5 La cuestión del Estado y las políticas públicas

Complementariamente, está arraigada entre las creencias más profundas de nuestras capas medias la idea de que sus infortunios económicos siempre se deben a las malas políticas públicas, mientras que su recuperación y suceso en los negocios anida puramente en su mérito personal. Aquí reside claramente uno de los postulados fundamentales que el liberalismo ha sabido enraizar en nuestra cultura, y es la tirria, el cuestionamiento a priori hacia las políticas públicas, ya se trate de un modelo de ajuste como de un gobierno popular. Aun cuando haya sido el proveedor de nuestra instrucción pública, haya financiado nuestra Universidad gratuita, sostenga el hospital público y el sistema de justicia, y sea el responsable de esa seguridad a la que los sectores medios le reclaman cada vez más eficiencia, el Estado les molesta. Les molesta cuando cobra impuestos, y les molesta cuando despliega políticas de inclusión gracias a la redistribución de esos impuestos. Ahora bien, si aumentan las ventas de su emprendimiento comercial, nada tienen que ver las políticas públicas que alientan la demanda. Si aumenta la oferta de bienes culturales, nada tienen que ver la garantía absoluta a la libertad creativa del pueblo, los estímulos a la producción de películas y de ficción televisiva, el establecimiento de centros de divulgación, y el poder adquisitivo como para que las mayorías concurran a los miles de cines y teatros que han revivido durante los últimos años. Y lo mismo podría decirse del aumento del turismo, y de tantas otras muestras de integración social y productiva acaecidas a partir de la decisión política de poner en vigencia un modelo de inclusión social, pleno empleo, diversificación productiva, crecimiento del mercado interno y estimulación de la demanda popular.

El establishment agobia al pueblo con su prédica contra la administración estatal de una empresa como Aerolíneas, que ha mejorado notablemente su desempeño, adjudicándole un déficit propio de toda actividad orientada a triunfar en términos de renta social antes que en su mero balance de contabilidad, aquí y en el mundo. Sin ir más lejos, la escuela pública a la que le debo mi formación primaria, arrojaba más gastos que ingresos en su cuaderno diario de contabilidad. La cuestión es ir contra el Estado.

En nuestros tiempos, los sectores dominantes –eternos triunfadores en todo ciclo de ajuste pese a la ilusión transitoria que crean en las capas medias– buscan congraciarse con estas ubicando en la primera plana de sus diarios la 'confiscatoria injusticia' que implica poner límites al atesoramiento de dólares. Cuando un gobierno popular como el que tenemos, intenta y logra fortalecerse en el manejo de las variables macroeconómicas, se desendeuda y autonomiza financieramente, y crea instrumentos de ahorro en moneda nacional, los factores de poder arrecian su dispositivo de desestabilización con zócalos y mensajes atemorizadores de modo de volver a hacer volcar el ánimo de los sectores medios hacia el atesoramiento de divisas. Se erigen pasajeramente en representantes de sus 'intereses', cuando, en verdad, lo está en juego es el interés de esos grupos por obtener la liberalización del mercado cambiario para manejar la entrada y salida de sus ganancias en dólares medidas en cientos de millones, y no en los pocos billetes que podría comprar periódicamente un miembro de la clase media.

En definitiva, la dominación cultural ejercida históricamente por el poder dominante, ha sido exitosa en su objetivo de alejar ideológicamente a los sectores medios –por un lado– de los pobres y –por el otro lado– del Estado. Y romper, de este modo, las dos coaliciones que, si se fortalecieran, interrumpirían definitivamente los ciclos de ajuste oligárquico: la alianza social 'sectores populares-sectores medios', y la alianza política ‘Estado-sociedad civil-aparato productivo nacional’.

6. Conclusión y desafíos

Esta estructura de poder ha creado una subjetividad sostenida por vastas franjas de la población argentina, aun cuando se contrapone con sus propios intereses. Y la ha llevado a consentir la depredación del sistema productivo y de sus aspiraciones de desarrollo. Pero esto no tiene por qué ser eterno. No hay ley de las ciencias sociales ni de la historia de la política y la cultura que así lo determine.

Desde este punto de vista, el gobierno argentino es claramente contra-hegemónico. Conduce políticamente una etapa de plena resignificación de conceptos, prácticas y sentido. Ha ensanchado los márgenes de inclusión social y el abanico de derechos.

Por un lado, tanto el texto de la llamada Ley de Medios como el contexto de debate público que desató su proceso de formación y sanción, han contribuido a complejizar el debate público sobre el sádico servicio que prestan los medios concentrados al proyecto de los grupos dominantes. Y abre nuevos canales críticos a la interpretación hegemónica de nuestra realidad histórica y política, otorgando nuevas herramientas para la formación de sentido.

A su vez, la multiplicación del empleo formal, las paritarias, los planes FINES y CONECTAR, la nueva población universitaria que ha accedido a las Universidades públicas como primera generación, entre tantos otros, son caminos hacia la formación de nuevas capas sociales, que, desde su nivel de ingresos y de conocimiento, podrían ser consideradas de clase media. Pero, desde su idiosincrasia, tal vez logren cuestionar la matriz individualista y sectaria propias de las clases medias tradicionales de nuestro país, y encarnar un pensamiento más compacto y cohesionado en cuanto a su relación con las franjas más humildes. Un pensamiento más agradecido al Estado y a las políticas públicas que estimularon su inclusión y movilidad social, y menos individualista, parte de un sujeto colectivo cuyo progreso está profundamente ligado al éxito comunitario, y no sólo a sus legítimos, pero insuficientes, méritos individuales.