EL CAMINO A RECORRER ES LARGO. LARGO Y ANCHO, NO LARGO Y ANGOSTO

1. CRISIS DE LEGITIMIDAD: ¿UN COMICIO RESUELVE POR SÍ SOLO UN PROCESO HISTÓRICO

La pérdida de credibilidad de la política, debido a la estafa sistemática de los compromisos asumidos con la ciudadanía, el incumplimiento de los mandatos recibidos, la corrupción, el doble discurso y la doble moral, la autodefensa corporativa, sitúan a la Argentina ante una profunda y grave crisis de legitimidad política.

Nuestra historia reciente se caracteriza por la deslegitimación irreversible del actual sistema de partidos. Más aún, dado que la falta de representatividad se extiende a muchos otros ámbitos, este concepto impregna al funcionamiento del sistema institucional en general.
Por lo tanto, un desafío central es reconquistar la legitimidad de un sistema político caracterizado por una división de poderes que no funciona, un sistema electoral con niveles crecientes de abstención, etc. En suma, un sistema en el que nadie cree.

Aún quienes votan, no creen. No se trata de una batalla entre los que creen -que serían los que votan- y los que no creen -encarnados por quienes no votan-. Se trata de un sistema donde cada quien expresa su incredulidad de diferente modo (no votando, votando con bronca, con desgano, con indiferencia, con desinformación, con desilusión), pero nadie cree. Se cumple con la formalidad del voto sin esperar nada de él.
Se repite que la democracia (¿?) instaurada en 1983 tiene “deudas pendientes”. Pero si tomamos algunos indicadores-clave como la pobreza, la desocupación o el endeudamiento, vemos que no sólo el sistema político no los resolvió (lo que confirmaría que están “pendientes” de resolución), sino que los agravó dramáticamente. En mi opinión, en la Argentina -y en América Latina en general- no hay Democracia. Estamos, sí, en presencia de gobiernos elegidos en comicios en principio no fraudulentos, pero en los que el pueblo no decide por cuanto está ausente un elemento inherente a la Democracia cual es la libertad de conciencia a la hora de votar.

Otro dato importante es la caída del sistema pluripartidista para dar paso a un modelo de partido dominante o hegemónico al estilo del PRI mexicano. Los contundentes fracasos de las administraciones no-justicialistas de Alfonsín y la Alianza, terminaron por situar al PJ no ya como partido de gobierno sino de Estado: visualizado como la única opción que no lleva al colapso, la competencia por la alternancia se desplaza a su propio frente interno, y lo induce a ejercer al mismo tiempo conductas de oficialismo y oposición, lo que lesiona claramente el concepto de República.

El rumbo de la historia puede estar signado por procesos que van configurando nuevos escenarios, o por sucesos que crean acontecimiento histórico (cambios de etapa, aparición de espacios nuevos). Un comicio por sí solo no es lo que determina un proceso ni crea acontecimiento histórico. El 17 de octubre no fue un comicio sino una irrupción social, tampoco lo fueron la caída del muro ni los atentados del 11-S. Son hechos de esta envergadura los que, más allá de su formato, delinean el curso de la historia.

Dicho esto, mi primera conclusión es que la cuestión política central en la Argentina no es quién gana una elección, sino cómo devolver legitimidad (no sólo política sino social, vía contrato distributivo) al sistema político e institucional en general. Es en este plano, y no en aquel, donde el ARI encuentra su justificación histórica. Es en el marco de resolución del problema central que se obtendrán resultados electorales como confirmación del éxito en nuestra batalla cultural. Por eso no valdría la euforia por un mero resultado electoral, como asimismo no vale la depresión por un resultado peor que el esperado. A lo que sí debe inducirnos es a reflexionar.

2. REPÚBLICA VS. POPULISMO

No en vano, un agudo cientista político profundamente democrático como Ernesto Laclau llega a justificar los populismos en América Latina, frente a la impotencia demostrada por la democracia republicana. Si bien reconoce que el populismo “no tiene un contenido específico”, lo define como “un modo de construir lo político mediante la articulación de demandas dispersas. Mediante su identificación con el líder, las masas buscan lanzarse a la arena histórica, evitando dejar al sistema político en manos de élites que reemplazan la voluntad popular.”

