La disputa por la hegemonía es nuestra

Hoy no son los tanques en las calles. Son los golpes blandos como los que se intentaron en Bolivia o Ecuador. 

 

Posiblemente, a quien lee esta nota le sucede con familiares o amigos con quienes comparte valores y formas de vida, que, a la hora de valorar la actualidad política, encuentra diferencias profundas y en algunos casos abismos. No me refiero al odio que algunos de ellos arrastran frente a la impertinencia histórica del peronismo, lo que, en otras palabras, Mempo Giardinelli llamaría "gorilas". Tampoco me refiero a su opinión sobre medidas concretas del gobierno. Me concentraré en esa predisposición de algunos para situarse en un lugar de equidistancia, neutralidad, indiferencia o ajenidad, respecto de la batalla cultural, la batalla por el sentido, la batalla por la hegemonía política que se está librando por nuestros días en América del Sur, y en la Argentina en particular.


"Que no me metan en una pelea que no es mía", "qué tengo que ver yo con eso", "es una guerra de la cual no me siento parte…", acostumbramos a escuchar de boca de esos pretendidos neutrales, que no quieren verse involucrados en la batalla entre el gobierno popular y las grandes corporaciones, encabezadas por el Grupo Clarín.
En una reunión familiar me decían que TN es un canal "democrático" porque invita oficialistas, en obvia comparación con los medios públicos, donde muy rara vez concurren opositores. Me consta de boca de esos mismos opositores, que rehúsan concurrir cada vez que son invitados. Deben sentir que les basta con ser habitués de los medios hegemónicos. Si no están en los medios públicos, no es por falta de invitación, sino por decisión propia.
Cuando escuché aquello no podía creer la precariedad de análisis, viniendo de personas tan inteligentes para desenvolverse en otros ámbitos de la vida. Lo cual prueba la gran capacidad que han tenido esos medios hegemónicos para modelar su interpretación de la política. No podía creer que alguien calificara a un canal como democrático, por el hecho de que después de estar las 24 horas machacando con un mensaje desesperanzador, con zócalos que prenuncian catástrofes, con operaciones vergonzosas, después de toda esa línea editorial destituyente, le den un espacio de cinco o diez minutos a un oficialista, a punto de dar las 12 de la noche.
Me inclino por analizar este fenómeno desde otra perspectiva. El 26 de julio último asistí a una nueva y multitudinaria edición de La Marcha del Apagón en Jujuy. Alude a la terrible represión de 1976 en la zona de influencia del ingenio Ledesma, que terminó con la vida de decenas de trabajadores, entre ellos, Luis Arédez, por entonces intendente de Libertador General San Martín. También de estudiantes y militantes, que, sin ser de la empresa, cuestionaban los despojos a que la misma sometía a los sectores populares de esa región.
A raíz de ello es el juicio que se lleva a cabo contra su dueño, Carlos Pedro Blacquier, a pesar de la protección de la que goza de buena parte del aparato judicial, económico y mediático de la provincia. Junto al juzgamiento de las persecuciones en Loma Negra, de Amalia Lacroze de Fortabat, es uno de los juicios más emblemáticos por la participación civil en el terrorismo perpetrado por la última dictadura. Con otros grupos similares, forman el núcleo de concentración económica conformada por el modelo de José Alfredo Martínez de Hoz. Recogieron, en definitiva, los beneficios de la destrucción de aquella burguesía nacional que sostuvo, hasta mediados de los años setenta, el crecimiento del país. Una burguesía con la que los trabajadores tenían una intensa puja por la distribución de los ingresos, precisamente porque se trataba de una sociedad de pleno empleo, que generaba esos ingresos. Y que derivó en la altísima concentración que describieron Azpiazu, Basualdo y Khavisse, en su ensayo El nuevo poder económico.
Aquella represión, aquel terrorismo, provenían de un Estado totalitario, bajo el mando logístico militar, la inspiración económica empresaria y el fuerte apoyo del Departamento de Estado de los EE UU, como en toda la región. Con el objeto de erradicar la resistencia popular al plan de concentración económica, expansión financiera, endeudamiento y exclusión social.
