Los dilemas de la pobreza

Enrique Martínez, presidente del INTI (Instituto Nacional de Tecnología Industrial) reflexiona sobre el problema de la pobreza y la desigualdad.

El primer problema es entender la pobreza de necesidades y no confundirla con la pobreza de expectativas. La primera es una deficiencia casi biológica, intolerable en una comunidad digna. La segunda es un conflicto del capitalismo moderno, en que quien más tiene más quiere, tanto más agudo cuanto más se unifica el mercado mundial.

El segundo problema es quienes tienen la responsabilidad institucional de atacar la cuestión, no son pobres y muy probablemente no lo han sido nunca, ni ellos ni su entorno habitual. Operan sobre escenarios donde la pobreza está corporizada en otros.

Se imaginan como sienten y qué quieren los pobres, leen sobre ellos, formulan y aplican teorías, pero en definitiva nunca pueden estar suficientemente seguros de ir en la dirección correcta, porque actúan sobre grupos humanos, no sobre la materia inanimada.

Con esos dos dilemas a medio resolver, el camino habitual es buscar asegurar que un pobre sea un consumidor de los bienes básicos que necesita. Trabaje o no. Es decir: Si trabaja mejor, pero se entiende que esa posibilidad tiene fuertes condicionantes de mercado y puede no darse. Si no trabaja, se buscan opciones para subsidiar su consumo.

Tal es en definitiva el marco en que quedan contenida las políticas de reducción de la pobreza en nuestros países.

Yo creo que esta lógica, sea por izquierda o por derecha, convalida la teoría del derrame. Es que en definitiva lleva a admitir que un país tiene una capacidad de generar trabajo acotada, que puede ser menor que la cantidad de gente que necesita trabajar. Eso tiene que ver con la perversa figura de la competitividad, ya que se postula que alguien gana y alguien pierde y desea que los perdedores no seamos nosotros. A su vez, asocia la competitividad con los niveles de salario real y termina señalando que si queremos tener capacidad de ocupación plena, debemos tener salarios reales bajos. O contrario sensu, si aspiramos a salarios reales altos, deberemos estar preparados a subsidiar el consumo de quienes queden fuera de la producción.

No estoy de acuerdo con limitarse de este modo.

La forma sustentable de eliminar la pobreza es con toda la población trabajando. La manera de conseguir esto tiene que solo parcialmente con el mercado. Bien focalizada, una política de producción de bienes básicos que tenga dimensión local – en cada rincón de la República – y que tenga como demanda primaria la reducción del subconsumo actual de indigentes y pobres, permitiría asegurar ocupación y consumo al mismo tiempo. Hay problemas de tecnología, de logística, de comercialización, a resolver. Muchos y algunos bien complejos. Pero es un camino solvente para escapar a la trampa de pensar por izquierda y actuar por derecha, convalidando sin quererlo el sistema vigente.

A mi criterio, todo plan de reducción de pobreza que sostenga la inviabilidad de generar trabajo para alguna franja de la población, basándose en argumentos culturales – más de una generación sin trabajar -, de formación técnica – solo título primario o menos -, de contexto comunitario desordenado – villas, violencia, aislamiento – es falaz. Estas situaciones de enfermedad social se resuelven solo poniendo a los ciudadanos frente a su responsabilidad de asegurar su supervivencia, pero dando a la vez la contención técnica, económica y social debida. La única opción a este esfuerzo es el subsidio al consumo, combinado con la represión cuando el subsidio es insuficiente, situación habitual.