Llevan siglos de espera. La injusticia y el despojo surcan sus vidas. Pero están ahí. Intentando conservar su cultura y sus hábitos. Aunque para los civilizados, como dice Eduardo Galeano con ironía, “ no hacen arte sino artesanías”. Proclamándose orgullosamente argentinos. Son los pueblos originarios. Atravesados por el olvido. Los bisnietos de aquellos que integraron los ejércitos libertadores. Los que fueron carne de cañón en las largas guerras civiles argentinas. Los que habitaron las tierras, de las que fueron despojados, antes que los que descendemos de los barcos buscáramos un lugar en este suelo tan generoso como brutal.
Están ahí. Tomando conciencia y protagonizando el 17 de octubre de los pueblos originarios. Marchando desde ese norte donde Güemes y Juana Azurduy, el Chacho y Felipe Varela libraron batallas memorables. Bloqueando el avance español y luchando con el puerto y su renta aduanera apropiada. Están ahí. Emprendiendo una larga marcha. Organizados y combativos. Conducidos por una figura pequeña pero cuya obra es gigantesca: Milagro Sala.
En la aristocrática Salta les prohibieron el ingreso a la Plaza principal. El gobernador y el intendente coincidían en su política de exclusión. El argumento: “ Nunca los pueblos originarios habían ingresado ahí”. Igual que en Bolivia hasta que llegó Evo y arrasó con estas prácticas “civilizadas”. Marcharon durante ocho días. Ignorados por la gran prensa. Pero igual: estaban ahí. Desplazando al olvido. Organizados. Con canciones y consignas. Y así llegaron a la Capital, ese territorio que muchas veces parece ser una prolongación de Europa en Argentina. Avanzaron por la Avenida 9 de Julio. En el carril que se llama Cerrito. Un mar de rostros del color de la tierra con sus ponchos marrones y sus gorros de lana que le tapan las orejas. Con ciudadanos porteños mirando estupefactos ese “malón” que cantaba: “Todos compañeros/ todos juntos a luchar”, “La tierra no se vende”, “La tierra robada será recuperada”, “Tierra, cultura, igualdad y justicia”. Cuando la marcha se detenía, la estupefacción se trasladaba a los rostros morenos que observaban esos enormes edificios con la misma sorpresa que los espectadores porteños miraban esa marcha organizada con participantes a los que conocen como un exotismo cuando visitan las provincias donde viven y se sacan una foto turística.
Bordearon la Plaza de la República para avanzar por Diagonal hacia Plaza de Mayo, acompañados por organizaciones sociales, Madres de Plaza de Mayo, militantes del a CTA y organizaciones de izquierda. El escenario privilegiado donde los argentinos expresamos nuestros amores y odios, nuestros reclamos y apoyos. Fueron recibidos por la Presidenta de la Nación. Escena inimaginable bajo cualquiera de las alternativas opositoras. Esas que hubieran reducido un hecho histórico a un problema de tránsito. O en el lenguaje rutinario: un caos vehicular. Propusieron distintas medidas culturales, sociales y económicas, que quedan sintetizadas en la frase: “Queremos estar en la mesa donde se sientan los grandes empresarios”. Están acá. En la Plaza de Mayo y entrando en la Rosada. Con sus exigencias varias veces centenarias. Exigiendo que se reconozca sus derechos cuando el país celebra su Bicentenario.
Con un gobierno en donde muchas víctimas han encontrado las puertas abiertas. Pero la historia es contradictoria. Dialéctica como enseñaba un señor conocido como Carlos Marx. El gobierno que le garantizó la marcha y le abrió la puerta es el mismo que facilitó que la soja cubra el 70% de la superficie cultivable, que se arrasara bosques, que se explote la minería a cielo abierto sin beneficio alguno para el país, que afecta la vida y la propiedad de estos pueblos que están ahí. Es posible que haya una bisagra en esta historia. Porque estos pueblos aislados y maltratados, han decidido ser protagonistas activos. Y el gobierno, sería prudente, que tome debida nota de sus reclamos y derechos. Han recuperado la voz. Y ahora han rasgado el velo del olvido. Estuvieron acá. Decididamente están ahí. Quien deba oír que oiga y actúe. Los diarios del establishment ningunearon este hecho histórico. Ni Clarín ni La Nación le dedicaron un título de tapa. El primero colocó la noticia en página 37. Una foto y cinco líneas. Y el diario fundado por Bartolomé Mitre lo remitió a página 14, con un cuarto de página. Aunque estos medios lo sigan minimizando, los pueblos originarios están ahí.
Como bien dice el periodista Orlando Barone: “No hay que caer en la condescendencia perdonavidas del asombro étnico. Los pueblos originarios somos nosotros. E igual que cualquier grupo ciudadano o cultural piden, exigen, esperan, acuerdan o resisten. Y legitiman su inclusión e integración en la historia moderna, pero sin dejar de ser ellos. No son intrusos de la patria: son socios vitalicios.”
22-05-2010