El elemento vital, que se agregó a la represión física y al ajuste económico, fue la conformación de todo un aparato de comunicación de masas, encarnado por la empresa Papel Prensa, convertida así en un socio principal. Su misión, a cambio de la cual logró su crecimiento, era moldear el clima social de aceptación al modelo, con técnicas muy idóneas para determinar cómo vastos sectores –predominantemente de clases medias– debían interpretar aquella realidad.
Así, el 24 de marzo de 1976 Clarín calificaba lo ocurrido como "Nuevo Gobierno", y el 26 de marzo señalaba: "favorable repercusión tuvo en el exterior, y el mejor indicador se reflejó en el mercado de cambios de Montevideo, donde el peso argentino experimentó un alza del 15%". El 19 de junio decía: "Kissinger apoya la gestión económica, que acordaría importantes créditos del FMI". Y el 29 de marzo de 1981, cuando ya nadie, y menos los periodistas, podía aducir ignorancia, Ernestina de Noble hablaba de los "logros alcanzados" y de "la consolidación definitiva de la victoria".
Lo que hacían era, nada menos, configurar el polígono de poder con vértices en lo militar, el apoyo de los EE UU y los organismos financieros, que terminarían de cobrarse el endeudamiento externo con las privatizaciones de la década del noventa.
Aquel proceso de destrucción de la burguesía nacional, de la sociedad de pleno empleo, de las conquistas sociales de los trabajadores, del espíritu de debate y militancia juvenil, terminó desmantelando los resortes estratégicos del Estado, y deteriorando nuestra vida cotidiana en términos de más desocupación y más pobreza, menos recursos para la educación y el sistema de salud, es decir, aspectos concretos que descartan que alguien pueda calificar como "ajena" la batalla de estos tiempos.
No obstante los grandes esfuerzos del gobierno nacional instalado en 2003, todavía padecemos las presiones extorsivas de la concentración de las grandes cadenas de producción en siderurgia, cemento y alimentos, las grandes exportadoras de materias primas, el incremento de la concentración ya existente en la tenencia de la tierra, la extranjerización de la banca y la multiplicación exponencial de la deuda, la cartelización de los formadores de precios y el poder extorsivo de los grandes liquidadores de divisas. Maliciosa o inocentemente, se equivocan, pues, aquellos que sostienen: "no me vengan con cosas que pasaron hace 35 años".
Todavía vivimos las consecuencias de cierta indiferencia frente a lo público, y somos testigos de lo difícil que resulta reconstruir un Estado eficiente y un tejido social y productivo acorde con el desarrollo que toda sociedad merece. Por eso, cuando un militar, un empresario, o el ex ministro Martínez de Hoz son procesados y puestos en prisión, no se trata tanto de su poder concreto, muy disminuido por su condición de octogenarios. Sino del rescate del símbolo que significa recuperar por vía estrictamente institucional la Verdad Histórica y la Justicia, como valores instituyentes de la dignidad recuperada de una sociedad. Y actualizan un debate, no sólo sobre lo que pasó, sino además, un análisis retrospectivo de cuál fue la conducta de cada uno de nosotros frente a aquellas circunstancias. Y, presos los conductores militares y civiles, el poner el acento sobre el CEO de aquel monopolio mediático que fuera arquitecto del colosal aparato comunicacional que sirvió de soporte a la represión, al ajuste y a la indiferencia –y en el peor de los casos a la justificación–, es justamente plantear la batalla cultural en los ejes que corresponden.
Hoy no son los tanques en las calles. Son los golpes blandos como los que se intentaron en Bolivia o Ecuador, y se concretaron en Honduras y Paraguay. Y se apoyan en largas campañas de desgaste, de horadación de la credibilidad. Pero el mensaje es el mismo. Cuando Biolcati dice: "quien critica al campo, critica a toda la Argentina", no hace menos que repetir el concepto "nosotros somos la Argentina", y justifica con ello la destitución –ayer con tanques, hoy con dólar blue y zócalos de TN, de los gobiernos populares que demuestran que la Argentina somos todos y todas.
Casi nadie se acuerda de cómo se llamaba el candidato opositor al cual derrotó Perón en la elección de 1946. Es mucho más recordada la consigna "Braden o Perón", como eje de aquella campaña. En ausencia de candidatos opositores de fuste, la batalla contra el jefe de Clarín, Héctor Magnetto, marca, pues, un eje central que no es ajeno, ni del pasado, sino de todos, y plenamente vigente. No sólo en cuanto a nuestro presente, sino sobre cómo delinear nuestro futuro.