Publicado en La Libertad de Pluma

La disyuntiva frente al nuevo orden mundial

A diferencia de otros momentos de la historia reciente, lo que marca la etapa actual de las relaciones internacionales es la inestabilidad. La Guerra Fría y la unipolaridad que surge al finalizar ésta, fueron dos modos de ordenamiento del mundo. Esto de ninguna manera quiere decir que no existieran conflictos. La estabilidad de un sistema no significa ausencia de conflicto, sino cierta previsión sobre los patrones ordenadores dentro de los cuales se van a resolver esos conflictos, se van dirimir esos litigios internacionales.

Por el contrario, lo que marca la etapa actual es la ausencia de un paradigma ordenador de las relaciones internacionales, en parte por la gran cantidad de contradicciones hacia el interior de cada uno de los bloques de poder. Si hubiera que resumir cuál es el eje de disputa hoy, no habría que ponerlo exclusivamente en términos de estados nacionales ni de regiones. Y esto de ningún modo quiere decir que las regiones no jueguen un rol o que no lo hagan los Estados, sino que existe un problema superior que marca el modo en que se están desarrollando las relaciones internacionales y que tiene que ver con una disputa entre dos grandes modelos de gobernanza a nivel mundial. La disyuntiva es: o nos gobierna la voluntad de los pueblos a través de los Estados, es decir, la política, o nos gobiernan los grandes conglomerados, es decir, los mercados. O la política sigue peleando para interpelar y regular a la economía o la economía definitivamente es la que marca las reglas y subordina a la política.

De la bipolaridad a la globalización; de la guerra convencional al ciberterrorismo

En 1945 se instala en el mundo el régimen de la bipolaridad. En 1989/91, cuando se desintegra la Unión Soviética, termina ese modelo y aparece el mundo unipolar, la mal llamada Globalización.

La Globalización es un término que inspira totalidad y, muy por el contrario, nunca antes se ha vivido más segmentación de la humanidad en términos de derechos, en términos de horizontes y en términos de igualdad.

En el año 2001 se empieza a delinear este sistema que trata de barrer con las fronteras de los Estados. Aún cuando ya había desaparecido la Unión Soviética como el enemigo central, el paradigma de defensa de los Estados Unidos seguía planteándose en términos de la guerra convencional, es decir, sofisticada tecnológicamente, con alcance espacial, con soldados ultra equipados, con equipos de última generación, pero siempre desde la perspectiva de que era un Estado –uno o más Estados– en un determinado territorio el que iba a desplegar fuerzas militares regulares. Así estaba planteado el paradigma de la defensa.

Con la caída de las Torres Gemelas se barre con ese paradigma tradicional, porque el atacante no era un Estado, sino una pequeña organización; no sucedía en un teatro regular de operaciones prefijado, sino en un horizonte totalmente imprevisto; y además se barre con uno de los principales ejes de la política de defensa que es la disuasión, la amenaza como intento de impedir el comportamiento del otro. Cuando aparecen las organizaciones terroristas más modernas, lo que le están diciendo a ese paradigma es que no vale de nada la amenaza porque el sujeto mismo está dispuesto a inmolarse. ¿Qué sentido tiene amenazar con un daño si el primero que se auto-infringe ese daño es el propio agente? Entonces ya no es un Estado, ya no es un territorio, ni en un momento previsible, ni con un ejército regular.

Luego de los primeros años en que el principal enemigo pasa a ser el terrorismo con estas características, de no ser una guerra entre naciones, sino una guerra contra una amenaza que va más allá de las naciones y que se organiza transnacionalmente, aparece la otra amenaza que es el ciberterrorismo. Es la guerra tecnológica, la guerra informática, la guerra en las redes.

Una vez invadido Afganistán y cercado el operativo de Bin Laden; invadido Irak y concretado el operativo contra Hussein, los enemigos pasan a ser Snowden y Assange. Y esto va configurando un nuevo factor de poder que está absolutamente presente en la actualidad del mundo en general y de nuestra región en particular.

La tecnología al servicio de la inteligencia interna, nuevo factor de poder

Hasta hace poco mirábamos al aparato de poder real como un trípode fundado en el poder financiero, en el poder mediático, y en la cooptación del poder judicial. Hoy, tomando el caso de Argentina y el de Brasil, ya ni siquiera puede decirse que el poder judicial sea uno de los soportes principales de ese trípode, si no que el propio poder judicial formal se ha convertido en una herramienta absolutamente servil a lo que sí parece ser el factor de poder fundamental: los servicios de inteligencia.