Laclau no puede sustraer de su análisis la experiencia argentina, donde “una enorme expansión horizontal de la protesta social tropezó con la escasísima capacidad del sistema para absorber esas demandas en un marco institucional estable. En línea con ello, la función de un político actualizado no es sólo expresar los intereses constituidos, sino ayudar a la constitución de esos otros intereses que han estado marginados.” “Lejos de constituir un obstáculo para la democracia, el populismo la garantiza en tanto evita que se reduzca a un plano meramente tecnocrático o administrativo. En definitiva, la tensión entre la protesta social y su integración en las instituciones es exactamente lo que llamamos democracia”, concluye Laclau.

3. POPULISMO AGRAVADO = FASCISMO EN CIERNES

Nos guste o no, esta justificación científica del populismo -o de lo que se denomina “democracia plebiscitaria”- está fundamentada. En cambio, los actores políticos que la encarnan en la Argentina bajo la excusa de contar con legitimidad electoral para avasallar las instituciones, no lo hacen pensando en el protagonismo de las masas ni en la tensión de las nuevas demandas sociales, sino en cómo concentrar el poder y perpetuarse en

Sostener los controles institucionales y sociales de la República les suena a ingenuidad, mientras que el ejercicio concreto del poder requiere un gran pragmatismo, aunque esto termine identificando al poder con la impunidad.

Como ejemplo, cito las conclusiones de las “Jornadas de Actualización e Innovaciones en la Gestión Contractual del gobierno de la Provincia de Buenos Aires”, que proponen la virtual eliminación de los controles previos al acto administrativo, con el objeto de reducir el gasto, simplificar la gestión y evitar los riesgos causados por el alargamiento de los plazos: “el control burocratiza e interfiere la gestión tornándola ineficaz y antieconómica”.

La República es para mí, en cambio, uno de los legados de la modernidad que la actual crisis de civilización con su correlativa ruptura de paradigmas, no ha logrado aún derribar en cuanto a su diseño institucional. La República tal como la conocemos, y a la que Elisa Carrió sintetiza como la conjunción entre “1. derechos inalienables de las minorías que son anteriores a la regla de las mayorías; 2. regla de las mayorías y 3. sistema jurídico independiente de la regla de las mayorías”, no es una construcción lógica cuestionable desde el punto de vista de su ingeniería. Aún con sus lagunas e imperfecciones, no está escrita la fórmula de legitimidad capaz de sustituirla; no se trata pues, de un problema de “ingeniería”, sino de contenido moral, de voluntad intrínseca de cumplimiento por parte de sus actores.

Por estas razones, una de las discusiones más profundas a las que asistimos no es precisamente la que enfrenta al oficialismo con la oposición, mucho menos a un partido político con otro. Se trata de discernir nuestro paradigma de autoridad política y legitimidad institucional entre este populismo agravado por prácticas autoritarias (la “democracia plebiscitaria” que en este caso representa Kirchner) y la República. Pero para que la República reconquiste legitimidad tiene que demostrar eficacia. La eficacia no implica por sí misma legitimidad, pero tampoco puede pedirse a la ciudadanía que acepte como legítimo un sistema que le ha deparado niveles tan altos de ineficacia. Llevar más allá del plano teórico -dado por el contrato moral, distributivo e institucional- la demostración de la eficacia de la República por sobre el populismo autoritario que avasalla las instituciones (fascismo, tal como Carrió lo explica) es quizás, uno de nuestros desafíos más complejos y acuciantes. No es sencillo, pero estoy seguro de que exige comenzar con prácticas morales, distributivas e institucionales en los campos más próximos de nuestra conducta cotidiana, llámese nuestro comportamiento personal como partidario.

En este contexto histórico e institucional, acaba de materializarse en nuestro país un proceso electoral que arroja como resultado el apoyo masivo a la gestión del presidente Kirchner. Si bien no alcanzó la mayoría absoluta, la fragmentación de la oposición y su imposibilidad cierta de aglutinarse en el corto plazo, convierten al 40 % obtenido por el oficialismo en el territorio nacional, en el núcleo político predominante, sin que se vislumbre la construcción de una alternativa de gobierno en lo inmediato.

