1. Breve pantallazo a la situación energética y su incidencia sobre la seguridad internacional
Según el Organismo Internacional de Energía, el sistema energético mundial presenta un panorama altamente desalentador para los próximos 30 años.
En caso de que los países más desarrollados, y especialmente los EE.UU., continúen aplicando las actuales políticas —con especial énfasis en el despliegue armamentista— la demanda de energía crecerá de tal modo que el mundo no contará con las reservas suficientes para satisfacerla. Ejemplo de esto es que el presupuesto de defensa aprobado por Washington es superior a lo que totalizan sumados los presupuestos militares de los 21 países que le siguen en gastos de tal carácter.
El combustible fósil seguirá siendo la fuente principal de energía, en detrimento de las fuentes energéticas renovables que son además, en su mayoría, más amigables para salud del planeta. Lo que no quita que, ante la perspectiva de agotamiento de las reservas de combustible fósil en un plazo previsible, los territorios que albergan fuentes alternativas también constituyan objetivos altamente buscados por las potencias industriales.
Las emisiones de dióxido de carbono aumentarán dramáticamente, y este aumento corresponde casi excluyentemente a los países con mayor desarrollo industrial. En cambio, si éstos adoptaran políticas energéticas proambientales, la contaminación descenderá. Pero para ello se requieren inversiones que hasta el momento, los principales responsables de la inseguridad energética del planeta no parecen dispuestos a realizar.
Por el contrario, al asumir a principios de 2001, la prioridad de la administración de George W. Bush era incrementar el flujo de petróleo enviado por sus abastecedores externos, frente a las severas insuficiencias de crudo y gas natural padecidas por su país. Por primera vez, las importaciones de crudo llegaron a superar el 50 % del consumo interno.
Es así que asegurarse fuentes adicionales de crudo foráneo están conduciendo a un clima de violencia y conflictividad de dimensión planetaria. La resistencia de algunos países —en contraposición a la tolerancia de otros— a verse despojados de sus recursos estratégicos, hace que la búsqueda de garantías para el flujo continuo de energía sólo pueda ser custodiado por la vía militar: cuando surja una amenaza, los EE.UU. no vacilarán en apelar a cualquier medio a su alcance para eliminarla.
Su plan energético los lleva a fijar como áreas estratégicas, más allá de las tradicionales, a la cuenca del Mar Caspio, la costa occidental de África y América Latina. Ésta última en una doble condición: como reserva petrolera y gasífera, y como poseedora de recursos renovables estratégicos, como el agua dulce, la riqueza forestal, la biodiversidad, la energía eólica, entre otras.
Pero la que en la actualidad recibe la mayor atención es la cuenca del Mar Caspio, que consta de Azerbaiján, Georgia, Kazajastán, Kyrgizstán, Turkmenistán, Tajikistán, Uzbekistán y partes adyacentes de Irán y Rusia. Datos del Departamento de Energía revelan la existencia de reservas probadas superiores a 33 billones de barriles, y posibles de más de 233 billones. De confirmarse estas cifras, constituirán la segunda reserva después del golfo Pérsico.
Así, los EE.UU. se han convertido en una potencia asiática con presencia militar plena en el territorio. La ocupación de Irak y Afganistán, fuerzas especiales asentadas en Georgia y bases militares en las restantes ex repúblicas soviéticas, sumado a la constante amenaza de intervenciones preventivas en lo que llama “Estados villanos” como Irán o Siria, confirman la visión que Washington tiene sobre la seguridad y su desprecio por la paz, no sólo a nivel regional sino mundial.
En lo que respecta a América Latina, Venezuela es actualmente su tercer proveedor, después de Canadá y Arabia Saudita. México es el cuarto y Colombia el séptimo, todo lo cual demuestra el interés estratégico de los EE.UU. por el dominio de la región. El personal militar asignado por el Comando Sur dependiente del Pentágono en América del Sur es superior en número al total del personal diplomático designado por el Departamento de Estado. Después de Bagdad, la segunda más grande embajada de los EE.UU. es la que tiene sede en Bogotá, Colombia.
Y hoy, se discute en el Pentágono si los jefes de misión en lugares estratégicos no debieran ser de origen militar, y no diplomático.