¿Por qué digo que se ha convertido en una fuente de poder propia y autónoma? Porque al manejar altas tecnologías que penetran en la capilaridad de la vida privada de los actores, los terminan comprometiendo no solamente en su vida privada si no en su vida institucional. Es decir, cuando se espía a un dirigente sindical, se compromete su comportamiento sindical; se espía a un senador o a un diputado, se compromete su comportamiento institucional. Por lo tanto, estos servicios se convierten en un factor de poder político autónomo que después utiliza como herramienta, como fachada, a los juzgados federales. Este es un elemento nuevo que es necesario tener en cuenta. A partir de estas novedades, se constata que se ha desestructurado de tal manera el sistema institucional conocido, de una manera tan inédita, que si continuamos utilizando los parámetros tradicionales nos encontramos ante una encrucijada sin salida.

Una nueva carta de Rodolfo Walsh

Es cada vez más necesario sintetizar en una perspectiva histórica esta etapa, escribir una nueva carta de Rodolfo Walsh para sistematizar su lectura estratégica. Es cada vez más evidente que si no logramos superar el plano de lo cotidiano para analizar lo que está sucediendo en Argentina y la región, sólo nos resta la perplejidad. Y la política tiene que superar la perplejidad, tiene que ofrecer una alternativa.

Venezuela, Ecuador y Bolivia han practicado este camino con sus nuevas constituciones.

Argentina, en cambio, quedó atrapada en el sistema institucional y en el sistema de representación política impuesto por la cultura neoliberal. Estas instituciones liberales de representación –y ya no me refiero sólo a las económicas sino a las políticas– están agotadas. Y los mismos que decían sostenerlas y hoy están en el gobierno, se han dedicado a demolerlas, llevando esta desestructuración institucional hacia un fin de ciclo inevitable. Fin de ciclo a nivel global y también a nivel regional.

El autor norteamericano John Ikenberry, en su obra La caída de los Imperios, resume en tres las causas de estas declinaciones.

1. Cuando el imperio trata de abarcar más de lo que está en condiciones de abarcar. Hoy estamos ante una situación así, porque al haber aparecido un actor económica y comercialmente tan potente como China que ya ha equiparado el PBI de los Estados Unidos y que inclusive le ha sacado ventaja en muchos aspectos, indudablemente ese imperio ya no puede abarcar a otro actor de la misma escala a nivel mundial.

2. Por fisuras internas al interior de ese imperio. ¿Cuáles son esas fisuras internas? Se rompió el eje que, tanto en la bipolaridad como en la unipolaridad, manejó geopolíticamente el mundo y que es el eje del Atlántico Norte, porque ni los Estados Unidos son hoy todo lo mismo ni tampoco Europa es un todo uniforme. Pensar en reestablecer el vínculo con Europa porque nos unen valores culturales es una mirada muy romántica, pero anacrónica. Tener vínculos culturales históricos con la cultura francesa, con la inmigración italiana, con la madre patria, eso es posible, pero en este caso no estamos hablando de Europa sino de la coalición que originó el mercado común europeo a finales de la década de los ´50. Hoy, la Unión Europea está compuesta por veintiocho países que tienen mucha más tendencia centrífuga que centrípeta. ¿Por qué razones? Porque cuando Europa finaliza la guerra es la región más devastada del planeta y en treinta años se convierte en la región más cohesionada socialmente. Y esto no lo digo como una virtud, porque el precio de que Europa haya sido la región más cohesionada del planeta es el que paga, fundamentalmente, el continente africano, que hoy le está contestando con la inmigración ilegal y con los refugiados; con los reclutados del Isis que han convertido las capitales europeas en los lugares de mayor riesgo a nivel internacional y que si nosotros realineamos definitivamente hacia ese sector nuestra vuelta al mundo, nos transformamos y tenemos la misma vulnerabilidad, los mismos riesgos a los que están sometidas las capitales del imperio.

Europa se integró desde la dimensión social de la integración. Cuando en los años 90, pasa de la dimensión social a la dimensión financiera y establece metas de déficit, de deuda y de inflación; al imponer metas exclusivamente monetarias y financieras a países que tienen estructuras sociales, productivas y tecnológicas tan dispares, los que están en la cima las van a cumplir naturalmente, y los otros van a tener que ajustar y, por lo tanto (para cumplir la meta de entrar en la moneda común), tienen que reestructurar y ajustar sus sociedades. Y eso alimenta el espíritu secesionista, porque perteneciendo están cada vez peor, en lugar de estar cada vez mejor. Cuando se muta de la dimensión social a la dimensión financiera, cambia la tendencia centrípeta, la tendencia a integrarse, por la tendencia centrífuga a la desintegración.

3. Porque del otro lado se arma una coalición más fuerte. El bloque eurasiático con centro en China está conformado por su alianza con Rusia y otros estados de la zona de los Urales, y concita la aproximación de la India, Irán y Turquía, por ejemplo, atraídos por el horizonte de la Ruta y el Cinturón de la Seda, con indicadores económicos, sociales y tecnológicos en ascenso. Creo que estamos antes esas tres características a la vez. Si hubiera que resumir las razones de la declinación del Imperio, diría que es porque ya no puede generar en ningún sector de la humanidad un horizonte de época, porque no tiene ninguna alternativa para generar una esperanza, como no lo tienen los proyectos de ajuste en nuestros países. El fin de ciclo sucede porque no tienen nada bueno para ofrecer a los pueblos.

