Podríamos ingresar a la valoración de esta etapa histórica por el canal de acceso de los derechos conquistados, reconquistados, ampliados. Y no es menor, desde luego.

Pero también podemos ingresar desde el corte histórico realizado por Néstor Kirchner desde 2003, y es el que se refiere a haber dado luz a un hecho que por su naturaleza necesitaba seguir oculto: la relación entre política y poder real.

El poder real siempre hizo creer al Pueblo que quien gobernaba era la política. ¿Para qué? Para que ante los fracasos y las crisis sociales provocadas por ese mismo poder, el Pueblo se enfrentara, rechazara y odiara a la política, y no a quienes verdaderamente le dictaban a una política sometida, lo que tenía que hacer.

Néstor Kirchner echó luz a ese proceso, lo puso en evidencia.

Ahora bien, ¿quiénes se sientan a la mesa del poder? La embajada de los EE.UU., los grupos financieros, las exportadoras, los monopolios, las cadenas mediáticas, por ejemplo. La única silla que tiene el Pueblo para acceder a esa mesa es la de la política, a través del Estado. Por eso tenemos que defender al Estado.

Un gran problema es que nuestros Estados latinoamericanos han estado colonizados durante muchas décadas –podríamos también decir siglos- de dominación y saqueo. Cada oficina pública expresaba el interés de un grupo privado, no el interés del Pueblo.

Y además, paradójicamente, como resultado de otra colonización fundamental que es la colonización intelectual, impusieron la noción dominante de que lo que abusa de los derechos del Pueblo y afecta las libertades es precisamente el Estado. Esto es herencia de la tradición liberal eurocéntrica del siglo XVIII y de la Constitución liberal de los EE.UU. Según estas tradiciones, cuando surgen los gobiernos basados en el voto general en remplazo de las monarquías absolutas, había que crear instituciones de “freno y contrapeso” que neutralizaran los posibles abusos de poder de los nuevos Estados populares, para no reiterar los riesgos de abuso de poder de las antiguas monarquías. Sin embargo, el capitalismo evolucionó de tal manera que lo que creció fue el poder financiero, no el poder de los Estados. Es ese poder financiero –como lo está demostrando actualmente la situación de Grecia- lo que detiene a los Pueblos, y no el Estado. Es nuestro deber continuar con esta descolonización cultural.

Por otra parte, y contrariamente a lo que la cultura dominante pretende imponer- durante la mayor parte del tiempo nuestros Estados han estado al servicio de los ricos, no de los pobres. Basten los ejemplos de la evasión fiscal, las cuentas secretas en el exterior, la fuga de divisas, el endeudamiento, la socialización de la deuda privada, los ajustes, la complacencia con los grandes monopolios. Todo producto de políticas estatales, amparadas, por ejemplo, nada menos que por el terrorismo “de Estado”. Por lo tanto, lo que en estos doce años se ha iniciado es una reparación histórica.

Otro hecho que no es ingenuo es que los ataques mediáticos del poder dominante siempre van dirigidos a la política y al Estado, nunca al poder económico.

Contar con un espacio público digno es una fuente de igualación social, porque el Estado provee a los más humildes de aquello a lo que los sectores más acomodados ya acceden por sus propias posibilidades. Además, salvo el ir a una plaza o a un recital organizado por un gobierno local, el Pueblo recurre al Estado cuando tiene un derecho, una necesidad o un dolor. Por eso tenemos la obligación de construir un Estado al que el Pueblo perciba como su amigo, que no lo destrate.

Ahora bien, si la conducción política no enaltece y valora a los funcionarios y servidores públicos, tampoco lo harán las ciudadanas y ciudadanos. ¿Y cómo se hace? Con un Estado muy capacitado, muy entrenado, con mucha conciencia de su función y muy jerarquizado salarialmente y en cuanto a sus condiciones de trabajo. De modo de que esté, además, en condiciones de discutir de igual a igual con los mejores cuadros del poder económico privado.

Por todas estas razones, y otras que seguramente hayan quedado en el tintero, les agradezco el haberme escuchado durante estos minutos.-


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