridad en la Argentina, una especie de nuevos campos políticos mirando hacia el futuro. Y sin embargo, lo que estamos viendo es que hay como una suerte de reconstrucción del viejo bipartidismo. Ustedes tienen una particularidad en la Provincia de Santa Fe, pero permítanme decirles que el resto de país no participa mayoritariamente de esta experiencia novedosa de un gobierno provincial en una de las provincias más importantes del país, encabezado por un frente progresista. En general hay una estructura feudal muy consolidada y una estructura fuertemente bipartidista en el resto del país.

Tanto es así que ahora tenemos, por un lado, la reconstrucción del partido justicialista. No va a ser la primera vez, que, como los viejos partidos ya no enamoran desde la perspectiva de un proyecto (que uno diga: mire, acá lo importante es el proyecto de país que le plantea el partido a la sociedad; a algunos les gustará más que lo exprese una persona, y a otros otra persona —que esas eran las viejas internas), pero en definitiva una vez que se dirime la interna al interior del partido, el partido sale con el proyecto a la calle. Como ahora no se puede hacer esto porque no hay un proyecto que enamore, que unifique, las internas se hacen abiertas. Es decir, se hacen el día de la elección general. Así, en 2005 confrontaron en la Provincia de Buenos Aires, Cristina Kirchner contra Hilda Duhalde, y quien ganaba ahí conducía el proceso. Y esto es lo mismo que va a pasar ahora, el que gane, el que se atribuya la capacidad de formar una hegemonía dentro del PJ, va a ser el que va a conducir. Y después se alinean todos, o casi todos. Yo me pregunto: los intendentes del conurbano de la Provincia de Buenos Aires que hoy están con Kichner porque es el que distribuye la coparticipación y los subsidios, si mañana la Liga Federal, Mondino, Reutemann, Narváez y otros caudillos del interior del país, fueran los que marcaran la línea, ¿a ustedes les parece que se quedarían por amor con Kirchner? No, irían al otro lado porque verían ahí la perspectiva del futuro. Por lo tanto el partido justicialista está dirimiendo su interna.

Yo, por otro lado, escuchaba —y me causaba gracia— que los otros días los radicales denunciaban esta futura reunificación del partido justicialista, que ya fue confirmada por Scioli: “Sí, después del 28 nos volvemos a juntar todos”. Cosa que es absolutamente así. Pero lo que me causa gracia es que lo denunciaban los radicales, que hace dos años hicieron lo mismo. Es decir, la hicieron jugar a Stolbizer por fuera del partido, a Cobos por fuera, a López Murphy por fuera, y después se juntaron todos de vuelta.

Hay una desesperación del poder para reconstituir el viejo bipartidismo porque saben que con el viejo bipartidismo se cristaliza una estructura de desigualdad social en la Argentina, se garantizan negocios y se garantiza impunidad para los negocios. Porque el viejo bipartidismo tiene discursos contrapuestos en la superficie, pero pactos implícitos de convivencia que implican el mantenimiento mutuo de estructuras rentadas para autosostenerse. Y eso es absolutamente funcional a los deseos del establishment, porque eso es lo que puso a la Argentina donde está.

Lo que también tenemos que reconocer es que se puede llegar a eso después de muchos años, en parte por nuestros errores al haber intentado construcciones alternativas. No es solamente perversidad del otro lado sino impotencia del lado nuestro. Pero eso quiero dejarlo un segundo, y plantearlo un poquito más adelante.

La segunda consideración es: ¿hay universo de ideas? ¿hay campos de ideas para que realmente en la Argentina se puedan discutir civilizadamente dos modelos de país? Yo creo que sí. Es decir, si ustedes me preguntan si las viejas y tradicionales izquierdas y derechas hoy se siguen dirimiendo a partir de usinas de ideas que se gestan en Washington una y en Moscú la otra, no. Eso no está más. Ahora, si vamos a cómo se posiciona cada individuo frente a determinada circunstancia fundamental de la vida, tanto privada como política, es ahí donde yo creo que se encuentra la divisoria de aguas. Lo que quiero decir es que no todo es lo mismo. Sino que hay dos grandes universos de ideas, que, con sus más y con sus menos, con sus posiciones un poco más radicalizadas o un poco más moderadas, configuran esa nueva bipolaridad que a mí me gustaría que se forme en la Argentina para mirar el futuro.