Se premió a un presidente astuto a la hora de captar el humor social y seducirlo políticamente a través de un discurso esperanzador capaz de interpretar, más que una percepción de que se vive mejor en lo concreto, la sensación de que se está superando lo peor de la crisis, de que el país ha dejado de estar sentado sobre el cráter de un volcán en erupción.

Tanto es así que en los distritos donde el oficialismo perdió, lo hizo a expensas de candidatos -sea un radical, un socialista o un empresario de centro-derecha- que no buscaron polarizar con el presidente.
Se trató de un resultado electoral arrollador que parece haber sepultado al aparato político hasta ese momento más poderoso de la Argentina, como lo era el duhaldismo de la provincia de Buenos Aires. Una vez más, el PJ se alinea detrás de quien ejerce la jefatura del Estado, en otra muestra de que estamos ante una construcción de matriz carismática que privilegia el poder y no la ideológica del proyecto.

3. LA CAPACIDAD HEGEMÓNICA DE “CONNOTAR”

Otro signo de la hegemonía cultural, política y mediática que detenta la coalición oficial es el efecto “connotación” con el que el gobierno logró teñir la campaña, y al ARI en particular, durante las horas previas a la veda electoral. Cuando el candidato del gobierno en Capital Federal, Rafael Bielsa, tildó al ARI como fuerza de derecha, aunque esto no calara hondo en la convicción de nadie, fue utilizado mediáticamente para influir sobre cierto “inconsciente colectivo”.

Gracias a su manejo hegemónico del poder, el gobierno intentó usar la incorporación de Enrique Olivera para diluir la connotación progresista del ARI, que cuenta con presencias tan fuertes como la de Elsa Quiroz -una ex presa política de la dictadura- o de Marta Maffei -una dirigente social insospechada-. Sin embargo, el empleo inescrupuloso de las peores prácticas y la cooptación de los peores exponentes del clientelismo, no lograron sacar a la esposa del presidente del lugar simbólico de la “nueva política”.

4. CATEGORÍAS CLÁSICAS Y MANIPULACIÓN

Ya con anterioridad al comicio, el eje del poder político-mediático había tratado de minimizar el posicionamiento público del ARI -en especial en la Provincia de Buenos Aires- para perjudicar su desempeño en las urnas. La exaltación de candidatos radicales o socialistas de peso electoral inexistente o la predeterminación de López Murphy como la principal oposición son muestras acabadas de esa manipulación.
Pasada la elección, el armazón intelectual que el gobierno pretende montar es tan evidente como primitivo: ocupar el centro-izquierda, escoger deliberadamente al centro-derecha expresado por Sobisch y Macri como su oposición favorita y, por las dudas, instalar al eje Binner-Sabatella como opción progresista, confiriéndoles una entidad y densidad de proyecto infinitamente superiores a la que tienen en realidad.
Esto relegaría al ARI al sin-lugar. Con un discurso que, desde los encasillamientos ideológicos clásicos, nos explica cuál es el lugar del gobierno, quién está a su derecha y a su izquierda, la pregunta que surge naturalmente es: ¿qué es el ARI, dónde se ubica? Paradójicamente, se trata de una interpelación a la identidad del único partido que no se cansa de dar definiciones categóricas en cuanto a su esencia, así como de poner temas en la agenda política: la cuestión moral, más allá de la noción de “contrato moral”; la universalidad de las políticas sociales; la cuestión educativa; la “agenda de la paz”, que señala a la violencia de la palabra, la violencia doméstica y la desigualdad distributiva como factores principales de la inseguridad; la crisis del sistema previsional; la defensa de los recursos naturales.

Pero volvamos al no-lugar. No estar encasillados en una etapa como la presente, ¿es una debilidad o una fortaleza? Sigamos analizando la cuestión de las izquierdas y las derechas.

