Gracias por haber venido. Agradezco a Claudio por habernos permitido usar este salón, a Alejandro por la edición, a Mariano Lovelli y a estas dos “capas” que son Mariana Moyano y Florencia Saintout.
Todo, o casi todo está dicho ya. Obviamente el libro es una excusa para hacer este tipo de encuentros en todos los rincones donde podamos. No tiene mayor pretensión que esa. Y tratar, además, de ayudar a ir desmontando entre todos y todas el discurso del poder. Estamos construyendo una contra-cultura y no es fácil, ni corto, ni está exento de problemas. Pero sí tiene una línea rectora.
No es ingenuo que para ese discurso del poder el enemigo sea el Estado, no es porque sí. Si hay que criticar algo de la propaganda, hay que criticar a la pauta oficial; si hay que criticar algo de los medios de comunicación, hay que criticar la cadena nacional cuando la hace la Presidenta; si hay que criticar algo de la economía, hay que criticar la ineficiencia de las empresas del Estado; si hay que criticar algo sobre la acción social, son los planes sociales del Estado. Y esto va a estar cada vez más presente en este año electoral.Yo creo que en este año electoral también va a estar muy presente la cuestión judicial, que es muy artera además, porque los plazos judiciales son aleatorios, son inciertos. Ellos van a jugar con que el día antes del cierre de listas, van a llamar a declarar al que encabece la lista, van a crear climas. Y lo tenemos que anticipar, para que la gente no vea eso como un hecho real, sino como una operación política, como una operación electoral.
Y va a estar muy presente la geopolítica, debido al momento que está viviendo el mundo, por la fase del capitalismo que está viviendo el mundo en estos momentos.
Abro el primer paréntesis, como suelo hacer, porque no quiero olvidarme de esto. Hay una nota de Raúl Kollmann en Página12 de ayer, donde toma párrafos de un artículo del Wall Street Journal y los va deconstruyendo uno por uno. Pero la intención del poder es tratar de instalar desde la prensa internacional que la Argentina es un país dominado por la barbarie. Esto, dicho por The Wall Street Journal, es decir, por el corazón del poder mundial, baja a todas las líneas editoriales del establishment de todo el mundo. Así, a una Presidenta a la cual es muy difícil entrarle por la gestión interna de la política, se le trata de entrar de afuera hacia adentro, es decir, debilitar su imagen internacional e irla encerrando de afuera hacia adentro. Eso también va a estar presente.
Otra cuestión que intuyo va a estar presente es el Estado. ‘TN’, que es quien arma el discurso opositor, está permanentemente machacando algo así como: “el proyecto del kirchnerismo está muy claro, todos aquellos que son haraganes, incapaces, indeseables que no han sabido construir su vida de otra manera, viven del Estado. Y la oposición tiene que construir un proyecto para las personas más capaces, más talentosas, que son, según ellos, las que pueden vivir sin el Estado”.
Tenemos que insistir mucho en esto, porque lo que ha hecho el Estado en estos doce años es un tramo extremadamente chiquito de reparación a favor de los más vulnerables, luego de todas las políticas liberales que se aplicaron a través del Estado durante varias décadas anteriores en favor de los ricos. Si el Estado argentino ha jugado a favor de un sector social (haciéndole pagar a toda la sociedad la deuda contraída por las grandes empresas privadas, tolerando las cuentas secretas en el exterior y la evasión fiscal), fue a favor de los ricos, no a favor de los pobres. Ahora está reparando sólo una parte de todo eso.
Y aquí se ha construido un sistema judicial, que, pese a sus imperfecciones, ha sido mucho más eficaz a la hora de perseguir los delitos contra la propiedad individual que aquellos que se han cometido contra la propiedad social. Que se haya legalizado la entrega del Estado a las grandes corporaciones, o que esté preso el que roba una bicicleta y esté libre quien cobró millones de dólares de comisión para refinanciar una deuda impagable, son una muestra de la escala de prioridades de nuestro sistema judicial en términos estructurales. ¿O los miles de escuelas, hospitales y calles asfaltadas e iluminadas que dejaron de hacerse debido a eso no son también la propiedad del pueblo? Con el agravante de que si se hubieran perseguido los delitos contra la propiedad social, tendríamos una exclusión mucho menor, y con ello hubiéramos disminuido considerablemente los delitos contra la propiedad individual.