Cuáles serían esos ejes estructurales, ordenadores, de esos dos grandes campos de ideas. Primero, y no porque sea más importante, sino por poner un orden, una interpretación de la historia. No interpretan igual las gestas revolucionarias de la historia de la humanidad, los sectores progresistas y los sectores conservadores. No interpretamos igual el proceso de descolonización de los países africanos, el mayo francés, el Cordobazo, las gestas revolucionarias, la revolución cubana. Uno le puede reconocer más o menos errores, pero no las reconocemos igual.

Tampoco reconocemos igual la inserción que debería tener nuestro país en el mundo. Algunos plantean que como hay países más poderosos, lo que hay que hacer es alinearse. Y otros planteamos que la única manera de tener un lugar de interlocución en el mundo, es desde la reafirmación de la identidad, que en este momento no puede ser exclusivamente nacional, sino que tiene que ser regional. Pero que tiene que ser la reafirmación de intereses propios y no el alineamiento. Esto no quiere decir pelearse con el mundo, ni mucho menos, lo que quiero decir es: “señores, la verdad nosotros tenemos estos planteos para hacerle a la agenda política del mundo”. No tengo que preguntar dónde se firma la agenda que nos plantean de afuera.

Otro elemento sería, por ejemplo, el rol de Estado. Eso quedó clarito en estos últimos días. Una campaña absolutamente vinculada al mundo de los negocios, o del dinero, y del espectáculo que aleja completamente a la política de las ideas, de alguna manera retornó a un debate de ideas, aunque sea mínimo, cuando Macri, en lugar de obedecer a sus asesores de imagen, dijo lo que pensaba, que era que si él gobernara reprivatizaría el sistema jubilatorio, la aerolínea, etc. Ahí sí hay un eje de debate sobre el papel del Estado. ¿Y qué argumento puso Macri? Que la aerolínea pierde una cantidad de dinero por día, que era el mismo argumento que ponía Neustadt para justificar la entrega de YPF y la entrega de ferrocarriles. La verdad, en la escuela pública que yo fui no había un contador que estaba analizando cuánto ganaba y cuánto perdía por día. Una escuela pública no tiene que dar ganancia, en términos empresarios. Y una empresa de servicio público que presta salud, educación, integración territorial, trasporte de producción o de pasajeros, que conecta el país, no tiene que dar ganancias o pérdidas en términos de una empresa que comercializa bienes de mercado. Porque estos son bienes sociales, están en otra categoría. La ganancia que da es integrar la sociedad. Pero no es una ganancia que figura es el balance del contador. Es una ganancia que se ve en cómo se estructura una sociedad. Ahí también hay otro punto de debate. Ahí no pensamos lo mismo, los sectores conservadores y los sectores progresistas.

Se me ocurren otras cosas, como el tema de la seguridad. Yo creo que el tema de inseguridad es un tema integral, no es un problema sencillo, es un problema multifacético, donde hay que abordar aspectos de organización de la institución policial propiamente dicha, hay que tener políticas concretas sobre esto, hay que tener políticas sobre la justicia, sobre el sistema penitenciario, es decir, hay que tener políticas de corto plazo. No es que me deba olvidar de estas políticas hasta que todos los jóvenes tengan enseñanza terciaria completa. Lo que digo es: si uno toma que únicamente es esto lo que hay que hacer, pero no aborda toda la razón social que tiene el problema de la inseguridad, al no cerrarse la fábrica de exclusión social, uno puede tener mucha política de corto plazo, pero las causas se van reproduciendo a índices exponenciales. Entonces, tener una mirada que vincula más la inseguridad a la fase represiva es una cosa y tener una mirada que vincula la seguridad a la raíz social de los problemas es otra cosa. Y ahí tenemos dos ubicaciones en dos campos de ideas claramente diferentes. Tampoco pensamos lo mismo en políticas de género, ni en la libertad de orientación sexual de cada persona, en muchas cosas no pensamos lo mismo. Básicamente, hay quienes se sitúan para analizar la realidad desde la lógica de los menos vulnerables, y quienes procuramos situarnos desde la perspectiva de los más vulnerables, con el objetivo principal de la igualdad. Por lo tanto, la otra conclusión a la que quiero llegar es que hay elementos más que suficientes que justifiquen el debate sobre diferentes modelos de país.