Las categorías de izquierda y derecha pueden ser abordadas desde planos muy diferentes. Uno es el filosófico, que discurre sobre la concepción misma de la persona, su relación con la economía, con el Estado, las razones de su ubicación en la escala social, el origen de la riqueza, la acumulación del excedente económico y la pobreza sobreviniente, la significación de valores como el individualismo y la solidaridad. Para Norberto Bobbio, la izquierda moderna tiene, esencialmente, el deber de ser mucho más sensible a reducir el peso de las desigualdades sociales. Desde esta perspectiva, las diferencias entre quienes profesan el conservadurismo (no me refiero aquí al liberalismo político de pensadores como Jeremy Bentham o John Stuart Mill, a quienes valoramos) y el socialismo son profundas y no caben dudas de nuestra identificación con esta última doctrina.

Otro plano es el histórico, el de las luchas populares por la liberación de los pueblos y la igualdad social. Aquí tampoco caben dudas.

Un tercer plano corresponde a las últimas experiencias de la política mundial y regional. Un tema crucial como la invasión estadounidense a Irak, su inmoralidad intrínseca y su antijuridicidad, puso a un gobernante laborista junto con la derecha española entre sus aliados, y unió en su contra al presidente de Francia, de derecha, con el canciller socialdemócrata alemán. En nombre del socialismo, el presidente de Chile Ricardo Lagos firmó un tratado bilateral con los Estados Unidos que no sólo libera el comercio, sino que concede en materia de ingreso de capitales, compras de gobierno, propiedad intelectual, entre otras materias. En nombre de la izquierda, el gobierno de Lula ubicó a sendos representantes del Fondo Monetario y la banca transnacional al frente de su Ministerio de Hacienda y del Banco Central, y entregó más tarde la bandera histórica de la decencia. ¿Para qué necesita derechas nuestra región, si son los propios gobiernos de izquierda los que llevan adelante sus políticas?

Finalmente, sólo resta mencionar el plano de las agrupaciones de izquierda en la Argentina, sobre cuyas claudicaciones ya me he referido en otros documentos.

5. LOS PLAZOS DE UNA LEGITIMIDAD VACÍA DE CONTENIDO

Es este espacio vacío de la izquierda el que el presidente pretende llenar. Ahora bien, ¿cuánto tiempo puede sostenerse en un auto-adjudicado espacio de centro-izquierda un gobierno que cristaliza nuestra condición de país-factoría, así como el patrón distributivo de los 90, agravado por la maxi-devaluación, con la sola diferencia de que ahora la acumulación de ganancias extraordinarias se concentra en los beneficiarios del 3 a 1 en lugar del 1 a 1? ¿Cuánto puede seguir adjudicándose la cualidad de centro-izquierda un gobierno que pacta su estrategia comunicacional con grupos como Moneta, Hadad, Manzano-Vila o De Narváez?

La manipulación de la pobreza, la inversión de ingentes fondos en campaña para recuperarlos con creces desde el cargo, el tapar la basura durante la campaña para destaparla luego de la elección, y la bajeza moral de trasponer todo límite con tal de raspar algún voto de Carrió en Capital Federal demostrada durante las horas anteriores a la veda de modo de no dar tiempo a la respuesta, desmienten categóricamente que estemos ante una opción de centro-izquierda, y mucho menos de “nueva política”. Se agregaron, luego, las maniobras de Borocotó y Cromagnon, para confirmar el cinismo y la ruindad intelectual y moral de sus operadores. Esto, unido a las presiones a la prensa, el vaciamiento del Parlamento o el control de la Justicia (reforma del Consejo de la Magistratura), constituyen las prácticas fascistas que describe Elisa Carrió.

Mientras tanto, la agenda política argentina trasciende lo ideológico. Temas como la educación, el trabajo decente, la formación de capital humano, la especialización productiva y la diversificación de mercados, la reforma de la Justicia, el valor de la palabra, el respeto a la norma y la condena del delito, entre otros, no corresponden a una categoría ideológica predeterminada sino que atraviesan los diversos estratos y deberían ser materia de un renovado contrato social.

Es precisamente en este sentido que el no-lugar en términos convencionales es una fortaleza. No nos constriñe a una temática ni a un sector. Firmemente situados en la intransigencia de principios y valores, la no pre-adjudicación de una casilla ideológica nos proporciona la flexibilidad de convertirnos en una fuerza político-social capaz de articular la implementación de aquella agenda entre sectores y actores de nuestra sociedad de disímil procedencia, para pasar a ser un partido de mayorías.

