Reportaje de Jorge Makarz y Telémaco Subijana

Publicado en Iniciativa

Entrevistamos en exclusiva a Carlos Raimundi, Diputado Nacional del kirchnerismo (bloque Nuevo Encuentro). Es abogado y docente de la Universidad Nacional de La Plata. Ha sido diputado nacional en tres oportunidades, fue Colaborador de CEPAL en Buenos Aires y ha escrito numerosos libros, entre ellos “Dinero y Política. La espuria relación entre los aparatos partidarios y las instituciones públicas”, “Hacia la moneda única del MERCOSUR. Ni dolarización, ni devaluación” y “Coparticipación. Hacia un nuevo Contrato Social”. En esta oportunidad, señala los rasgos más importantes del proceso de integración regional, destacando que en este primer decenio del siglo XXI los países de América Latina se han recuperado de 3 décadas pérdidas y construyen una identidad común. También reflexiona sobre el escenario geo-político actual y analiza el contraste actual entre las políticas inclusivas de los países de la región y el ajuste que llevan adelante los líderes europeos. La ampliación del MERCOSUR a partir del ingreso de Venezuela y el papel de Brasil como actor en ascenso del sistema económico mundial. Leer más.

¿Cuáles considera que son los rasgos más importantes del proceso de integración regional?

A lo largo de esta primera década del siglo XXI se han ido construyendo trabajosamente algunos rasgos de identidad del proceso latinoamericano. En este sentido, quizás uno de los más importantes sea el de autonomía, el de tratar de afrontar los problemas sudamericanos o latinoamericanos a partir de una decisión de romper con el tutelaje histórico de Estados Unidos. En los últimos años ha sido notoria la búsqueda de soluciones a las diferentes problemáticas por fuera del esquema de la OEA.

En segundo lugar, cabe destacar la fuerte sensibilidad por los humildes y excluidos de cada uno de los países al mismo tiempo que se inició -necesariamente- un proceso de recuperación del Estado como agente que regula e interviene a favor de esos sectores. Este es un punto central. Y el rol protagónico que hoy asume el Estado en la mayoría de los países de Sudamérica puede ilustrarse a partir de la reapropiación de recursos estratégicos -como el petroleo- por parte de los diferentes gobiernos populares para luego transferir recursos a la sociedad.

Otro rasgo tiene que ver con que se trata, en su mayoría, de democracias plebiscitarias. Han funcionado las instituciones liberales, pero por sobre éstas se produjo la aparición de una importante cantidad de instituciones sociales y una mayor presencia del pueblo en las decisiones. Es decir, la voluntad de los líderes populares ha estado, en términos relativos, menos mediatizada por los parlamentos y/o las instituciones liberales y más vinculada a las posiciones expresadas por la voluntad popular en sucesivas elecciones. A modo de ilustración, podemos mencionar las diferentes elecciones de Asambleas Constituyentes para llevar adelante reformas constitucionales o mandatos revocatorios o confirmatorios -como en los casos de Bolivia y Venezuela- y diferentes movilizaciones del pueblo rechazando los intentos de golpe -como en Venezuela en el 2002 o luego en Bolivia y Ecuador.

Por otra parte, no es menor que se trata de una región pacífica. América Latina posee una gran biodiversidad, así como Medio Oriente tiene recursos energéticos. La diferencia es que América Latina hoy no tiene conflictos étnicos, religiosos o sociales de tal envergadura que desplacen el centro de atención de la defensa política de esos recursos. Por eso fueron hechos trascendentales haber sacado a América Latina de cualquier riesgo de resolución no pacífica de sus conflictos -tal como ocurrió a partir del liderazgo de Néstor Kirchner en la UNASUR durante el conflicto entre Colombia y Venezuela-, la negativa al ALCA -en momentos en que el gobierno de Bush aún no había sido deslegitimado- y el diseño de instituciones financieras autónomas como el Banco del Sur o el SUCRE.

En este contexto, considero importante destacar que en un principio no fue sencillo construir un cuadro de situación de unidad latinoamericana debido a las diferentes particularidades, rasgos y liderazgos. El modelo de Lula Da Silva, por ejemplo, fue distinto al que encabezó Hugo Chávez -o incluso al de Evo Morales. Los países asumían distintas relaciones con sus endeudamiento externo, con el poder militar, con la memoria de inclusión que tienen sus pueblos, etc. Sin embargo, prevaleció la unidad. En este sentido, es posible visualizar rasgos en común de todos estos gobiernos: en términos electorales, a pesar de sus diferencias, todos le ganaron sus contiendas electorales a opciones que estaban a su derecha, que de alguna manera representaban la continuidad de la década neoliberal.

