Columna de Carlos Raimundi en 7.0, el programa de Luis D´Elía y Leonardo Cofre en AM770.

Cuando el periodista Nelson Castro dice que si los acopiadores no liquidan la cosecha es culpa de la Presidenta, me recuerda al argumento de la esclavitud, que sostenía que el maltrato cesaría si el esclavo se portaba bien.

Los acopiadores son responsables a través del contrabando desde la Argentina, de que Paraguay exporte por un valor superior al de su producción, y con el producto de esa evasión, pueden sostener el mercado ilegal del dólar. Para resolver ambas anomalías, reitero nuevamente, es fundamental incrementar la intervención del Estado.

De hoy en adelante, quisiera ir mechando temas de la agenda del futuro. Una década atrás, los grandes problemas que definían la agenda pública eran el hambre y la falta de empleo. Desde luego que aún quedan nichos de pobreza, pero es extraordinario lo que se ha avanzado, de tal modo que la inclusión social genera demandas nuevas.

De esto hablamos el último jueves en La Plata, con Rubén Pascolini, en una charla titulada “El derecho a otra ciudad”. Allí decíamos que las grandes urbes presentan nuevos temas sociales, que son sin duda menos graves, pero cuya solución se torna igualmente muy compleja.

Por ejemplo, los estándares de seguridad. No voy a hablar de políticas específicas de seguridad, pero sí voy a reafirmar lo que decía Luis D´Elía más temprano, es decir, que se trata de un problema serio de la política. Y tal vez diga algo políticamente incorrecto, y no tengo pretensión de ser dueño de la verdad, pero debo ser muy honesto intelectualmente: no vamos a volver a los niveles de seguridad que teníamos cuando yo era chico. O, mejor dicho, no vamos a poder volver a ello en poco tiempo, y mucho menos si se sostiene este sistema de acumulación financiera desenfrenada como base de la organización de la sociedad.

Cuando yo era chico dejábamos la puerta abierta, no cerrada sin llave, la puerta de un costado de mi casa, que daba a un pasillo. La dejábamos lisa y llanamente abierta, trabada a la pared con un ganchito, directamente abierta. Por ahí entraba el lechero a dejar la leche, y entraba una tía de mi papá que se llamaba Mariquita, y que le venía a dejar la pila de camisas planchadas con almidón. Yo sería un demagogo mentiroso, si dijera que en el corto plazo vamos a volver a eso, a niveles de seguridad que nos permitan dejar la puerta de calle abierta. Si lográramos eso, deberíamos volver al almidón, y no vamos a hacerlo. Lo podríamos pensar desde un rediseño de la sociedad, pero no desde el modelo vigente, que nos plantea desafíos muy complejos.

Los otros días, mi hijo y sus compañeros miraban los goles de la selección argentina por el celular, dado que no podían ver el partido porque coincidía con el horario de colegio. Ahora bien, ¿alguien puede pensar que los adelantos tecnológicos llegan a nuestros hijos y no a las bandas del crimen organizado? Estas están más adelantadas todavía.

Si sumáramos la cantidad de recursos financieros que hay en el sector privado en el mundo, y las comparáramos con los recursos públicos de los bancos centrales, veremos que se trata de una suma varias veces superior a los recursos públicos. Y esto habla de una relación de subordinación de la política a los mercados. Y esto es, en parte, lo que se votó ayer en Naciones Unidas en apoyo mayoritario a la propuesta argentina de fijar reglas internacionales para los fondos-buitre.

Ese capital financiero se nutre de muchas actividades, entre las cuales la más rentable de todas en el mundo es el comercio de armas. Y no sólo se trata de las que bombardean Palestina, sino las armas de segundo orden que van a parar a los países subdesarrollados. Quiere decir que si combinamos adelanto tecnológico, comercio de armas y retroceso del Estado, nos encontramos ante una agenda de seguridad extraordinariamente compleja, que no se resolverá con las recetas tradicionales, sino con nuevos acuerdos y de muy largo plazo.

Otro tema, que tiene una complejidad muy grande, y que no puede resolverse desde los estándares de cuando éramos chicos, es el tema ambiental. Cuando nosotros éramos chicos, el invierno era invierno y el verano era verano. ¿Por qué ahora no? Porque las emanaciones toxicas producto del crecimiento desenfrenado le han puesto una compresa a los fenómenos atmosféricos que redoblan su carga de energía, de virulencia, y por lo tanto sus consecuencias sociales. Esto también requiere otro tipo de políticas.

Planteo estas cosas para dar inicio a una serie de columnas que aborden los temas de la agenda social que prosigue a un período tan importante de inclusión como el que hemos vivido en esta última década.