Uno de los objetivos más buscados y mejor logrado históricamente por el discurso hegemónico del poder real ha sido el mantenerse oculto.

En consecuencia, uno de los mayores avances del campo popular en la ‘batalla cultural’ en la que estamos inmersos aquí y en toda la región –y que el poder menos perdona– ha sido poner como un eje central de debate la disputa por el poder, visibilizar al poder, denunciarlo explícitamente.

Somos un país que tiene condiciones para el autoabastecimiento energético, y que a su vez produce alimentos para varias veces su población, donde no obstante persisten considerables bolsones de pobreza. Algo tienen que ver las clases dominantes, no sólo desde el punto de vista de su capacidad económica, sino desde su potencia para construir un sentido común mayoritario sobre diversos tópicos centrales. Hay un discurso político instalado por las clases dominantes en función de la preservación de sus intereses, que es, ni más ni menos, la cristalización de esa estructura social signada por la desigualdad.