En este sentido, es importante destacar la herencia que tuvieron que afrontar los gobiernos populares que surgen en la primera década del siglo XXI. ¿Qué opina al respecto?

Claro, cabe destacar que América Latina, en este primer decenio del siglo XXI, se recupera de tres décadas perdidas, no de una. La de los ’70 es una década perdida en términos de institucionalidad democrática. En ese momento, el 80 % del continente estaba atravesado por dictaduras que respondían al modelo del imperialismo estadounidense, claramente. En plena guerra fría, jugaban un rol determinado a favor de la doctrina de la Seguridad Nacional y del ajuste estructural. En este contexto, a raíz de esa década perdida de institucionalidad democrática, se pierde la década de los ’80 en términos económicos. Y luego, en los ´90, como consecuencia de esas dos décadas pérdidas, se termina de producir un quiebre social. A modo de ilustración, mientras en los ´60 no eran grandes las diferencias que se podían observar entre las capitales latinoamericanas -que venían del impulso del proceso desarrollista- y las de Europa -que se estaban reconstruyendo de la posguerra, Plan Marshal mediante-, como resultado de estas tres décadas perdidas el contraste es abismal. Padecimos el ajuste estructural bajo las vías de las dictaduras y de la “Doctrina de la Seguridad Nacional”.

Es importante entender qué ocurría en el mundo. En plena Guerra Fría hubo un paradigma del imperio norteamericano que señalaba que la confrontación militar se daba en términos tan sofisticados que las Fuerzas Armadas de América Latina no eran capaces de enfrentar al enemigo en términos militares. Por lo tanto, lo tenían que hacer en términos ideológicos. Es decir, los gobiernos no podían crear una estructura capaz de soportar un ataque de misiles pero si podían cerrar librerías, intervenir sindicatos, censurar a los artistas populares y reprimir a los estudiantes. Entonces, ese brazo militar fue el sistema represivo que sofocó las resistencias a la aplicación del plan de ajuste estructural. Y, en este sentido, considero que ese proceso de dictaduras en América Latina no fue casual. A mediados de los años ´70 se produjo una contienda a nivel mundial, de luchas de clases -en términos marxistas-, por la apropiación del gran excedente acumulado por el capitalismo desde la posguerra. El mundo generó desde la aparición del hombre hasta el año 1945 la misma cantidad de bienes y servicios que produjo entre el 1945 y 1975. Eso derivó en un punto de eclosión que hizo entrar en disputa a los dos grandes sectores. En este sentido, dos son los factores que van a provocar la crisis: la multilateralidad, a partir de la aparición de organismos que de alguna manera van a disciplinar la soberanía nacional como valor absoluto, y el desarrollo de un poder económico financiero trasnacional que termina generando conglomerados económicos con más poder que muchos países. Al mismo tiempo, surgen tres grandes ramas: el pacifismo, a partir de la carrera espacial, nuclear y armamentista; el ecologismo, como reacción a la industrialización sin medida; y el feminismo, a partir de la incorporación de la mujer tanto desde el lado de la producción como del consumo. Todos estos factores fueron caldo de cultivo a una cantidad de movimientos sociales y políticos que empezaron con la independencia de la India. Caben destacar, entre otros, la Guerra fría, la Revolución Cultural china, los procesos de emancipación de Asia y África, los procesos de descolonización generados a partir de los movimientos de liberación nacional, la formación del Movimiento de Países No Alineados, el Concilio Vaticano II -que en América Latina da origen a la Teoría de la Liberación-, la Revolución Cubana, la derrota del imperialismo -del ejército más poderoso del mundo- a manos de un ejército popular como el de Vietnam, la eclosión del pacifismo, la lucha de Malcom X y Martin Luther King, la Primavera de Praga, el Mayo Francés. Todos estos acontecimientos, que por supuesto no estaban coordinados, daban cuenta de un enorme caudal de movilización inorgánica y desestructurada que se oponía al conglomerado económico y financiero que se expandía a partir de los ´70, luego de la crisis del petróleo. En este contexto, esta crisis, en lugar de saldarse a favor del desarrollo de los países productores, se salda a favor de los países industrializados, que terminan captando los dólares de la crisis petrolera para financiar la revolución tecnológica. Y a esta fuente de financiamiento, hay que agregarle el endeudamiento contraído por las dictaduras de América Latina.