A la inversa de los presidentes anteriores, que comenzaron con una gran legitimidad de origen y la fueron perdiendo a lo largo del ejercicio, Kirchner asumió con muy poca legitimidad y la ensanchó con el trascurrir de su mandato. Sin embargo, a partir del espaldarazo recibido en nombre de políticas populares (lo que lo fortalecería frente a los poderes fácticos), no habrá lugar para excusas en caso de que no las concrete. No poner en práctica las medidas distributivas por las que fue votado, seguramente hará que Kirchner vaya perdiendo justamente esa legitimidad que ganó durante estos primeros años de su presidencia.
Si bien el grueso de este trabajo fue escrito con anterioridad a los cambios de gabinete, éstos merecen un brevísimo comentario. La primera lectura indica una claro propósito de concentrar poder en la persona del presidente. Prefirió la fidelidad a la solvencia, el yoísmo a la mirada de estadista, el color de la lente por sobre la amplitud del campo de visión. En lenguaje vulgar, el presidente decidió formar su gabinete con los “pibes de la cuadra”.

Lo que agrava este cuadro es el nuevo espaldarazo a Julio De Vido, frente a la denuncia de corrupción que hizo pública, no ya el ARI en uno de sus informes, sino el propio ex ministro Lavagna. Y lo que recrudece esta gravedad es el profundo silencio de los medios y de otros actores como la Justicia, silencio propio de un medioambiente muy impregnado de prácticas neo-fascistas como lo sostiene Elisa Carrió.

El país sigue sin definir un proyecto de desarrollo ni asume el rediseño de su matriz energética, en tanto requisito central para toda estrategia de inversión productiva. Sin ello, peligra el ritmo de crecimiento en el que descansa el superávit, única base de su política.

Al distanciamiento con una parte importante del empresariado se suman los problemas de una política exterior que hace del conflicto su eje principal (con Uruguay por las papeleras, con Chile por el gas, con Brasil por las salvaguardias, con Cuba por la médica, con Italia por los bonos, con Francia por las empresas, con Gran Bretaña por Malvinas) y la confrontación con una nueva generación de obispos que formulan un reclamo razonable contra la pobreza presente que es contestado con la denuncia de hechos ocurridos tres décadas atrás.
Desde el sector empresarial, se muestran a favor de la nueva ministra la conducción de la Unión Industrial, esperanzada en la creación de un banco que le confiera crédito subsidiado, y los empresarios ligados a la obra pública. Desde lo social, Luis D´Elía y Hugo Moyano. Desde las relaciones exteriores, Hugo Chávez parece ser el principal aliado del presidente argentino. En fin, un trípode Chávez-de Mendiguren-D´Elía/Moyano que no parece un soporte suficiente para sostener el resultado electoral.

Reitero, una vez más, que de lo que se trata es de no caer en ninguna tentación, de seguir haciendo lo correcto, de seguir dando una fuerte batalla cultural mientras tanto la hipocresía del sistema político tradicional, su resquebrajamiento ideológico y su agotamiento moral, terminen de ponerse en evidencia.

Lo contrario sería tomar por el “atajo”: como estamos tardando mucho en llegar y necesitamos hacerlo más rápido, tomemos el atajo en lugar del camino correcto.

6. CÓMO DECIRLO

El ARI como partido, así como la conducta de Elisa Carrió, no ofrecen flancos de crítica en cuanto a su coherencia. Pertenecemos a una fuerza que merece respeto ciudadano, lo que, en medio de la presente crisis de legitimidad, es una plataforma muy alta de la cual partir. Tenemos además, reitero, la agenda política mejor elaborada.

El problema es pasar de la legitimidad moral a la viabilidad política y electoral, de la claridad de proyecto a la adhesión de las mayorías.