En este contexto, luego de acusar a Teherán de encubrir bajo el uso pacífico de la energía nuclear la fabricación de armamento y de presionar a Europa y a la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) para trasladar ese debate al Consejo de Seguridad de la ONU, los EE.UU. no sólo procuran sanciones diplomáticas y económicas a Irán, sino que amenazan con una intervención armada de carácter “preventivo” a su territorio y preparan un plan en consecuencia.
2. El Tratado de No Proliferación y el “doble estándar” en materia nuclear
No obstante el Tratado de No Proliferación Nuclear entró en vigencia en 1970, las estimaciones más conservadoras atribuyen actualmente a los EE.UU. la posesión de 6.000 misiles nucleares, a Rusia 5.000, y entre 200 y 400 a China, Francia y Gran Bretaña. A quienes se suman con certeza casi total India, Israel, Pakistán y posiblemente Corea del Norte, como poseedores de armas nucleares. En mayo de 2002, los EE.UU. y Rusia firmaron en Moscú el Tratado de reducción de armas estratégicas ofensivas, en el que se acuerda limitar a 2.200 la cifra total de sus cabezas nucleares. Es decir que 42 años después de la entrada en vigor del Tratado de No Proliferación, ambos países continuarán poseyendo armas suficientes para hacer saltar el planeta.
El objetivo del Tratado es que los Estados que tienen armas nucleares comiencen un proceso de destrucción de las mismas hasta su total eliminación (art. IV), e impedir que otros Estados comiencen a fabricarlas, todo ello desde la perspectiva de un desarme general y completo.
No obstante, nada de lo dispuesto en el Tratado afecta el derecho inalienable de todas sus partes a desarrollar la investigación, producción y utilización de la energía nuclear con fines pacíficos, por lo cual no es esto lo que está en cuestión.
Lo que está en cuestión en torno del petróleo y la energía nuclear —y ante nuestra inactividad se extenderá en el corto plazo hacia los recursos naturales de América Latina— es el interés en conservar el oligopolio del negocio. Y así, los “países amigos” están autorizados a enriquecer uranio y a poseer bombas atómicas, pero no lo están los integrantes del “eje del mal”.
Las guerras del Golfo, de Yugoslavia, de Afganistán y de Irak —algunas con arreglo a derecho internacional, otras sin él— constituyen una prueba de esta política, y ahora se debe preparar otra guerra para asegurar que la industria bélica, locomotora de la actividad económica de la administración de Bush, no corra el riesgo de entrar en una crisis. El propio Robert Mc Namara, ex secretario de defensa, caracterizó la actual política de “inmoral, ilegal, militarmente innecesaria, muy peligrosa en términos de accidentes o mal uso, y destructiva del sistema de no proliferación”.
3. El proceso nuclear iraní
Irán ha tomado la decisión de contar con un ciclo completo de producción de combustible nuclear, es decir, ingresar al “club nuclear”. Este programa de desarrollo cuenta con el consenso de toda la comunidad interna, es un factor de prestigio nacional, y todos los actores políticos están de acuerdo sobre la legitimidad del enriquecimiento de uranio. El programa nuclear con fines pacíficos es una meta buscada desde hace décadas y va más allá de las diferencias ideológicas que coexisten en su sistema político. A esto hay que agregar que, pese a sus particularidades y a la especial relación con el factor religioso, la política iraní sigue inspirada en los cánones del Estado clásico, siendo la preservación de las decisiones soberanas su principal objetivo.
El descubrimiento por parte de inspectores de la OIEA de material nuclear no declarado provocó, entre otras medidas, que se precintara la central de Parchin, cercana a Teherán. Irán se comprometió a no continuar la inyección de gas de uranio en las turbinas del reactor de Natanz e inclusive propuso a los EE.UU. participar en la construcción de nuevas plantas. No obstante, en 2005 se rompieron los precintos de la OIEA y se reinició unilateralmente el proceso de enriquecimiento.
Una sumatoria de factores emergentes de la política iraní ha despertado enormes inquietudes en todo el mundo respecto de las verdaderas intenciones de su programa nuclear. Entre ellos, su trayectoria en apoyo de grupos radicales y terroristas (como lo vivimos en carne propia en nuestro país), el constante nivel confrontativo de su retórica oficial y la falta de transparencia de su política nuclear, que lo podría poner en condiciones de fabricar armas atómicas en un plazo de siete a diez años.