La pregunta sería: ¿la política en la Argentina de hoy, está expresando ese debate? La polarización, si es que es así, Kirchner-De Narváez, la polarización Michetti-Prat Gay, no está expresando ese debate. Aquí voy a hacer una evaluación de coyuntura, pero un poco más reflexiva y no un discurso de barricada. No voy a hacer una evaluación electoral del gobierno, sino que voy a hacer una evaluación política de lo que a mí me parece este tramo histórico de la Argentina.

Me parece que esta etapa del kirchnerismo en Argentina, tuvo dos méritos fundamentales y desde ya no voy a caer en el lugar común de decir: modificó la Corte y la política de derechos humanos, que coincido con eso, pero quiero ir a otro plano. Primero, recuperó autoridad política. Me estoy refiriendo al año 2003. En 1983, para mí, no se recupera la democracia, sino la posibilidad de tener gobiernos elegidos, que es otra cosa muy distinta que la democracia en términos integrales y profundos. Desde el 83 para acá, yo, personalmente, analizo un primer tramo del gobierno de Alfonsín que intenta parar la política frente a los poderes permanentes, hasta que ve que fracasa con eso, porque fracasa la ley sindical, la política de derechos humanos, la política económica de Grinspun, la política latinoamericanista, y entonces cambia su gabinete y lo “Sourrouilliza” (me he referido al primer año de Alfonsín). Desde ahí, hasta 2003, a mi modo de ver, los presidentes de la Argentina en lugar de hablar en nombre de la sociedad frente al poder económico le hablaban al pueblo en representación del poder económico. Y Kirchner no hace eso. Por lo menos en el semblante, en el discurso, el tipo se planta. Ustedes no se olviden que mandó piqueteros a bloquear los surtidores de Shell, echó al vicario castrense, descolgó los cuadros de los dictadores en la ESMA. El otro día me preguntaban si Kirchner cambió respecto de aquel planteo de conflictuar permanentemente la política. Para mí no cambió, lo que cambió es el contexto. Porque en 2003 se necesitaba eso, y caía bien eso, porque había que recuperar poder. Cuando mandó a sacar los cuadros de la juntas militares, era un tipo que desafiaba, igual que desafía hoy. El problema es que en ese momento la sociedad estaba necesitando recomponer una autoridad política. Y el segundo gran mérito es instituir desde el discurso algunas cosas con las que yo coincido. El rol del Estado, los empresarios no tienen que despedir en crisis y en no crisis, el tema de la ley de radiodifusión. Desde el discurso, me parece que esos son méritos importantes. Ahora, qué pasa cuando gracias a eso tenemos la posibilidad de salir de la situación de crisis. Entonces, en un nuevo contexto, la Argentina necesita otra actitud de la dirigencia política. A mi parece que el gran error estructural de Kirchner es mantener la misma actitud ante un contexto completamente distinto, y que en parte es distinto por lo que él mismo hizo de bueno.

El Acuerdo Cívico expresa, en Capital Federal, el poder económico de la Alianza, Patricia Bullrich-Prat Gay, con el poder político de la Alianza, Rafael Pascual, presidente de la cámara de diputados, Enrique Olivera, mano derecha de De la Rúa; Nosiglia. Y del otro lado, De Narváez-Macri-Solá, un trípode neomenemista. No lo tomen como chicana porque no estoy en una tribuna política. Felipe Solá, ocho años Secretario de Agricultura y Pesca de Menem; Macri llevó como senador en Capital a Carlos Melkonian que era el economista que Menem había elegido para que fuera su ministro en una tercera presidencia; De Narváez iba a ser Ministro de Acción Social de Menem en una tercera presidencia. No nos engañemos, de un lado tenemos la Alianza y del otro lado tenemos el menemismo. Entonces, yo tendría que estar en el kirchnerismo. Porque si la derecha está ahí yo tengo que estar en el otro lado.