En este sentido, debemos reconocer que el fin de época que presagiábamos en 2001, cuando el ARI nació como partido, no se concretó con la celeridad y contundencia que suponíamos. Los cacerolazos, los cortes de ruta, los saqueos, las movilizaciones de ahorristas, las asambleas barriales, los grupos de trueque, los reclamos de candidaturas independientes, en fin, todas aquellas expresiones que preanunciaban una gran rebelión popular que concluyera con la política tradicional, terminaron siendo reabsorbidas por el poder. El proceso de deslegitimación y agotamiento del sistema político continuó, pero no se expresó en forma de suceso disruptivo capaz de crear por sí mismo un nuevo escenario, sino que fue reconducido por la transición que encarnaron algunos de los mismos dirigentes del sistema cuestionado.

Para que quede claro: hay ruptura, pero se expresa socialmente en término de un lento proceso histórico que marca una tendencia, pero que está demandando un tiempo de maduración más prolongado que lo que podíamos prever por aquellos días.

La confirmación que los gobiernos de Duhalde y Kirchner hicieron de muchos de los códigos tradicionales de la política constituye, a mi juicio, una seria contramarcha en el proceso de toma de conciencia de la sociedad. Somos una sociedad contestataria de la política y lo político tras las sucesivas violaciones del contrato electoral, financiero, tributario y previsional de las que la política es responsable principal. Una sociedad que clama por cambio, que trata de ir hacia el cambio, pero que no termina de hacer todo lo necesario para cambiar. Prefiere, en todo caso, volver a depositar en una parte de la dirigencia tradicional y no en su propio protagonismo, la salida del cataclismo. Para Elisa Carrió: “una sociedad que tiene que liberarse, pero para liberarse tiene primero que entender”.

Esta actitud mayoritaria de la sociedad es la que opino ha captado el presidente, lo que lo hizo acreedor a una nueva señal de apoyo electoral.

Aún así, lejos de que las razones que dieron lugar a la crisis estén en vías de superarse, creo firmemente que el deterioro y agotamiento del sistema de poder que gobernó a la Argentina durante las últimas décadas continúa. Y que el ARI, como fuerza disruptora, emergente de ese proceso, e impulsora de una nueva conciencia y cultura política encuentra en eso, precisamente en el desafío de esta nueva construcción política, su lugar y su identidad. El lugar de una fuerza política que asume que la matriz del problema más profundo de nuestra sociedad no es programática ni puramente ideológica, sino de valores.

Y es a partir de la recuperación de esos valores fundamentales -como la palabra, la verdad, la paz interior, el reconocimiento del otro, el respeto de la norma, el no uso, la opción por la pobreza, la igualdad, el sentimiento profundo de justicia como guía de nuestros actos personales y políticos, la educación, la política como ideal y compromiso y no como negocio, el poder como servicio y no como dominio, las buenas prácticas y las buenas razones- que la Argentina estará en condiciones de elaborar categorías ideológicas superadoras, y confeccionar programas políticos de consenso y cumplirlos.

Reafirmarse en principios y valores no significa soberbia, sino convicción. Y decisión de plantear con crudeza un diagnóstico y un rumbo de salida aún en momentos que no parecen los mejores en cuanto a la predisposición de la sociedad para escucharlos. Esa convicción es lo que nos mantiene vivos y creciendo más allá de los resultados electorales y a los atajos que se nos presentan tentadoramente en el camino.
Esto no tiene ninguna relación con cerrar el partido. Por el contrario, una vez internalizado el contrato moral interno de la fuerza (valga la repetición), florece un necesario proceso de apertura, desde la legitimidad profunda a la fuerza de mayorías.

Se crece desde la legitimidad social, no desde los acuerdos partidocráticos. En un caso el contrato moral, distributivo y republicano seguirá conduciendo nuestro crecimiento; en el segundo nos veríamos obligados a subordinarnos al sistema de alianzas que los medios interesadamente nos impongan.
Más temprano que tarde, los imperios caen. Con más razón en un tiempo de gran complejidad social que no admite disciplinamientos uniformadores prolongados. Ni los grandes aparatos capaces de inventar presidentes y abandonarlos, de concentrar ingentes recursos, de desestabilizar gobiernos, ni los oportunismos menores que actúan sólo por conveniencia, están en condiciones de perdurar. Sólo perduran las convicciones. “Del fondo del abismo, ahí nace lo que salva”, proponía Friederich Hölderlin, y Pablo Picasso decía: “En tiempo de profunda decadencia moral, lo principal es despertar el entusiasmo”.

