Por Carlos Raimundi
En primer lugar, ¡cuántos matices diferencian nuestra mirada sobre los acontecimientos políticos cuando se los analiza desmenuzando la crónica de su propio momento y cuando se los analiza ya teniendo de ellos una perspectiva histórica! En el primer caso, tomando en cuenta lo que estaba sucediendo en el momento en que se producía la Reforma, se ven con mucha más claridad las contradicciones de esos procesos. Pero cuando se la analiza desde una perspectiva histórica, el pueblo, la historia, se apropian de hechos como éste y les dan su propia lectura. Se transforman así en parte de las grandes tendencias históricas y las contradicciones adquieren una dimensión menor.
Vayamos al contexto de la Reforma Universitaria, el contexto de la Argentina agroexportadora, la Argentina que transitaba recién por las segundas y terceras generaciones de inmigrantes, después del proceso de conformación del Estado nacional oligárquico, construido en el marco del pensamiento liberal, ese pensamiento profundo sobre el cual se fueron formando generaciones de argentinos, el pensamiento impartido en las escuelas, el de los símbolos nacionales, el de las fechas patrias, el de los próceres desarraigados de su matriz política, descontextualizados. Se trataba de un pensamiento que asociaba la prosperidad de la Argentina con la grandeza de su sector latifundista. Hay aquí una combinación de las familias oligárquicas con las elites militares, que produjo una alianza de clase por la cual se explican todos los primeros años de la consolidación, de la identidad nacional a partir del pensamiento liberal. Más allá de sus matices internos, más allá de las marcadas diferencias entre Mitre y Roca, en términos históricos hay una continuidad del proyecto modernizador de la oligarquía.
Este pensamiento profundo, a pesar de los grandes movimientos contraculturales a lo largo del siglo XX y lo que va del siglo XXI, todavía está muy arraigado. Cuando se producen los acontecimientos del año 2008 por la Resolución de las retenciones, personas que no habían tenido a lo largo de su vida ningún tipo de relación con el campo, se sentían identificadas con él. En diciembre del año pasado asistimos a una reforma previsional que ya le quitó el 10% del poder adquisitivo a las jubilaciones debido al nuevo coeficiente, y aun cuando todos seremos alguna vez jubilados, no hubo movimientos que se pusieran cartelitos que dijeran “Todos somos jubilados”. Es decir, hubo movilización, hubo conmoción, pero no tan profunda como para lograr la misma identificación que ese pensamiento profundo había logrado con el campo. Esto es simplemente una mención de cómo sigue tan arraigado ese pensamiento liberal. Es decir, con la grandeza de la Argentina vinculada con la prosperidad de un determinado sector, y sobre todo con la renta de ese sector.
La Reforma del año 1918 expresa no sólo un nuevo modelo de Universidad, sino que además está enmarcado en un nuevo pensamiento y en un nuevo modelo de sociedad. Y esto desde dos perspectivas. Desde una perspectiva más vinculada con el movimiento nacional en ciernes que expresaba el yrigoyenismo, y desde una perspectiva más internacionalista que era la perspectiva bolchevique, con un condimento latinoamericanista heredado de los valores provenientes de la revolución mexicana, de la revolución campesina por la distribución de la tierra. Allí convergen, se tocan lo nacional-popular con la izquierda ideológica, y después se vuelven a separar. Y se vuelven a separar en parte porque se institucionaliza la revolución mexicana, se aplaca ese fervor internacionalista de la revolución bolchevique con la muerte de Lenin y con la herencia en el stalinismo y no en Trostky; no desaparece, pero se atenúa aquel espíritu universalista con que se inicia la revolución bolchevique. Después se va forjando el primer peronismo, que representa al sujeto obrero, y de alguna manera le pone un freno a la masificación de la revolución proletaria, entendida en términos marxistas y clasistas.
Mirándola con cierta proyección histórica, hay una especie de apropiación de la Reforma Universitaria por parte del partido radical. Y un poco más tarde se bifurcarán los caminos de la Reforma, en cuanto a si ésta representará un modelo de Universidad liberal reservada a las clases medias o si representará un modelo de Universidad nacional y popular mucho más permeable al ingreso de las clases obreras. Si a la Reforma Universitaria se la interpreta como una institución en sí misma, yo creo que sigue un curso más parecido a la evolución que siguió el partido radical. En cambio, si se la interpreta como la expresión de una Universidad popular, tiene mucho más que ver con el otro modelo, el de los años setenta que nos explicaba el profesor Carnese1, de las Universidades populares, y con el modelo de las Universidades del conurbano de estos últimos años.