Luego de esta primera fase de ajuste, en la que las dictaduras militares reemplazan aquellos paradigmas cepalinos -que aunque no dejaban de ser parte de la Teoría de la Dependencia se trataba de una puja por la redistribución en sistemas que generaban ingresos-, destruyen las burguesías nacionales y desmantelan el aparato productivo privado en la región; durante los ´80 comienza una segunda fase en la que se produce tal hartazgo social a las dictaduras que empiezan los procesos de transición a las democracias. Ahora bien, estos procesos generan una gran cantidad de demandas sociales pero cuentan con una menor capacidad de respuesta a causa de la destrucción de sus sistemas productivos. Es así que, ante el fracaso de iniciativas socialdemócratas, la salidas democráticas en América del Sur son neoliberales. Pero a diferencia de la primera fase, que se había materializado a partir del aparato represivo, esta vez se lleva adelante desde el consenso electoral. Y en esta segunda fase lo que se desmonta es el aparato estatal a partir de políticas de desregulación y privatización. Como consecuencia, se termina de derrumbar nuestra capacidad productiva, se multiplica el endeudamiento, se agrava la crisis social y se condiciona la capacidad de actuación del Estado. Nuestras economías nacionales pasan a ser economías tuteladas por las políticas de ajuste del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.

En este escenario, en el primer decenio del siglo XXI se provoca en América del Sur una ruptura profunda con ese sistema. Por supuesto que con matices. En Bolivia, por ejemplo, se da un caso en donde se evidencia la transferencia directa de recursos. En la Argentina, por su parte, hay una importante reapropiación simbólica de la soberanía. Con una memoria de inclusión distinta a la de otros países de América Latina, se apropia mucho de los símbolos y, a partir de ahí, se instituyen toda una cantidad de disputas que después se van profundizando: la renta sojera, los monopolios mediáticos, entre otros. En Venezuela hay una apropiación de renta muy fuerte. En el caso de Brasil, por su parte, se da un sistema distinto: hay una alianza con el sector empresario nacional y con los sectores financieros. Eso hace que tenga una política mucho más moderada en términos de reformas estructurales, pero con la envergadura y capacidad que tiene la economía brasileña le alcanzó para generar un fondo social y sacar a sectores muy grandes de la población de la pobreza extrema. Como resultado, Lula obtuvo una gran legitimidad que continúa y es posible observar en el crecimiento y desarrollo territorial del PT.

¿Cómo visualiza el escenario geo-político actual? ¿Qué opina del contraste entre las políticas que se llevan adelante en América del Sur respecto a las iniciativas de los líderes europeos para salir de la grave crisis económica que vive Europa?

Claro, Europa vive una crisis muy profunda que no es financiera; es una crisis de acumulación del sistema capitalista. Esto es importante porque del diagnóstico depende la respuesta. Si se trata de una crisis financiera, basta con acertar en la receta. Por su parte, si es una crisis sistémica, hay que preguntarse por la vigencia y la legitimidad de las pautas de acumulación. Considero que este es el problema, creo que el precio de todas las conquistas sociales del Estado de Bienestar europeo es la pobreza de los países dependientes. Entonces, fue tal el desenfreno y el desenfado de la lógica de acumulación del capitalismo financiero -que acumula volúmenes de renta infinitamente superiores a los volúmenes de producción-, que terminó afectando a sectores cada vez más cercanos al centro. Hoy hay un centro cada vez más acorralado y una periferia que se va haciendo cada vez más grande. En este contexto, es importante destacar que los líderes latinoamericanos lo han advertido; para América del Sur ya no es más un punto de referencia el modelo de acumulación de los países del norte. Por lo tanto, lo que hay que hacer es combatir la lógica de acumulación del capitalismo desenfrenado con las instituciones de la economía social que tienen que ver con los fondos de desarrollo local, el comercio justo, el precio razonable, las fábricas recuperadas, los microcréditos, la economía familiar y campesina de base, etc. No veo otra alternativa, se trata de ir construyendo una economía de escala pero a partir de un alto nivel de asociativismo, opuesto a la lógica del capitalismo financiero vigente. Si América Latina hubiese seguido bajo el dominio de esa estrategia financiera, se habría desplomado como Europa, con la diferencia de que el viejo continente se cae desde el Estado de Bienestar y América Latina lo hubiese hecho desde la pobreza estructural.