7. EL CAMINO
Cuando desde el ARI se afirma: “el camino es la victoria” significa que los valores y las prácticas que sustenten nuestro andar hacia una fuerza de mayorías, determinarán el sentido y la modalidad de un eventual gobierno del ARI.

En cambio, si lo importante fuera llegar sin interesarnos cómo, si para alcanzar el objetivo debiésemos ceder identidad -”el fin justifica los medios”-, lo que llegaría no sería nuestra identidad sino otra.
El valor de cada persona, como principio y fin de la política y no como instrumento, tampoco debe subordinarse a objetivo alguno. Nuestro objetivo es, precisamente, el reconocimiento de la persona humana. No me refiero a priorizar personalismos, sino a que cuando la persona es tomada como mero instrumento, se degrada su condición de sujeto democrático.

Al oponernos a “la cristalización de un patrón de acumulación agravado por la maxi-devaluación”, no lo hacemos sólo en términos de política económica. Nos referimos, además, a la naturalización de un estándar de desocupación, pobreza, exclusión y marginalidad que, de dilatarse en el tiempo, terminaría por imposibilitar de manera irreversible la construcción de ese sujeto democrático.
La profundidad de nuestro argumento central es lo que hace largo el camino. Pero nosotros debemos tornarlo largo y ancho, no largo y angosto. Rastrear las vías de comunicación más apropiadas para llegar con nuestro mensaje a la mayor cantidad de sectores, teniendo en cuenta la complejidad que impone la fragmentación, las necesidades concretas de cada uno, y las múltiples posibilidades para que un mensaje sea bien recibido según las características de cada receptor.
Diseñar, en definitiva, una suerte de hermenéutica de la comunicación política, tanto interna como hacia fuera del Partido. El espacio social es potencialmente muy amplio, y ensanchable en la medida en que mejoremos nuestros lazos de conexión con él.

El proceso de apertura tiene que ser multidimensional, involucrando sectores sociales, formadores de opinión, movimientos sociales y agrupaciones políticas afines a nivel regional e internacional. Y poniendo especial atención en los jóvenes.

8. EL PARTIDO EN LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES
En cuanto al desarrollo partidario, el ARI sentó bases de unidad que intentaron superar la lógica de los alineamientos internos para la resolución de problemas. El consenso en la toma de decisiones como las reformas a la carta orgánica, la confección de las listas y la estrategia electoral, fue producto de discusiones al cabo de las cuales no todos estuvimos de acuerdo en un ciento por ciento, pero sí satisfechos de haber ejercitado debates francos y sin preconceptos.

Quienes venimos de prácticas anteriores -y aún cuando queda mucho por seguir haciendo- podemos dar fe sin falsa modestia de lo que hemos mejorado en cuanto a los estándares de honestidad intelectual de los debates internos. Los que no vienen de prácticas anteriores, han llegado a un partido que inspirado en el liderazgo de Elisa Carrió, ha intentado y seguirá intentando desterrar los vicios de la política tradicional. Una vez más, tratando de hacer lo correcto.

También fuimos tentados por los nunca ausentes cantos de sirena que auguran adhesiones a futuro pero sin comprometerse con la construcción del presente.
En suma, atravesamos un delicado proceso de organización institucional interna que nos permitió pasar de una fuerza magmática a fines de 2003, a un partido que cumple con todas las de la ley menos de dos años después y llega, de ese modo, al actual proceso de renovación de mandatos.

Aún coincidiendo en que nuestro desempeño electoral fue digno, el futuro entraña dificultades importantes a la hora de construir una fuerza de mayorías capaz de disputar el gobierno a nivel nacional, provincial y municipal.

Desde lo interno, nuestro primer objetivo debe ser mantener y ampliar un núcleo duro de conducción basado en un alto nivel de confianza política entre sus integrantes, y que al mismo tiempo despierte confiabilidad en el resto de los miembros del partido.

Esa confianza compartida debe ser capaz de trasponer las fronteras pre-existentes entre agrupaciones, teniendo en cuenta que la actual etapa no sólo no justifica a estas últimas, sino que las mismas podrían operar como un obstáculo para el crecimiento partidario.