Ahora bien, vamos a ver qué es ese otro lado, porque yo me pregunto: se puede sostener una política progresista, una política redistributiva del ingreso, si se soporta políticamente desde la estructura de los intendentes del PJ del conurbano, que no es que fueron ineficaces para combatir la pobreza, sino que tuvieron la intencionalidad de profundizar la pobreza, para poder sostenerse en el poder. ¿Cómo desarrollo una política de distribución del ingreso desde ese soporte político? ¿O puedo sostener un nuevo patrón redistributivo y una nueva discusión sobre el ingreso desde una estructura sindical gobernada por Moyano? ¿Puedo reconstruir la red ferroviaria del país cuando mi acuerdo político y económico está hecho con el que lucra con que no haya ferrocarriles y el 90% de la producción sea transportada por autovía? Acá está la derecha claramente, ¿y esto otro es el progresismo? Este es el problema.

Por eso, a lo que asistimos es a una suerte de reconservadurización de la matriz política de la Argentina, donde estamos discutiendo entre dos perfiles, dos variantes de la política tradicional, la política conocida. No hay discusión con modelo de futuro, más allá de que si yo obviara las figuras comparto muchas de las cosas que se plantean en el discurso oficial. El problema del discurso oficial, es que es un discurso sin sujeto, porque uno tiene que llevar adelante un discurso en política, construyendo el sujeto político que es capaz de implementar esa transformación.

En Capital hay un debate interesante entre Heller y Solanas. Porque Pino Solanas dice: falta esto, esto y esto. Y Heller responde: tenés razón, el problema es que para hacer lo que falta es mucho más factible hacerlo si gana el gobierno que si gana Macri. Entonces no debilites al gobierno. Ahora bien, yo me pregunto, ¿yo soy el responsable de debilitar a un gobierno que durante seis años gobernó un país con tasa de crecimiento asiática, acumulativa? A ver si ahora el problema del gobierno es que yo en esta elección lo debilito y no el que gobernó un país que creció a 8 puntos durante seis años, que tuvo superávit gemelo —que no tenía antecedentes en la Argentina—, que tenía un entorno macroeconómico interno y externo mejorable, y un entorno regional de gobiernos parecidos, con uno u otro estilo, pero que todos le habían ganado a opciones más a la derecha (no es que diga que es lo mismo Bachelet que Evo Morales, digo, los dos le ganaron a uno que estaba más a la derecha, y por lo tanto había un clima de poder profundizar algunas cosas), y tenía una oposición completamente desarticulada. ¿Soy yo el responsable? ¿Es Solanas el responsable? Yo me acuerdo, cuando era bastante más joven, una vez escribí un análisis del gobierno de Alfonsín y planteé que el carácter progresista o no de un gobierno se mide, entre otras cosas, por la herencia electoral que deja. Y recuerdo que Alfonsín dejó la siguiente herencia electoral: una derecha populista-conservadora de Menem, una derecha moderada-liberal de Angeloz, y una derecha ultraliberal de Chicago de Álvaro Alzogaray, que obtuvieron los tres primeros puestos, y entre esas tres opciones de la derecha se repartió el 95 % de los votos en la elección del año 1989. Nosotros no somos responsables de que la opción al kirchnerismo sea este sector de la vieja Alianza y este sector del viejo menemismo. Algo pasó en la Argentina como para que en un contexto inmejorable, no se tomaran las medidas para consolidar el desarrollo y el cambio. Entonces, hubo un cambio, no hay ninguna duda de que hubo un cambio. Pero un cambio que tomó a la pobreza como precondición, es decir, para que la Argentina se recuperara económicamente hubo que devaluar, porque con la convertibilidad no se podía recuperar. Ahora, la devaluación generó un descenso estructural de una masa importantísima de la población sometiéndola a la pobreza y la indigencia. Por lo tanto ese bajo costo social y ese bajo costo en dólares de los salarios fue precondición para aumentar las tasas de ganancia de las empresas que explican la recuperación de la Argentina. Obviamente, a diferencia de los años noventa, y por el tipo de cambio y por los precios internacionales la recuperación no vino del sector de servicios sino que vino del sector que exporta bienes transables, y esto tuvo un goteo sobre el empleo formal. Y se creó empleo, no cabe ninguna duda. Pero en los noventa yo creaba un empleo con 500 dólares se pagaba un sueldo de $ 500, y en los 2000 con 500 dólares pagaban tres sueldos. Por lo tanto, al mismo tiempo que se crea empleo, que es un dato objetivo de la realidad, se aumenta la brecha distributiva. Y no hubo por ejemplo una política de coparticipación o no hubo una reforma tributaria profunda que contribuyera a modificar el patrón distributivo. Entonces, nosotros ponemos en cuestión que realmente esto sea un proceso estructuralmente progresista. Es un proceso que no profundizó el ajuste, por lo menos esa es mi opinión personal. Una cosa es que yo diga que las jubilaciones magras no alcanzan y que no se aumentaron lo que se debía aumentar y otra cosa era cuando hubo que bajar el 13% de las jubilaciones. El otro día, el periodista Orlando Barone planteaba una frase que a mí me quedó grabada, después la podemos desmenuzar, pero así en líneas generales dice: este gobierno me deja muchísimas dudas, la oposición de derecha no me deja ninguna.

