Ciertamente tenemos dos criterios de República distintos. Para algunos estamos ante el fin de la República. Para nosotros, el tener más Estado, más autonomía financiera, más construcción de viviendas y, a pesar del decaimiento económico internacional, mantener los niveles de empleo, eso significa mejor República.
La diferencia es que se está construyendo una nueva institucionalidad, que esta idea de República está sostenida por otras instituciones, que de ninguna manera desconocen a los poderes constitucionales.
Lo que sí se plantea en esta nueva etapa, inclusive del constitucionalismo latinoamericano, es que para garantizar la independencia de los poderes que las Constituciones nombran, es necesario dotarlos de mucha legitimidad popular, porque es el único capital que se tiene para descolonizar a las instituciones nombradas por la Constitución. Me refiero a la colonización histórica que sufrieron los poderes por parte de quienes no son nombrados por las Constituciones, pero que siempre estuvieron presentes, que trascendieron los gobiernos y que fueron mucho más poderosos que los poderes constitucionales.
Esa es la diferencia. Un gobierno popular tiene que construir herramientas para defenderse de esa colonización. El botón de muestra, el punto extremo, es el fallo de la Cámara Civil y Comercial que conocimos la semana pasada. Yo hubiera esperado un fallo ideológico, y puede suceder que una Cámara tenga una concepción ideológica y diga en un fallo con toda coherencia que el mercado tiene que estar por delante de la sociedad y que los monopolios son buenos. Puede suceder que la concepción ideológica de un Tribunal le haga decir eso, pero el fallo al que me refiero no era un fallo ideológico o lineal. Es un fallo que dice que la ley es constitucional, pero después se va deslizando y agrega: salvo en tal apartado de tal inciso de tal artículo, que afecta los intereses de una determinada empresa. El fallo de la semana pasada es una especie de prenda elastizada que calza en los intereses de la empresa monopólica. Entonces, ¿cómo no construir mecanismos para defenderse de esa colonización que han tenido históricamente grandes sectores de la Justicia?
También podemos mencionar el vínculo con los partidos políticos. Si con la situación que tenemos hoy, el día que hay elecciones en un colegio de abogados o en un colegio de magistrados, uno abre los diarios y ve que se presenta una lista que recibe el apoyo de tal o cual partido político o candidato, ¿dónde está la diferencia sustancial? No pasamos de la asepsia política a la politización, sino de que el compromiso político, en lugar de estar reservado a un círculo aristocrático, se lleva al plano de la voluntad popular.
Recién escuchaba a un diputado hablar de la diferencia de las lógicas asociativas del Poder Judicial con el poder político. Pero da la coincidencia de que es un diputado que acaba de salir del ámbito de la Justicia para postularse por una lista de un partido político a fin de formar parte de este cuerpo. Estamos en ese nivel de contradicción con las cosas que se plantean.
Además, el hecho de que se vote el mismo día no quiere decir que coincidan los ciclos de los mandatos. El mandato de un legislador empieza un día y termina el otro. Pero los jueces que ya están siguen estando de manera vitalicia, y si se produce una vacante y el Consejo de la Magistratura elige a un nuevo juez, el mandato de ese juez también va a ser vitalicio. Por lo tanto, no se cruzan los mandatos de los poderes Legislativo y Ejecutivo con los mandatos de los jueces. Ahora bien, si el día que se vota una cosa hay un efecto arrastre sobre la otra, ello tiene que ver –y por eso algunos no lo entienden– con comprender la vocación de gobernar. Un gobierno popular, dotado de una gran legitimidad política por el pueblo, remueve obstáculos para poder garantizar su gobernabilidad, y para nosotros eso no es una afrenta a la República; al contrario, es garantizar que las instituciones de un gobierno popular respeten la res pública, es decir, la cosa pública, tal como lo hemos venido señalando.
Me referiré a los tiempos del debate. Aquí se reclama un debate, pero cuando la señora presidenta de la Nación inauguró las sesiones ordinarias y anunció los temas –ni siquiera los proyectos, sino los temas-, sentada en el sitial de la Presidencia, los legisladores de la oposición salieron al Salón de Pasos Perdidos y declararon que iban a estar en contra de la reforma. Es decir que fue la oposición a libro cerrado.
Hasta hace dos días el gobierno “iba por la Corte Suprema”, y al día siguiente se trata de un “pacto espurio con los viles pactadores de dicha Corte”, que ahora, junto con el gobierno, “quieren arrasar la República”. No hay cosa que les venga bien. Lo que quieren, en el fondo, es lo que ayer señaló un senador de Mendoza, que habló desde sus fibras más íntimas.
Termino con una brevísima anécdota. Un sacerdote de mi ciudad me contó que un día se había entrevistado con el papa. Se refería a Juan Pablo II, que era polaco, aunque hablaba varios idiomas. Bajando una escalera el papa trastabilló y el quejido lo dijo en polaco. Es decir, cuando estuvo frente a un apremio íntimo, habló en su lengua madre. Este senador expresó lo que manifiesta el inconsciente profundo de la oposición. Quieren que todo vaya mal, y eso es lo que nos lleva a nosotros a estar orgullosos de este debate de calidad que está dando la sociedad.