A principios de la Edad Media, la energía de las monarquías europeas se concentró en combatir el avance musulmán en la parte meridional, así como el creciente poder?o de los normandos en el noroeste. Esto debilitó el comercio, disminuyó la circulación del dinero, aplazó cualquier adelanto científico y cultural y llevó a un crecimiento extremo de la pobreza.


Ningún estado podía ser gobernado, a menos que existiera alguna forma de costear la defensa y la administración de justicia. así fue que aproximadamente en el siglo IX, los reyes de Francia juzgaron que el único modo posible de gobierno estribara en entregar grandes extensiones de tierras a los nobles quienes, en retribución, se comprometían a proveer tropas y prestar servicios.

Para fines del siglo X, casi todo el país estaba en manos de grandes nobles y éstos, a su vez, habían parcelado sus tierras entre otros de menor jerarquía, quienes también prometían prestarles servicios; tales nobles secundarios confiaban parcelas aún menores de tierra a los caballeros y así seguía el proceso hasta la base de la escala social. Se esperaba del señor feudal que protegiera a su vasallo y que no lo despojara de la tierra que le había dado. El vasallo, a cambio, tenía que prestar a su señor servicio militar, trabajo manual y profesarle obediencia.

El principal factor que causó la decadencia del feudalismo en los siglos XIII y XIV fue el resurgimiento de la actividad económica y la cultura. En el norte de Italia, los Países Bajos y Gran Bretaña se situaron los puertos más grandes y las antiguas aldeas se convirtieron en pujantes ciudades.

La nueva clase de los burgueses demandó, de inmediato, el derecho de dirigir sus propios asuntos y de ser consultada por el rey antes de que tomase decisiones que la afectaran, especialmente en materia de impuestos, dando nacimiento a instituciones nuevas que irían dando forma al actual sistema parlamentario.

El objetivo de estas líneas es trazar un paralelismo entre el modelo descripto y el sistema feudal que se apoderó de la Argentina de nuestros tiempos. La primera semejanza es una sociedad estructuralmente empobrecida como caldo de cultivo para que un puñado de gobernantes la sojuzguen, haciéndonos abdicar de nuestra condición de ciudadanos para convertirnos en súbditos.

Lo que se recibe no es una parcela como en los feudos de la Europa medieval, sino que, una vez despojados del derecho a la educación, a la atención sanitaria en establecimientos dignos, al empleo y al esparcimiento, los habitantes sólo se hacen acreedores a una ración mensual de proteínas (qué otra cosa significa la reciente reivindicación de las manzaneras por Chiche Duhalde) o a un plan de jefas y jefes de hogar.

Otra diferencia a favor de la Edad Media es que el señor feudal le otorgaba a su vasallo seguridad. Esto se había logrado en un principio en nuestro país, mediante el pacto entre el PJ y las fuerzas policiales, como lo demuestran los ejemplos feudales de Catamarca hasta María Soledad, de Santiago del Estero con la hegemonía de los Juárez o, sin ir más lejos, con el pacto entre Duhalde y la bonaerense, en su momento, “la mejor policía del mundo”.

Pero la decadencia de ciudadanía fue tan estrepitosa, y tan mayúsculos la corrupción, la impunidad y el acostumbramiento al poder de parte de los funcionarios, intendentes, concejales y legisladores que se vienen perpetuando por décadas, que la ficción de tranquilidad social a partir de la complicidad “política-delito”, colapsó.

Lo que quiero destacar es, finalmente, la relación directa entre pobreza-inseguridad y perpetuación de los mismos dirigentes de siempre, sean del PJ o la UCR, en puestos clave del gobierno y la seudo-oposición.

Los grupos de poder que históricamente lucraron con la pobreza y la inseguridad, mientras vaciaban económica y moralmente al país -y en particular a la provincia de Buenos Aires- lo hicieron al amparo del bipartidismo tradicional, y hoy se empeñan en reeditarlo.

Son los que, por un lado empujan a Kirchner a arreglar con el PJ y presidirlo, y al ARI a arreglar con López Murphy en una suerte de retorno al “pan-radicalismo”. La diferencia en uno y otro caso es que a Kirchner no le disgusta la idea y en cambio Elisa Carrió y el ARI no la aceptamos ni por asomo. Y hasta se promueven opciones de centroizquierda mediática, remozadas en apariencia, pero funcionales en sus prácticas al viejo sistema político.

De aquí que mis diferencias con el sistema en vigor no se reducen a un mero cuestionamiento táctico. Se trata de la impugnación a un status-quo, a un modo de concebir el poder y de ejercer la función pública a costa del empobrecimiento, característico del sistema feudal del medioevo.

El feudalismo concluyó con el Renacimiento, que resituó a la persona en el centro de la cultura y lo recondujo a su condición de sujeto de decisiones. La feudalización que divide a la Argentina en parcelas monopolizadas por caudillos como los Romero, Rodr?guez Saa, Duhalde, Mércuri, Quindimil, Curto, Alak, y hasta los Kirchner, sólo concluirá con un nuevo contrato moral que erradique la pobreza para que ningún dirigente pueda eternizarse utilizando a sus víctimas.

Y esto implica una profunda batalla cultural, tan titánica y tan noble como la que sacó a Occidente de la oscura Edad Media y lo llevó al Renacimiento.

Carlos Raimundi
Presidente del Partido ARI de la Provincia de Buenos Aires