Por lo tanto, y termino, yo creo que es necesario, fundamental y estratégico, crear un instrumento político para un modelo de país que esté dispuesto a dar batallas estructurales. Y que esa asignatura sigue pendiente y tiene que tener algunos componentes. Primero tiene que mostrar gestión, tratar de que los valores y la palabras se puedan cotejar con los hechos de gobierno. Dos, tiene que combinar construcción política con construcción social. Ese va a ser un avance muy fuerte, porque lo social históricamente desconfió de la política, sus razones las tiene, claramente, y la política despreció lo social, entonces esa conjunción también se tiene que dar. La tercera cosa que no se debe reiterar es esa construcción alternativa exclusivamente personalizada o carismática. Porque hay una tendencia a que la gente reconoce con una estampida de votos a un determinado dirigente, y ese dirigente pasa a la categoría de “infalible”, es decir, el reconocimiento público, electoral, hace que lo veamos como que nunca se equivoca; hasta que se equivoca. Y cuando se equivoca, en lugar de caer solo el dirigente se desploma la fuerza. Porque es dependiente exclusivamente de esa persona. Eso pasó con Alvarez, eso pasó con Carrió y eso la verdad no debería pasar con Binner, no debería pasar con Solanas, con Sabatella, ni con ninguna de estas alternativas. Creo que hay que ir a construcciones donde haya indudablemente liderazgos reconocidos, porque eso forma parte de la condición humana y social política, pero que eso no implique las decisiones excluyentes de parte de los liderazgos. Y lo último, que es una asignatura pendiente, es hablar desde el sentido común y no desde la lógica de los militantes. Yo no tengo problema de explicar la movilidad jubilatoria desde la acumulación de plusvalía, ahora, la verdad, de esta última forma no llego a nadie. Y en ese sentido, la derecha nos lleva una distancia fenomenal. Macri es el emblema del tipo que cierra hospitales públicos, que tiene organismos de control social de la pobreza, van con los carros de asalto y agarran a la gente pobre de la calle (es la manera que él tiene de que no haya chicos en la calle), pero al mismo tiempo repite la palabra vecino diez veces por minuto, entonces uno cree que le está hablando a uno, se identifica con el discurso porque dice: me está hablando a mí. Y yo creo que nosotros, sin ceder ni conceder un ápice de nuestros valores ideológicos, tenemos que plantearlo desde el sentido común y tenemos que interpelar a la sociedad.

Estas pequeñas cosas, contribuyen a resituar la política en su naturaleza, que es el lugar de las ideas y que no es el lugar ni del dinero ni del espectáculo, que es lo que ha gobernado la campaña de estos días. Pese a ello, en Santa Fe, a comparación de lo que es la Provincia de Buenos Aires y la Capital Federal, son unos privilegiados porque discuten la privatización del banco, como decía la Diputada Alicia Gutiérrez, cómo se afrontaron los hechos del 19 y 20 de diciembre del 2001, cómo se actuó frente a un drama social como la inundación, cómo se movilizó el Estado. La verdad, aunque sea tímidamente, deterioradamente, como todo el debate político general de la Argentina, pero por lo menos ustedes discuten algunas cosas que tienen que ver con el mundo de las ideas. Nosotros, en cambio, —los bonaerenses y los porteños—discutimos no solamente el programa “gran cuñado”, sino toda la crónica que hacen de él todos lo demás programas de televisión. Devolver a la política un debate de ideas, me parece ya de por sí una contribución a un modelo de país distinto.