Todo esto hizo que los EE.UU. primero, y luego la Unión Europea, solicitaran el envío del dossier iraní al Consejo de Seguridad de la ONU. Rusia, en cambio, propone la alternativa de participar en el proceso de enriquecimiento de uranio iraní en suelo ruso, lo que cuenta con el respaldo de China que, a su vez, se opone a aplicar a Irán cualquier tipo de sanciones.
En este marco, cabe señalar que cada una de estas posiciones está guiada por intereses diversos. A lo ya señalado sobre la extrema dureza de los EE.UU. se agrega que los países europeos no tienen plena coincidencia. Si bien Alemania, Francia y el Reino Unido (UE-3) son quienes llevan la iniciativa, los intereses petroleros y comerciales de España en Irán la llevan a sostener posiciones más flexibles. Europa, China y Rusia, al igual que Japón, se encuentran entre los principales compradores y proveedores de Irán en materia comercial.
De allí que se presentan escenarios diversos, según sean los intereses de cada protagonista. La posibilidad más compartida era continuar la negociación técnico-política, pero sus chances se consideran agotadas por el incumplimiento de las directivas impuestas por la Agencia Nuclear Internacional. La crisis pasaría así al Consejo de Seguridad, que tiene la facultad de aplicar sanciones políticas y económicas, pero con escasas posibilidades de lograr el concurso de sus cinco miembros permanentes. El tercer escenario, el de la intervención militar, aparece como el más lejano pero, una vez más, no es descartado por los EE.UU.
4. El fanatismo
Caído el Shah Reza Pahlevi en 1979, el ayatolá Jomeini instaura la República Fundamentalista Islámica de Irán. La consigna es: “El Islam y el gobierno islámico son fenómenos divinos, y sus prácticas garantizan prosperidad en este mundo y salvación en el próximo”. Jomeini establece una “regencia por delegación”, hasta la llegada del Imam oculto.
Desde entonces, el fanatismo religioso reforzó su influencia en los estrados políticos iraníes, y se acentúa en cada área de gobierno que es ocupada por los grupos chiítas más conservadores. No en vano, el actual líder espiritual de la nación, Ali Jamenei, declaró que Irán “cortará las manos” de aquel que atacare sus intereses tecnológicos.
Del otro lado, invocando la protección divina, Bush también plantea su política como una “opción moral de hierro entre opresión y libertad”.
Esto no es una novedad en la política estadounidense. Desde la fundación del país, diversas profecías religiosas le adjudican un futuro en el Reino de Dios, similar al Israel bíblico —“The New Canaan”, como algunos lo llaman—. Ya en 1630, John Wintrhop, que se imaginaba a sí mismo como un “nuevo Moisés”, escribe acerca del “pueblo ejemplar” que se está fundando. Los puritanos son el pueblo escogido a través de un “convenio con Dios”. En 1745, Johnatan Edwards sostiene que la historia de los EE.UU. “es un episodio de una narración profetizada. América es una nación que tiene como misión preparar al mundo para el reino de la paz divina.” 20 años más tarde, John Adams, segundo presidente del país, comparte su mirada de la historia como un episodio de la profecía divina: “Dios ha lanzado nuestra causa, que es parte del convenio que hemos hecho con él”.
Un siglo después, Julia Ward Howe dice que sus ojos “han visto la gloria de la llegada de Dios, la espada con la que el Mesías viene a liberar”. Para el mismo Abraham Lincoln, aún desde su humanismo, la guerra civil fue un castigo por no haber cumplido el pacto con Dios.
Superioridad moral y religiosa, ejes de la misión de ese país en el mundo, como lo demostrara su participación en las dos guerras mundiales. Y es así que Michael Ledeen legitima el uso de la violencia contra Irán, un país que practica “groseras violaciones a la decencia humana”.
El propio Tony Blair, Primer Ministro británico, acaba de declarar que es Dios quien juzgará su decisión de intervenir en Irak junto a los EE.UU.
De lo que se trata es tramitar el tema en términos de búsqueda de equilibrios, y no de “choque de civilizaciones”. El primer camino implica superar el fanatismo; el segundo enfrenta un fanatismo con otro.