Desmontar todo esto nos demandará mucho más que un mandato constitucional. Nuestra Presidenta comenzó a abordar esto en su discurso del último 25 de Mayo. Otra de las trampas de las que somos prisioneros es del sistema institucional. Procuramos cambiar paradigmas políticos, económicos y culturales creados por el poder real que se han ido arraigando durante muchas décadas –podríamos decir siglos- desde las reglas del sistema institucional impuestas por ese mismo poder. Han organizado un sistema institucional por el cual una Presidenta que tiene cada vez más apoyo tiene un límite fijado por un estatuto que dice: “no se puede quedar más de ocho años seguidos”. Y mucha gente está convencida de que esa cláusula es lo que le da ‘calidad democrática’ al sistema. Pero, ¿es más democrático un estatuto que pone límites a la voluntad popular que la voluntad popular en sí misma? ¿No debería ser la propia voluntad popular el corazón mismo de la democracia?
Ahora, eso sí, el presidente de la Corte, que es otro de los poderes del Estado, con el voto de sólo tres personas puede quedarse en ese cargo de por vida. Eso es monárquico, no democrático, y sin embargo está presentado culturalmente, desde las creencias instaladas, que el poder judicial es el ‘custodio’ de nuestra calidad democrática.
Lo que el libro trata de hacer es justamente desmontar el valor de estos mitos del poder. Como, por ejemplo, que en nuestro país no hay dólares. En verdad, después de los EE.UU., la Argentina es el país con más cantidad de dólares por habitante. La pregunta que debemos formularnos es quién los acumuló, por vía de cuáles políticas y en qué guarida fiscal los tienen guardados. No están aquí, precisamente a partir de políticas estatales durante las cuales nadie se quejó de falta de calidad institucional.
A mediados de 2001, el Parlamento nacional sancionó una ley llamada de “intangibilidad de los depósitos”, que en definitiva lo único que decía era que los depósitos que una persona hace en un banco siguen siendo de esa persona y no del banco. Es decir, se votó una ley para decir que se cumpliera la ley; algo ridículo, pero fue así. Sin embargo, nadie se planteó, como ahora, si fueron cortos o largos los plazos parlamentarios, si hubo tiempo para discutir en las comisiones, etc. El único “detalle” fue que –a través de información calificada que recibían desde el propio Banco Central (vean qué gran ‘calidad institucional’), las grandes empresas se llevaron los dólares y secaron la plaza para los pequeños ahorristas, lo que obligó a crear el famoso corralito.
Nosotros somos tributarios del sistema liberal, de esa democracia liberal de Rousseau y Montesquieu, que es el sistema inmediatamente posterior a las monarquías absolutas. Cuando esos pensadores y los padres fundadores de la Constitución de los EE.UU. formulan el diseño institucional, crean un llamado sistema de ‘frenos y contrapesos’ que tiene por finalidad impedir que se repitieran los abusos de poder de la monarquía, esta vez por parte de los gobiernos electos por voluntad de los pueblos. No vaya a ser que el nuevo régimen mayoritario afectara el poder de los sectores económicos en ascenso que habían desplazado a las monarquías, para fundar un régimen económicamente liberal. Pero resulta que el capitalismo evolucionó de tal manera que lo que se fortaleció no fue el poder de los Estados, sino el poder financiero trasnacional. Quiere decir que si de algún abuso tienen que defenderse nuestros pueblos no es de un Estado débil frente al poder financiero, sino de éste último. El Estado es, paradójicamente, la herramienta de defensa que tienen los pueblos para contrapesar los abusos del poder financiero.
¿Qué puede ser más importante para legitimar un sistema político que contribuir a la felicidad de su pueblo? ¿Qué cosa puede haber más grande que eso para justificar el éxito o el fracaso de un sistema político? A esto me referí hace un par de semanas en Bruselas respecto del sistema político europeo, pero antes lo habíamos vivido en América Latina. Los pueblos no votaron crisis, no votaron endeudamiento, ni desempleo ni pobreza. Sin embargo los hubo. Entonces, entre lo que el pueblo vota y la decisión política de la superestructura, está montado todo un sistema de mediación institucional que deforma casi por completo esa voluntad popular. Las decisiones políticas de los dirigentes terminan no teniendo nada que ver con la voluntad original del pueblo, a que lleva esas consecuencias, hay todo un sistema institucional, tan mediatizado, que deforma la voluntad popular, y la convierte en una decisión política que no tiene nada que ver con ese origen, con esa voluntad original del pueblo. El pueblo vota, pero no decide. Y es precisamente a esta cercanía, a este acortamiento entre la voluntad popular y las decisiones que toman los líderes populares latinoamericanos en lo que va de este siglo en América Latina, a lo que el poder denomina peyorativamente “populismo”. ¿Qué es el populismo entonces? Precisamente la cercanía entre la voluntad popular y la decisión política, de modo de sortear todo ese sistema de mediaciones liberales que enturbian hasta deformarla por completo a la voluntad popular. Es por esto que no tenemos que contestar que el populismo no es tan malo, sino que tenemos que estar orgullosos de tener este tipo de regímenes políticos populares en este tiempo histórico de América Latina.