Comentarios de los presentes
• Estructura del PJ a partir de la cercanía con el poder
• Estructura en términos de proyecto no de personas
• Candidaturas testimoniales
• Banalización de la sociedad – marketing político – influencia de medios de comunicación
• Inseguridad – pobreza
• Responsables políticos de la pobreza, la inseguridad, la educación
• ¿Sociedad más participativa?
• Desaparición de las ideas (en relación con la banalización Gran Cuñado)
• Narváez propietario de medios de comunicación, parcialidad de los mismos
• Elecciones
• Resolución 125 - falta de debate sobre modelo de país
• Solidaridad con el campo de ciertos sectores – maestros, etc.

Sería un gran error caer en el extremo del “todos somos igualmente responsables”, eso claramente no es así. Yo creo mucho en el liderazgo pedagógico de la política hacia la sociedad. Nadie obliga a otro a estar en política, los que estamos en política nos auto-postulamos, y por lo tanto, tenemos la principal responsabilidad, claramente, categóricamente, con relación al resto de la sociedad, sobre todo al hombre común. Es cierto que un escaloncito más abajo de la política están otras dirigencias que no son estrictamente políticas, y que muchas veces se toma a la política como chivo expiatorio para esquivar otro tipo de responsabilidades. Pero esta es una responsabilidad que cabe a sectores dirigentes, no al hombre y la mujer comunes, en absoluto: la responsabilidad principal es de la política. Pero en una sociedad donde la política está tan desvirtuada, tan degradada, el otro extremo con el cual tampoco coincidiría es que la política está degradada y la sociedad es virtuosa. En eso tampoco creo. Me parece que no hay sociedad completamente inocente, ni completamente virtuosa. Desde luego que tampoco igualo todas las franjas de la sociedad. Porque hay sectores de la sociedad que tienen mucho más elementos para poder expresar con independencia, con autonomía, su libertad de expresión, su voluntad, y están mucho menos cautivos, mucho menos atados a aparatos clientelares. Pero no hay sociedad totalmente inocente. Por último, tampoco es posible explicar el presente con prescindencia del pasado; el hueco que queda con el terrorismo de Estado es imposible de reparar, desde dos puntos de vista. Primero, materialmente. Es decir, hay una brecha de dirigentes que falta. Y en segundo lugar, lo que operó el miedo. Es decir, no se trata solamente de los que faltan, sino también de los que quedaron y faltan igual, porque tuvieron miedo, porque tuvieron ausencia de formación, ausencia de compromiso, por todo lo que generó el proceso represivo de la dictadura. Ahora, el gran problema es que si uno no cierra ese pasado no puede empezar a discutir el futuro. Para mí fue terrible cuando Alfonsín planteó: “para salvar la democracia, tengo que limitar la justicia”. Lo que hizo objetivamente fue obturar la posibilidad de sacar a la luz el pasado para cerrarlo, y poder construir el futuro. Por eso es tan difícil estructurar un discurso sobre la represión legal, hasta tener cerrado el juicio histórico de la represión ilegal. Me refiero al aparato represivo del Estado que es legítimo, que tiene que tener legitimidad. No me refiero solamente a la policía, me refiero al cumplimiento de la ley, de la norma y demás, y no lo podemos discutir porque está teñido por el pasado no cerrado. En línea con esto, ciertos sectores de la sociedad se limitan a explicar la democracia solamente como ausencia de dictadura. Es decir, esto es mejor que aquello. Y hacemos siempre referencia a “aquello” porque no lo pudimos cerrar, y opera como un fantasma que nos oprime a la hora de planear el futuro.

