En las últimas semanas se han producido distintos hechos políticos que, a primera vista, podrían interpretarse como inconexos, pero que a mi juicio forman parte de un mismo universo conceptual. No quiero decir que hayan sido planificados en una suerte de "mesa directiva", pero sí responden a un conjunto de valores que delinean una concepción del Estado, de la política y del modo de vida de una sociedad. Un modelo que ya nos gobernó bajo distintos ropajes durante muchas décadas, y al cual es un imperativo no regresar.

El domingo 14 de abril regresé a mi casa a eso de las ocho y media de la noche, todavía conmovido por la potencia de esas largas jornadas en solidaridad con los damnificados por las inundaciones de La Plata. Y, especialmente, por la concentración final, que encontró al Estado junto a la sociedad, vinculados por esa polea de transmisión tan necesaria –y a la vez tan vilipendiada por la oligarquía– que es la militancia. Esta vez con un valor agregado: el encuentro entre jóvenes dedicados a la política con jóvenes soldados del Ejército Argentino, una asignatura pendiente largamente demorada como consecuencia de todo lo que nos pasó.