En este escenario, Estados Unidos sigue tratando de recuperarse pero asume rasgos muy complejos que hay que atender: cuenta con el 4 % de la población mundial pero consume el 30 % de la energía y su presupuesto de defensa es superior a la suma del resto de los presupuestos del resto de los países del planeta. Por otra parte, China aparece como un nuevo actor al que América Latina tiene que observar con mucha inteligencia. Su crecimiento avizora la modificación del actual esquema unipolar pero, al mismo tiempo, encierra el interrogante de cómo se comportará la región frente a una nueva hegemonía -si se reproducirá la misma relación de centro-periferia que tuvimos respecto del Imperio Británico, primero, y luego con EE.UU. o no. Se trata de un desafío importante y requiere de una gran unidad. Por otro lado, no debemos olvidarnos de África. En la medida que el mundo desarrollado se olvide de este continente en términos de inclusión a niveles de dignidad, África se los va a hacer recordar -vía plagas, violencia, inestabilidad u otra manera. También es importante observar el debate de Medio Oriente en relación al tema de las falsas Primaveras Árabes que, en mi opinión, están armadas por las grandes cadenas mediáticas. En muchos de esos movimientos sociales uno encuentra movimientos políticos pagos por EE.UU. ¿Para qué? Para controlar los recursos estratégicos vía bases militares, para desplazar a los gobiernos nacionalistas y para cercar a Irán, que es el único país que está en condiciones de poner en cuestionamiento la ecuación de poder dentro de Medio Oriente. En este sentido, veo como algo importante el cauce de conversaciones de la Argentina con Irán en relación al caso del atentado de la AMIA y del vínculo que hace la Justicia de nuestro país con anteriores gobiernos de Irán. Esto no quiere decir que uno comparta todo con ese régimen -por ejemplo, Ahmedinajad niega el Holocausto, cosa que por supuesto no comparto-, sino que nuestros países tienen que tener la inteligencia suficiente para saber la importancia estratégica que tiene esa región del mundo y no dejar que los Estados Unidos la pinten de un solo color. Por eso veo tan importante el papel que en Naciones Unidas y la diplomacia internacional está jugando el Consenso de Shangai, que detuvo lo ya hubiera sido una invasión de la OTAN en Siria. Pero el objetivo último que tienen no es Siria sino Irán. Por último, destacar la necesidad de reconocer al Estado Palestino, tanto por razones de legitimidad como geopolíticas, en términos también de modificar esa ecuación muy monocolor que hay en la política imperialista y capitalista sobre Medio Oriente.

¿Qué expectativas tiene en relación al ingreso de Venezuela al MERCOSUR -que seguramente será sucedido por la incorporación de Bolivia y Ecuador- y cómo analiza el rol de Brasil como potencia mundial?

Brasil se debate entre su liderazgo regional y su papel como potencia de segundo orden, junto con los otros países del continente, en el BRIC. Brasil ha decidido jugar de esta manera y no necesariamente una cosa es contradictoria con la otra. Así como el PBI de la Argentina es la cuarta parte del PBI de Brasil, el PBI de Brasil es la cuarta parte del PBI de China y es sensiblemente inferior al de Rusia. Entonces, Brasil quiere jugar en los BRIC, cosa muy razonable, pero al mismo tiempo tiene en relación a los BRIC los mismos problemas de escala que tenemos los demás países de América Latina con Brasil a nivel regional. Por lo tanto, para que Brasil pueda jugar un papel protagónico en esa escala superior, necesita acordar políticas con la región para acudir a ese nivel de asociación planetaria en nombre de la región -y no solo en términos individuales. Y, en este sentido, creo que Brasil tiene la necesidad de no descuidar su papel de organizador de la política regional. Por eso son muy importantes los avances de la UNASUR a partir de liderazgos como los de Cristina Fernández de Kirchner, Dilma Rousseff, Rafael Correo y Hugo Chávez.

En este sentido, el MERCOSUR vendría a ser la expresión comercial, económica y productiva de la UNASUR; porque una vez conformada esta unión, el MERCOSUR pierde sentido en términos políticos. Ahora bien, el MERCOSUR puede jugar un papel importante como base de integración económica, productiva, energética y de conectividad. Por lo tanto, creo que son dos filminas que se van superponiendo. Parten de lugares distintos pero se van encontrando, superponiendo y unificando. A mí me pareció muy positiva esa capacidad de reflejo que tuvieron los países del MERCOSUR, en la cumbre de Mendoza, cuando, al mismo tiempo que deciden la separación transitoria de Paraguay, deciden la incorporación de Venezuela. La ampliación del MERCOSUR es muy importante.

Por otra parte, el MERCOSUR tiene asignaturas pendientes, como la de construir una ciudadanía MERCOSUR. Para hacerlo, hay que facilitar trámites, vincularlo con la vida cotidiana, ampliar e igualar derechos, facilitar los pasos fronterizos, ampliar las incumbencias de las universidades, enseñar los segundos idiomas, etc. Por otra parte, considero que también hay un déficit de instalación de la idea de que, por ejemplo, Argentina y Brasil no pueden relacionar sus industrias en términos de competencias sino que la tienen que relacionar en términos de complementación. Yo creo que un argentino no puede relacionarse con una empresa de electrodomésticos de Brasil en términos de cupos; debería relacionarse en términos de que cualquier componente de un electrodoméstico que yo fabrico es mejor que tenga un mercado de trescientos millones de habitantes y no de cuarenta. Ahora, eso es una tarea pedagógica que hay que hacer y que seguramente lleva tiempo.