5. La posición argentina
Es así que la evolución del proceso nuclear iraní se torna un tema central de la agenda de seguridad internacional. En consecuencia, es un asunto que nos afecta y que requiere de parte de la Argentina —así como de la región— una posición clara y firme. Ésta debe priorizar nuestros intereses de largo plazo en el marco de nuestra alianza regional, desde una visión común sobre este momento crucial de la humanidad. Una posición basada en valores y principios, y no en razones prácticas de coyuntura, fundadas en inciertos y espurios mecanismos de trade-off.
Nuestro país es miembro no permanente del Consejo de Seguridad de la ONU hasta el 31 de diciembre de 2006, y además ocupa su presidencia durante el mes de marzo, en que el tema puede ser tratado. Se presenta una oportunidad propicia para ejercer liderazgo moral, cultural e intelectual. Es desde ese lugar de enunciación que la Argentina —en nombre de la comunidad sudamericana— debería mostrar una referencia de ética y racionalidad frente a la extralimitación y el fanatismo que exhiben los actores principales del proceso.
Nuestra posición debe asentarse sobre cuatro pilares básicos y simultáneos: 1. la defensa del derecho internacional; 2. la lucha contra la proliferación nuclear con fines bélicos; 3. la promoción del desarme; y 4. la protección de la seguridad energética mundial.
Ciertamente, la cuestión trasciende la relación bilateral EE.UU.-Irán. En el caso del primer país, ha recobrado fuerza en esferas gubernamentales y académicas conservadoras la necesidad de realizar un ataque militar preventivo, que de concretarse no haría más que aumentar la inestabilidad regional en Oriente Medio, alentando una nueva escalada terrorista.
En este marco, la opción que cabe apoyar es la de un desarrollo nuclear altamente vigilado por la autoridad internacional, con el consenso del mayor número de Estados, de modo de comprometer a los EE.UU. con una solución negociada del conflicto. Nuestro compromiso debe ser con la no proliferación, con el derecho que tienen todos los países, incluyendo Irán, de poseer un programa de investigación y desarrollo nuclear con fines pacíficos conforme lo estipulado por el TNP, y con el apoyo a todas las medidas que tome la comunidad internacional para asegurar que no existan contravenciones de parte de ese país.
La Argentina debe ordenar su posición en base al Derecho Internacional, no sólo respecto de la no proliferación nuclear sino también respecto del desarme. En ambos campos, y a pesar de otras desinteligencias de nuestra política exterior, la Argentina cuenta con una incuestionable autoridad. En el caso de la no proliferación por haber subscripto los principales regímenes internacionales y regionales sobre el tema. En el caso del desarme, por una vasta trayectoria que se remonta a la segunda posguerra.
A su oposición a la proliferación nuclear horizontal de carácter bélico, debemos sumar un fuerte cuestionamiento al armamentismo y la proliferación nuclear vertical. Dos temas que ocupan un lugar muy menor en la agenda global, y es preciso que la Argentina los reinstale desde la oportunidad que hoy tiene en el Consejo de Seguridad para forjar alianzas en pos de ese objetivo.
Por último, es preciso también señalar el riesgo para la seguridad energética mundial que implicaría un agravamiento de esta controversia. Esto significaría llevar al petróleo a un valor nunca antes conocido, y a una consiguiente “guerra energética” en Asia Central de consecuencias impredecibles.
En suma, la Argentina debe impulsar la formación de una coalición de suficiente peso que detenga, desde los mecanismos multilaterales, todo intento iraní de utilizar la energía nuclear con fines bélicos. Y que atempere, al mismo tiempo, el ímpetu imperial. Las dignas posiciones de México y Chile en el momento de tratarse la invasión estadounidense a Irak, constituyen un antecedente válido al respecto.
Y debemos actuar a partir de un sistema de consulta permanente con los países del área, en especial del MERCOSUR, hoy tan debilitado. No olvidemos que dos años atrás, hemos acordado con Brasil que un representante de la cancillería brasileña acompañe a nuestra delegación ante el Consejo de Seguridad, así como nuestra cancillería acompañó oportunamente a la delegación de ese país.
Es posible inspirar el respeto de la comunidad internacional a partir de una posición de principios, en contraposición con el pragmatismo dominante. El actual clima de intolerancia y violencia generado por la amenaza permanente de intervenciones armadas, es remediable. La Humanidad cuenta con las herramientas del derecho, la justicia, el desarrollo y la paz, para evitar un “choque de civilizaciones” de consecuencias imprevisibles, y seguramente irreparables.