Aquel fervor latinoamericanista, antiimperialista que expresa Gabriel Del Mazo se deforma con el correr del tiempo. Los estudiantes reformistas apoyan la revolución del año 1955 porque había prevalecido la idea liberal de las clases medias por sobre el espíritu de lo nacional y popular y el ingreso de las clases obreras. Por eso es que el radicalismo niega la figura de Del Mazo y la figura de FORJA, que es el ensamble histórico de lo más genuino del yrigoyenismo como movimiemento popular en los años 30 y principios de los 40, con el primer peronismo. La historia oficial del radicalismo ignora la figura de Del Mazo y fundamentalmente a la institución de FORJA y ese rol de empalme que desempeñó en el movimiento popular. La historia oficial del partido radical se enorgullece de muchos dirigentes pero no así de Jauretche, ni de Scalabrini, ni de Manzi, niega esa parte de la historia que es la que interpreta el pensamiento más profundo y más genuino que expresaba el yrigoyenismo, no sólo en la figura de Yrigoyen sino en esa nueva estructura social de hijos de inmigrantes que todavía no eran proletariado industrial a nivel de masas pero que sí eran una expresión que se oponía al modelo oligárquico.
Es decir, una es la Reforma de la que se apropia el progresismo liberal -y soy muy benévolo poniéndole al adjetivo de progresismo- y otro es el modelo de la Universidad nacional y popular. Y lo del progresismo liberal se torna irrelevante, porque dada su incapacidad para construir ni una pizca de poder político real, quedó absorbido por las ideas oligárquicas. Probablemente tuvo esa oportunidad en el primer año y medio de la presidencia de Alfonsín, pero sólo carreteó por la historia, volvió a levantar vuelo y se alejó completamente de la idea de ser una estructura de poder real. En la Argentina las dos grandes posibilidades de construir poder real son la oligarquía y el peronismo.
Hay un momento histórico en que la izquierda internacional y la izquierda nacional se encuentran y generan una idea de unidad obrero estudiantil que es el Cordobazo. De esa experiencia surge la peronización de la Universidad de los últimos años de la dictadura que culmina en 1973 y el modelo de Universidad nacional y popular de los años 1973 y 1974.
En esa bifurcación entra en disputa, por ejemplo, el concepto de autonomía. Para los reformistas radicales, la autonomía es un concepto mucho más fuerte que para la Universidad nacional y popular, porque la autonomía tenía que ver con la autonomía del Gobierno nacional, cualquiera fuera éste, así fuera el de la dictadura de 1955 o el de Cámpora y Perón en 1973. Pero resulta que si el Gobierno expresa un proyecto antinacional es una cosa y si expresa el proyecto nacional es otra. Mantener la autonomía de un gobierno que expresa el proyecto nacional y popular es mantenerse al margen de éste.
Algo similar sucede con el concepto de extensión. Su sola nominación habla de una idea de ajenidad entre la Universidad y el pueblo. Es decir, la Universidad se tiene que extender hacia el pueblo porque es una cosa distinta de él. Si a la Universidad se la imagina como parte del pueblo que la está financiando, como una institución del poder popular, la Universidad tiene que generar mecanismos de inclusión social, de agrandar su contacto con el pueblo pero no “extenderse” hacia un lugar distinto.
