Por Carlos Raimundi.

Estamos ante una nueva fase del capitalismo mundial, que presenta la disputa entre dos grandes modelos de gobernanza a nivel global entre quienes sostenemos el valor del Estado, de la Nación, de la soberanía popular, de los votos, de los gobiernos populares, y frente a esto, el gobierno de las empresas. Los tres tratados internacionales que se están firmando en este momento, el trans-pacífico de libre comercio, el trans-atlántico de libre comercio y el tratado internacional de desregulación de los servicios, se está urdiendo un nuevo modelo de gobernanza. Y no queda rincón alguno del planeta, a mi entender, que esté ajeno a esa disputa.

 

Y creo, además, que la Argentina, a partir del cambio de gobierno, se ha tornado un centro experimental del gobierno de las empresas. Esto ya no es la derecha ideológica que gobierna en función de sus intereses, pero en términos políticos, sino que es la enajenación de la política a expensas del poder de los mercados. Eso es lo que está experimentándose en la Argentina. Esto encuentra un correlato entre el realineamiento externo de la Argentina y las políticas internas que se están aplicando.

No veo que este modelo sea sustentable en el tiempo. Yo pensaba que iban a disimular el tremendo ajuste, con el ingreso de dólares. Pero han puesto como eje central la necesidad de arreglar con los fondos-buitre. Esto no sólo requiere una cantidad muy grande de dólares para este primer arreglo, sino también dejar abierta a la litigiosidad permanente el resto de la deuda. El poder financiero extorsiona. Cuando la política se sienta a dialogar con el poder desde una posición de debilidad concesiva, en lugar de interpelarlo, el poder se da cuenta de eso e inicia un proceso de extorsión en aumento.

Primero simularon ver con simpatía el acuerdo, luego lo condicionaron. ‘No acordamos hasta que ustedes no deroguen las leyes del cerrojo y del pago soberano’, bajo la promesa de que de ese modo vendrían inversiones. Sin embargo no vendrán, hasta imponer sus nuevas condiciones, que son la rebaja de salarios en dólares, la rebaja de impuestos, la flexibilidad laboral y la libertad de giro de sus utilidades al exterior. Mientras tanto se va a mantener un largo proceso de judicialización del resto de la deuda: así como ahora nos dijeron que si no cerramos esto estamos en default y no hay crédito, mañana va a aparecer otro acreedor diciendo que si no se cierra su parte seguiremos en default y sin crédito y así sucesivamente. Esto representan un enorme drenaje de dólares. Y no creo que un mundo en recesión tenga disponibles tantos dólares como para pagar semejante endeudamiento y a la vez disimular el ajuste interno que esto supone.

Por eso considero que se va a precipitar un proceso de malestar colectivo. Hoy quienes sentimos el malestar más grande a nivel intelectual somos las personas más informadas, más politizadas. A nosotros nos toca de cerca la cuestión del Afsca, de los jueces de la corte, de la Procuradora Nacional. Pero si a este Pero no son cuestiones que le preocupen a las masas. Pero cuando a este avasallamiento institucional se sume el avasallamiento social, vía tarifas, aumento de los alimentos, paritarias a la baja, cierre de talleres y pérdida de epleo por la apertura económica, entonces, esta preocupación militante se va a convertir en un hecho de masas. Y ese descontento general es el que creo que debe conducir Cristina.

 

Sería un error creer que nuestros tiempos son los tiempos de las mayorías. A eso no nos podemos adelantar. Lo que sí debemos hacer como militantes y dirigentes es estar en condiciones de organizarnos para orientar políticamente ese descontento. Del cual Cristina debe ocupar su liderazgo estratégico, no responder el día a día, no dialogar con Bossio o con Pichetto. Me parece que hay un plano superestructural que es el que se está disputando en estos días, pero el proceso profundo es el que protagonizarán las mayorías en unos meses más.