El tipo de abordaje de los grandes medios sobre el tema de la denominada inseguridad ciudadana no es un fenómeno solamente argentino, sino que se trata de un discurso de las derechas que puede analizarse de manera similar –inclusive en el lenguaje utilizado- en todo nuestro subcontinente. Y forma parte de la estrategia de agitar la cuestión de la inseguridad como uno de los ejes para desgastar a los procesos populares de la región.

Desde luego que hay tareas urgentes para nuestros gobiernos. Debemos reconocerlas y dar respuesta, porque se trata de una preocupación real, efectiva, para muchísimas personas. Y es allí donde toman valor las políticas concretas sobre las áreas policial, judicial y del servicio penitenciario. La ineficacia y la corrupción en el servicio penitenciario de la Provincia de Buenos Aires es muy ostensible, desde el momento que alrededor del 80% de los delitos callejeros son cometidos por personas reincidentes. Esto significa que lejos de cumplir con su misión de reintegración a la sociedad, empeora la situación. Y hay ineficacia en todo el proceso que va desde la investigación, detención, juzgamiento y privación de libertad, es decir, estamos ante una verdadera crisis institucional de la inseguridad. Por ello debemos condenar aquellas respuestas que reducen el tema a una propuesta prácticamente milagrosa, porque se trata de un tema muy complejo, y multidimensional, que debe ser abordado seriamente, con políticas de largo plazo y de manera integral. Todos ingredientes que, tal vez en este tema más que en otros por su complejidad y por la demanda social, llevan a formular verdaderas políticas de Estado.

Desde lo puramente conceptual, si me preguntaran si es mejor un policía con un buen machete para golpear o una escuela con aulas aireadas, bien equipadas y docentes que den clase con mucha capacitación y dignidad laboral, yo me inclino por esto último. No tengo dudas de cuál es una mejor política de seguridad. Pero también debemos ocuparnos del corto plazo.

Nunca me van a escuchar decir que la inseguridad es una sensación: la inseguridad es una realidad. Pero una realidad muchísimo más compleja, muchísimo más seria y más profunda de como es abordada por los medios hegemónicos con absoluta mala intención e irresponsabilidad, con el único objetivo de obtener rating y endurecer el discurso de la sociedad, sin permitirle analizar el fondo del problema.

Debemos atacar los hechos más inmediatos de inseguridad con políticas puntuales, pero si no se erradican las causas más profundas que llevan a vivir en una sociedad insegura, taparemos un agujero pero se seguirán abriendo infinitos agujeros más. Vivir en una sociedad segura es una idea mucho más amplia que vivir en una sociedad blindada, que es lo que intenta inculcarnos la derecha.

Los medios hegemónicos, a la hora de emitir el mensaje sobre la inseguridad, lo malinterpretan, lo hacen de manera muy sesgada, irresponsable. Se limitan a entrevistar a un allegado directo de la víctima de un delito tan sólo unos minutos después de cometido el hecho, y luego lo reproducen incesantemente a lo largo del día y de la noche, con lo cual sólo consiguen generar un clima de zozobra, negando la posibilidad y los elementos para un análisis más profundo, más integral. Al abordar el tema únicamente desde la sensación de pánico, reducen el reclamo hacia políticas más duras, más represivas. Si, en cambio, la sociedad dimensionara el fenómeno de la inseguridad en toda su complejidad, esto le permitiría posicionarse de otra manera en su actitud, y en su demanda.

Nosotros debemos insistir en que la inseguridad es un concepto integral, que también comprende –y de manera principal- mejorar las políticas de empleo, las políticas educativas, las políticas de contención familiar, sobre todo dirigidas a los sectores más vulnerables y desprotegidos de la sociedad. Sectores sobre los cuales el gobierno nacional ha hecho muchísimo, pero donde aún persisten nichos problemáticos.

En la actualidad, asistimos –además- al avance del crimen organizado, que cuenta con una logística y un armamento sofisticados, que se vincula de manera frecuente con el narcotráfico, y que suele requerir el servicio de jóvenes que no estudian ni trabajan. No se trata de jóvenes totalmente desintegrados de la sociedad, sino que tienen novia, van al cine, son consumidores. Pero, en lugar de utilizar ocho horas de su día en un trabajo formal, salen a delinquir al servicio de esas bandas. De aquí el imperativo y la urgencia de integrar a estos jóvenes a través de un trabajo digno, del estudio, de la devolución de la esperanza.

Otro de los problemas relativos a la inseguridad lo constituye la corrupción que ha carcomido parte de la institución policial, lo que hace que muchas veces cuando –por ejemplo- se denuncia un robo, el agente de policía sabe perfectamente quién lo cometió, porque es con quien se reparte lo robado. Y esto, al margen de otro problema muy grave que es el armado de causas, que generalmente perjudica a los más humildes.

Nuestros conciudadanos y conciudadanas no deben creer en una simplificación tal como que un salvador será quien velará por su vida desde sus virtudes individuales y mesiánicas, como lo sugiere Francisco De Narváez con su frase “un crimen, un castigo”, o Sergio Massa, diciendo que la resolverá a través de un proyecto de ley. La inseguridad debe ser abordada de manera integral, responsable, y no reducirse a un mensaje demagógico.