También hay una idea distinta del concepto de excelencia del conocimiento. La concepción liberal genera una contradicción entre la excelencia y la masividad, porque interpreta la excelencia desde una concepción elitista, vanguardista, del pensamiento y de la ciencia. Para nosotros, en cambio, no hay contradicción entre la excelencia y la masividad. Si no hay masividad no hay excelencia, porque el saber colectivo es mucho más importante para la emancipación de un pueblo, para su descolonización, que el saber de elite, que el saber de vanguardia. Éste último vincula la idea del adelanto científico con aquel que es fijado por las elites de poder. El profesor Carnese lo asoció en un momento con el “desarrollismo”. Yo siempre renegué de la idea implantada por el desarrollismo de “países en vías de desarrollo”. Consentir ese concepto, sostenido por Walt Rostow, es pensar que si un país dependiente cumple con determinadas etapas se va acercando cada vez más a las posibilidades de los países desarrollados, de los grandes centros de poder. El subdesarrollo sería así una etapa a cumplir hacia el objetivo del desarrollo. Profeso otra idea, otra doctrina, pienso, con Gunnar Myrdal, que el subdesarrollo es el precio que los centros de poder le hacen pagar a determinados países para financiar el desarrollo de aquellos. Lo que tenemos que hacer, a mi criterio, no es cumplir etapas para llegar “hacia”, sino romper las estructuras de la dependencia para abrir otra relación de poder entre subdesarrollo y desarrollo.
La Reforma Universitaria propicia también la elección de los claustros. Pero ¿qué es un claustro, sino un compartimiento cerrado y aislado? Se trata, en fin, de otra concepción vanguardista. No es que yo niegue el pensamiento de lo universal, sino que debemos abordarlo desde nuestra propia situación, en medio de una realidad y un tiempo histórico determinados, desde nuestro propio paisaje histórico y nuestra particular sociología.
¿Cómo honrar hoy a la Reforma Universitaria, no en el sentido de una institución en sí misma, sino como compromiso con la Universidad nacional y popular? En el primer caso, basta con el modelo que expresan los radicales, una institución enclaustrada en sí misma, son las universidades elefante, enciclopedistas, liberales. Si la asociamos con el concepto de universidad nacional y popular, la expresan las nuevas universidades que –en términos de conocimiento y de ingreso- van a formar nuevas clases medias, pero que tenemos que aspirar a que no repitan el pensamiento aburguesado, individualista, desagradecido, de las clases medias formadas por las universidades liberales, sino que sean agradecidas respecto de su origen, de las políticas públicas que les permitieron el acceso a la Universidad y al pueblo que las financió.
En este momento estoy dando clases en cinco Facultades, pero mi facultad de origen es la de Derecho en La Plata. Es una tristeza ver el perfil de profesional que forman las facultades de Derecho de las universidades tradicionales. Uno en general acude a la facultad de Derecho persiguiendo un ideal de Justicia, el Derecho nos debería elevar hacia allí, y por el contrario nos hace descender a la condición de abogados tribunalistas. La enseñanza dice que la labor del juez es llegar a la verdad. Pero, ¿qué tiene que hacer el abogado para lograr que un juez determine que un automóvil circulaba a 40 kilómetros de velocidad? Una de las partes tiene que decir que iba a 80 y la otra decir que estaba parado. Entonces, el juez promedia dos mentiras y trata de llegar a la verdad. Con ese perfil se forman los abogados actualmente, con el perfil que después pone preso a Lula sin pruebas o que cuando tiene fallar sobre una familia humilde que no puede pagar su tarifa de luz, da la razón a la letra chica de un contrato leonino cuyas cláusulas fueron redactadas por los propias empresas monopólicas. ¿Es ese el sentido profundo de la Justicia? Cuando se imparte la formación del Estado se invoca el fin de la Edad Media, tomando en cuenta una segmentación de la historia que sólo remite a los acontecimientos de Europa, y a ninguna otra de las culturas preexistentes, ya sean orientales, hindúes, africanas o precolombinas. Es decir, la Universidad tradicional es heredera de toda una matriz de pensamiento colonizado que nos hace analizar la historia y por lo tanto la realidad, desde una perspectiva que no tiene que ver con nosotros. No estoy diciendo que hay que negar el pensamiento universal, sino de no construir nuestra narrativa de la conquista sólo desde el conquistador español que gritó “Tierra”, sino también desde el nativo que seguramente exclamó: “¡Carabelas!”.
La única Facultad de Derecho creada en el conurbano durante los últimos años es la de la Universidad de Avellaneda, porque tiene un programa de estudios absolutamente comprometido con la realidad social y productiva local. Expresa, en consecuencia, lo más genuino del espíritu verdadero, profundo, de la Reforma Universitaria, que no está asociado a la Universidad liberal de clase media sino a la Universidad obrera, nacional y popular.
1 Francisco Raúl Carnese, decano de la Facultad de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional de La Plata entre los años 1973 y 1974.