Fortalecer un núcleo duro de conducción no significa conducir entre pocos. Por el contrario, hablamos de ampliarlo tanto como sea necesario para asegurar su representatividad. Lo que sí significa es constituir una clara referencia, respecto de la cual todos los integrantes del ARI provincial sientan que expresa en la orientación política general, en la propuesta organizativa y en las conductas cotidianas, los valores implícitos en el contrato moral.

A partir de allí escuchar e intercambiar con absolutamente todos los que hayan trabajado por el ARI en la Provincia de Buenos Aires. Con sus diferentes niveles de militancia, diferentes perfiles, actividades y disponibilidad, pero unidos por el hilo conductor del contrato moral y el ensanchamiento de las bases partidarias.
Y en el entendimiento de que formamos parte de un proceso cultural de nuestra sociedad, que es mucho más que estar sujetos a un mero calendario electoral.

Desde el mencionado núcleo duro de confianza, surgen líneas de trabajo que no pueden esperar.

En primer lugar, mantener viva la llama encendida en la mayoría de los distritos de la Provincia de Buenos Aires a partir de la campaña, más allá de haberse obtenido o no cargos electivos. Esto implicará, inclusive, asirnos a técnicas de fortalecimiento y orientación de los grupos conformados, para que no se reitere el languidecimiento que padecimos luego de la elección de 2003.

Es necesario darnos una política para desarrollar el interior de la Provincia, ya que el resultado electoral no posibilitará por sí mismo contar con la estructura y logística necesarias para garantizar ese desafío. En este sentido debe jugar un rol central la correcta orientación de los fondos y de todas las capacidades con que cuente el Partido.

Estructura. La elección provincial fue, en términos generales, homogénea. Pero eso no se tradujo, necesariamente, en una estructura homogénea. Jurisdicciones con algunos votos más que otras, no lograron, no obstante ello, mayor estructura. Otras, a la inversa, con algunos votos menos sí la obtuvieron, con motivo de los pisos que determina el perverso sistema electoral. Esa estructura debe, en honor al mismísimo contrato moral, ponerse a disposición de un necesario desarrollo lo más homogéneo posible del territorio provincial, previo consenso interno acerca de las prioridades estratégicas.

Formación. Otro punto crucial es la formación política integral, que exige jerarquizar el Foro de Concejales, la Escuela de Gobierno y el Instituto de Transparencia. Reitero, con especial atención en los jóvenes.

Financiamiento. Este tema merece un párrafo especial.
Aún cuando no se cuestiona este principio, las dificultades que nos trae el no-financiamiento empresarial del partido son planteadas con frecuencia, y todavía no hemos encontrado un camino único para resolverlas.
En lo que sí parece haber cierto consenso, una vez consolidado nuestro padrón de afiliados, es en establecer una cuota por cada uno de ellos. Su finalidad no será sólo mejorar los ingresos corrientes del partido, sino además acentuar el compromiso con el contrato moral interno.

De todos modos, aclaremos que esto no nos tornará más competitivos en materia de dinero, ya que jamás neutralizaría la escala de financiamiento ilegal de la política que combatimos y sobre la cual debemos seguir esclareciendo a los ciudadanos. La batalla contra las coimas y sobreprecios en los contratos de obra pública, los “sobres” a cambio de aprobar licencias de servicios, los canjes por el quórum para votar o no votar leyes u ordenanzas, conforman una masa de recursos espurios a la que no hay que tratar de equiparar por otras vías, aunque legales, sino que debe ser lisa y llanamente desterrada de la práctica política.

Todo esto planteado desde la seguridad de que un partido se hace grande si expresa un destino, un proyecto que genere esperanza, que enamore. Que se muestre, además, capaz de materializar ese proyecto en la práctica, que inspire capacidad de gestión. Y que no pierda de vista el cuidado de las personas que se sienten involucradas en él. Que se involucraron, precisamente, hastiadas del maltrato que les propina la sociedad en que vivimos, o de las experiencias partidarias anteriores en las que hayan militado.

Carlos Raimundi, diciembre de 2005

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