Así como no tenemos que contestar que no es tan malo ir en colectivos a las marchas, sino sentirnos orgullosos, porque nadie se sube a un colectivo si no hay antes una organización popular. A lo que el poder le teme no es a la ocupación del espacio público en sí misma, sino a que sea efectuada desde un alto nivel de organización popular y no desde una mera suma de demandas individuales, como han sido los cacerolazos convocados y manipulados por ellos. Cuando la demanda es individual no hay liderazgo reconocido que se unifique, no hay unidad de concepción, y por ello quedan espacios e intersticios por donde es el propio poder real de los grandes conglomerados quien impone el modelo de país.
Voy terminando con algunos temas que no pensaba mencionar, pero lo hago a raíz de las últimas circunstancias. Lo primero –ante la presencia de varias autoridades universitarias- el reconocimiento al nuevo paisaje universitario que se ha creado a partir del papel que están desempeñando las nuevas Universidades del conurbano. Nunca más oportuno que ahora, cuando en nuestra Facultad de Derecho de La Plata estamos padeciendo el bochorno de contar todavía como profesores a los jueces Piombo y Sal Llargués.
El liberalismo se conforma con el párrafo de una ley que diga que hay “libertad” para acceder a la Universidad. Pero, ¿de qué le sirve eso a un chico pobre que limpia los parabrisas en un semáforo? Exista o no esa cláusula, ese chico nunca va a entrar a la Universidad, porque a la libertad no la garantiza una cláusula escrita, sino la dignidad que surge a partir de las políticas de inclusión, que no sólo no se contraponen a la idea de libertad sino que precisamente la cualifican.
Otro punto a aclarar es el de la calidad institucional. En un país donde se han cometido los crímenes más atroces, sus ejecutores han sido juzgados me medio del cumplimiento más absoluto de todas las garantías constitucionales y procesales sin que mediara una gota de venganza por parte de los organismos que reúnen a sus víctimas. ¿Puede pedirse una calidad institucional mayor?
Otro punto: “el gobierno fomenta el conflicto”. Sin embargo, cuatro gremios que suman más de cinco millones de trabajadores acaban de arribar a un importante acuerdo salarial con la patronal. Durante los doce años del kirchnerismo, el 96% de las relaciones laborales de la Argentina se ha venido resolviendo con negociación entre las partes. ¿Qué mayor acuerdo social puede pedirse? Sin embargo, este es el gobierno de la “grieta”.
En Chile, por ejemplo, sólo el 6% de las relaciones laborales se rigen por acuerdo de partes, el resto de los salarios y condiciones de trabajo los fija la parte empresaria. El día que esa relación aumente un poco nomás, sin necesidad de llegar a los niveles de Argentina, se desplomaría toda esa prolijidad institucional y económica que a veces envidian tanto algunos opinadores pacatos de nuestro país.
Por último, quiero referirme al tema internacional, porque me gustó mucho lo que dijo Mariana Moyano, en cuanto a que el objetivo de los medios opositores frente al conflicto planteado en la FIFA, Conmebol, etc. es terminar con “Fútbol para todos”. Sumándome a esa necesidad de no hacer una lectura lineal, sino compleja, sólo quiero advertir que las recientes denuncias de corrupción –de una corrupción que todos y todas conocíamos- salen del mismo poder judicial estadounidense que homologó el fallo de Tomás Griesa. Y que, si bien estamos contentos de que se haya destapado, tengamos también en cuenta que su objetivo es impedir la realización del próximo mundial de fútbol en Rusia, y, por la situación geopolítica actual, sería muy importante que Rusia sea el organizador de ese mundial.
Compañeras, compañeros, dar vuelta el discurso del poder significa reafirmar la autonomía de la política frente a los poderes fácticos, como lo hace Cristina. Por eso está aquí Florencia Saintout. Por eso vamos a acompañarla en todas las actividades. Porque desde La Plata, no sólo tenemos que apoyar el proyecto nacional enviando la mayor cantidad de votos hacia el proyecto nacional que conduce Cristina, sino fundamentalmente gobernar frente al poder mediático e inmobiliario local, con la misma autonomía, con la misma autoridad con que lo hace ella frente a los poderes internos y externos.
Muchas gracias por haberme escuchado.-