Otra batalla cultural muy fuerte tiene que ver con la crisis del Estado que uno de ustedes señalaba. La crisis del Estado no es solamente que el Estado tiene menos capacidad empresaria, sino que la esencia filosófica del Estado de Bienestar es que la persona tiene derechos, no por su ubicación o rango económico social sino por su condición de persona. El Estado de Bienestar reconocía a la persona, trataba de darle trabajo, pero si no tenía trabajo le tenía que reconocer derechos fundamentales, por su condición de persona. El Estado neoliberal lo que dice es: el que tiene trabajo es un ganador y el que no tiene trabajo es un perdedor, y, lo lamento, que haga lo que pueda, que se arregle. Y si no puede “arreglarse” el Estado le brinda una miga de pan, pero eso no deja de degradarlo. Por lo tanto, lo saca de esa condición de ciudadanía universal que es el prerrequisito del Estado de Bienestar, mucho más allá de un Estado que fabrique locomotoras, que es importante, pero que deriva de esta concepción filosófica.

En cuanto a los medios de comunicación, se trata de un tema más que central. Es imposible discutir la democracia, el modelo, sin discutir los medios. Por una razón fundamental: los medios salieron de su naturaleza. Un medio es un vehículo, un vector; es algo que toma la realidad y la trasmite. Por eso dejaron de ser medios, porque no trasmiten la realidad, sino que la construyen, la determinan. Entonces, a partir de que los medios determinan la realidad, fijan la agenda política. Supongan que a mí me dan tres minutos en un programa de radio en hora pico cada diez días, quince días, como le dan a otros dirigentes políticos. Y el conductor editorializa cuatro horas por día. ¿Quién fija la agenda política, el político o el periodista? El medio. Segunda cuestión: cuando un medio de comunicación critica al gobierno es un medio independiente; en cambio, cuando el gobierno se defiende de la crítica del medio, está censurando la libertad de prensa. Tercer punto: ¿de qué es independiente un medio? No se es sólo “independiente” del gobierno. Hay medios que son independientes de un gobierno, pero que son dependientes de poderes económicos que financian a ese medio y al periodista. Entonces, hay una discusión muy profunda.

Es tal el odio que le tienen al kirchnerismo, que con tal de atacarlo mucha gente prefiere defender a una multinacional como Techint. Por eso, cuando decía anteriormente que el peronismo no se puede explicar solamente desde lo político sino también desde lo cultural, ahora agrego que el antiperonismo también: no hay lugares donde yo vea más odio a lo que hace el kirchnerismo que aquellos donde a sus moradores mejor les fue; todos los coches que están ahí tienen patente G o patente I: “nunca estuvimos peor que con éstos”. ¿Qué explicación racional, analítica, tiene esto? Tiene una explicación sociológica, cultural, muy profunda.

Otro mito: “vamos a controlarlos en el Congreso”. Está bien, vamos a controlarlos. Ahora bien, sinceramente, yo no soy kirchnerista, no lo fui nunca ni lo voy a ser, aunque sí creo que se va a reformular el campo progresista a partir del desgranamiento del kirchnerismo, que es otra cosa. Y les digo la verdad, en este Congreso-escribanía, todo lo que quieran, voté leyes laborales de Recalde, que en todos los casos significan volver de la flexibilización a la ley de contrato de trabajo. Si ustedes me dicen, ¿se avanzó mucho?, diría que no lo suficiente, desde luego, pero no hubo una sola ley de retroceso. Se votaron leyes contra la discriminación, contra la trata; la verdad, de los Congresos de que participé, éste fue el período en que voté mejores leyes. Recordemos que en el Congreso donde Rafael Pascual tenía una mayoría, donde Patricia Bullrich tenía una mayoría, con la que ahora pretendemos controlar a “éstos”, votamos la ley de intangibilidad de los depósitos y a los dos meses vino el corralito, y se redujo el 13% el monto de las jubilaciones y de los sueldos estatales. Y con el Congreso de mayoría menemista-macrista, se privatizó el país, se vendió Gas del Estado, la telefónica, se rifó YPF, se desarticularon las redes ferroviarias, se votó la reforma educativa.

En definitiva, es cierto —como decía uno de los comentarios— que “se debate más”, estoy de acuerdo. Pero lo hacemos de una manera tan intoxicada que habría que dar un paso en cuanto a los contenidos que se debaten. Muchas gracias.