De la ocupación del territorio a la ocupación de las mentes

La modalidad del golpe moderno, es la de un golpe que ya no quiere pagar los costos de la ocupación del territorio y ofrece en su lugar costos aparentemente menos lesivos a través de la ocupación de las mentes. Ya no se ocupa el territorio con la fuerza militar, se ocupan las mentes y de ahí se llega al territorio a través de la fuerza simbólica.

Primer objetivo: impedir el retorno de los regímenes populares, de los gobiernos populares.

Segundo objetivo: si no se puede garantizar la estabilidad de los modelos de ajuste y éste cae por su propio peso, como está ocurriendo en la Argentina, se necesita entonces que no quede en pie ninguna fuerza progresista, que se caigan también y se caiga toda la política.

El tercer objetivo convergente con esto es desprestigiar a las empresas nacionales para que los grandes conglomerados financieros que son los que tienen esa disputa global por los Estados, puedan hacerse cargo de las grandes obras de infraestructura a partir del desprestigio social, del descrédito social, no sólo de la política, sino también de las empresas nacionales o regionales.

La escritora canadiense Naomi Klein, que describió en su libro La doctrina del shock las distintas etapas históricas donde el capitalismo necesitó de shocks económicos, de shocks a nivel militar o de shocks culturales para, a partir de ese caos, reordenar al capital y permitirle a éste dar un salto de calidad en su acumulación de poder. Es probable que éste sea uno de los modelos que estemos viviendo.

La doctrina del shock en Argentina

Perdida la batalla económica, existe en Argentina un intento de aplicar un shock político institucional en la calle, es decir, un intento de generar caos social para que una parte de la sociedad demande orden. Y, por lo tanto, legitime la estrategia represiva que tiene, para el gobierno, dos réditos: en lo económico, justificar el negocio de la compra de dispositivos de inteligencia y seguridad al servicio de inteligencia israelí en alianza con los servicios de los Estados Unidos. Y en lo político, garantizar de ese modo una represión que aplaque la demanda social.

El otro shock podría llegar a ser el económico: llevar el dólar a una presión tal (y a la política económica a un descontrol tal) que también esa misma parte de la sociedad solicite la dolarización de la economía. En el año 1989, el clamor era salir de la hiperinflación a como dé lugar, y de ese modo se consiguió el aval para el shock de la convertibilidad. Es decir, la doctrina del shock justificando el salto de calidad en la estructura del poder financiero y en detrimento de los Estados.

¿Qué nos queda?

Es la propia desmesura, agresividad y alevosía del neo-liberalismo, neo-colonialismo, neofascismo, quienes van reconstituyendo nuestra unidad; es el extremismo de este modelo.

Una conversación sobre la unidad, hace tres o cuatro meses, hubiera estado planteada en términos de qué dirigente debería estar a la cabeza. Hoy, nadie está pensando la unidad en términos de dirigentes. La unidad se está dando en la unidad de los agredidos, en la unidad de los desamparados, en la unidad de la calle.

Y es este mismo extremismo el que genera que hoy tenga aceptación mucho más masiva un programa con intervención radicalizada sobre esos núcleos de poder. El cepo, hace un año, era una mala palabra, y hoy todo el mundo, hasta en el supermercado, se da cuenta de que hay que tener una política de control de cambio. La estatización de los servicios públicos, hace un año era una mala palabra, y hoy lo pide a gritos un sector cada vez más importante de la sociedad. Es decir, es el propio salvajismo, el extremismo del modelo el que está formulando nuestro propio programa de gobierno y le está justificando una salida de intervención cada vez más radicalizada sobre la pantomima de los jueces, sobre los monopolios de los medios, y sobre la estructura financiera.

En definitiva, la única alternativa es la calle, porque cuando hay un modelo donde el poder político está separado del poder económico (aún con errores, aún siendo imperfectos), pero interpela al poder, el campo popular tiene lugares desde donde sentirse representado en esa interpelación; mayores, menores, disconformes, con errores, pero tiene canales. Cuando el poder político, en cambio, está cooptado completamente por el poder económico, se obturan todos los canales institucionales. Porque la democracia es votar, pero no es sólo votar. Es un sistema de valores que está impregnado del valor ‘justicia’, del valor ‘dignidad’, del valor ‘trabajo’, del valor ‘educación’. Cuando el único valor que le queda es el de la firma del contrato pero se han incumplido todas las cláusulas de contenido del contrato, se relegitima otro tipo de democracia, que es la democracia original, que es la democracia de la naturaleza, que es la democracia de la ocupación del espacio público.

Y ese espacio público, para no darle lugar al shock de la doctrina del caos, al shock de los que reclamen orden y justifiquen la represión, tiene que ser multitudinario pero tiene que ser organizado y pacífico.

Publicado originalmente en La Libertad de Pluma