El kirchnerismo ayudó a cambiar el universo de muchas y muchos argentinos, pero cuando cambia el universo, los marcos interpretativos de ese nuevo universo que ayudamos a construir, ya no son los mismos. La composición social se ha modificado junto a las sensibilidades colectivas y el modo de recepcionar el mundo.  

Por Carlos Raimundi*

(para La Tecl@ Eñe)

En plena campaña presidencial manifesté más de una vez que el armado electoral del macrismo había sido concebido para ocupar un lugar testimonial en la elección; para colocarse, eventualmente, en una posición expectante para un comicio futuro. Pero que no buscaba ganar efectivamente. Y me basé en que no podía expresar al país federal, al país profundo, al país de los humildes –que siguen siendo muchos- un espacio cuyo único galón era su gestión en la Ciudad de Buenos Aires. El macrismo había integrado su fórmula nacional con el jefe y la primera vicejefa del gobierno de la ciudad. Y propuso a su segunda vicejefa de gobierno local, sin ningún recorrido en la vasta Provincia de Buenos Aires, para gobernar a ésta última.

 

Cometí el error de pensar -desde una lógica tradicional- que una cosa es que el o la votante tenga aspiraciones de mejorar socialmente, y otra cosa muy distinta es que prefiera identificarse con un grupo de referencia que le es muy ajeno en su realidad cotidiana, antes que con su propio grupo de pertenencia, aun cuando en él se hubieran operado muchos cambios.

Los últimos años de la vida político-electoral de América del Sur nos muestran signos de identificación, en los cuales yo decidí apoyarme. Brasil eligió Presidente a un obrero metalúrgico; Chile, tal vez la sociedad más conservadora y religiosa, eligió a una mujer agnóstica y divorciada; Bolivia a un indígena; y Uruguay a Mujica, precisamente por su lenguaje llano y su forma de vida muy parecida a la gente más común de su país.

No reniego de los cambios, y estoy imbuido de los postulados políticos más actualizados. Eso, más el ejercicio de la docencia y el ser padre de tres adolescentes, me lleva a estar interpelado permanentemente por nuevas costumbres, valores, estéticas y lenguajes. En este marco, mi profunda creencia en el ascenso social me obliga a estar abierto al cambio de actitudes que ello genera. Pero no hasta el punto de que, luego de estos doce años de batalla política, económica e intelectual contra el sentido común impuesto por el bloque dominante, se aceptara tan mansamente, tan libre de condicionamientos, la subordinación a los modos de la metrópolis por parte de quienes fueron sus víctimas permanentes de la propia etapa colonial.

Indudablemente, que en 12 años un porcentaje importante de la población argentina haya pasado –y ‘regresado’ en muchos casos- de la extrema pobreza a un estatus social superior, no sólo constituye un hecho de justicia, sino también una suerte de reenclasamiento social. La composición social se ha modificado, y con ello las sensibilidades colectivas, el modo de recepcionar el mundo.  

Nuestros sectores sociales no son hoy los mismos que aquellos que cortaban las rutas. Durante la gestión kirchnerista lograron tener un trabajo, un nivel de consumo, y contaron con mejores herramientas de desarrollo humano en la educación, la salud, la comunicación y el trasporte. Todo lo cual ha diversificado las fuentes de información y construcción de opinión pública, más allá de las formas tradicionales. Según sostiene Álvaro García Linera, pasada la etapa insurreccional del reclamo, sigue inevitablemente un reflujo social, lo que debilita el horizonte de construcción colectiva y deja espacio para un mayor individualismo, para una percepción más codiciosa de lo deseado, lo necesario y lo común. Las anteriores convocatorias convertidas en capital electoral en elecciones anteriores, ya desde 2013 no fueron suficientes para producir el mismo efecto. Surgieron otros intereses, que se mueven detrás de otras referencias y referentes.

 

Como gobierno transformador, el kirchnerismo ayudó a cambiar el universo de muchas y muchos argentinos, pero cuando cambia el universo, los marcos interpretativos de ese nuevo universo que ayudamos a construir, ya no son los mismos. Pese a nuestro enojo, enojarse con ese votante de Macri que tal vez antes votara al Frente para la Victoria, nos demandaría una energía que prefiero dedicar a trabajar a fondo sobre ese nuevo fenómeno. Y este es uno de los sentidos que debe orientar la construcción del frente ciudadano propuesto por Cristina.

Buenos Aires, 24 de abril de 2016

*Secretario General de Solidaridad e Igualdad (SÍ)