El IV Congreso del Futuro en Santiago de Chile


Hace treinta años, un artículo periodístico revelaba las expectativas sobre el futuro de un niño estadounidense y de un niño africano. El primero lo soñaba como la posibilidad de apretar un botón para obtener caramelos, helados y juguetes. Para el segundo, el futuro era tener una canilla de donde saliera agua potable.

Treinta años después, aquel niño estadounidense tiene la posibilidad de pulsar más botones mágicos de los que hubiera imaginado. El segundo, ya adulto, todavía no tiene agua potable.

 

Entre estas dos miradas de la realidad se debatió la IV versión del Congreso del Futuro desarrollado en Chile en enero pasado. Conferencistas como Steve Brown, el futurista de INTEL, o Jeremy Rifkin, ex asesor de Clinton, se encargaron de expresar la evolución tecnológica del mundo y sus posibilidades de futuro desde la mirada de aquel niño estadounidense. En cambio, exposiciones hechas desde la política por los socialistas chilenos como Isabel Allende o desde el pensador mapuche Pedro Cayuqueo y el economista Thomas Piketty, incorporaron la noción de igualdad, y plantearon los riesgos de dejar los avances tecnológicos bajo el control de los mercados. No obstante, tanto quienes profesan una fe idílica hacia la tecnología, como quienes viven marginados de ella, comparten un sentimiento de desencanto, insatisfacción e incerteza ante el futuro.

La manera en que el mundo ha encarado esta dicotomía demuestra que, tecnológicamente, la Humanidad tiene sobradas posibilidades de resolver las grandes carencias vigentes. Pero, políticamente, la brecha social entre quienes pueden disfrutar de esos adelantos y quienes no, se ha ensanchado. Y esto no es un problema de la naturaleza ni de la ciencia, sino un déficit proveniente de cómo la política ha administrado los recursos; de la distancia entre política y humanismo.

Desde luego que hay fuertes intereses comprometidos en ampliar esa grieta entre política y sociedad, de modo que sean las grandes corporaciones quienes impongan su modelo sesgado de organización social. Pero esto no puede eximir de responsabilidad a la propia política y a los dirigentes políticos por nuestras propias deficiencias.

El encargado del departamento de futuro de la firma de procesadores INTEL, Steve Brown, mostró en el Congreso del Futuro las bondades de la computación en la medicina de precisión, la agricultura, la seguridad, la impresión en tres dimensiones, entre otras muchas áreas. Pero, al mismo tiempo, omitió hablar de los riesgos de la inteligencia artificial aplicada al control social y la invasión de la privacidad y los dilemas bio-éticos que depara, por ejemplo, la manipulación del genoma humano.

La acumulación electrónica de información que ha dado en llamarse “big data”, tiene hoy la posibilidad de confeccionar algoritmos predictivos estructurados en mega-computadoras, capaces de determinar nuestros gustos, nuestros deseos y nuestro perfil de consumo, y está en condiciones de conocer todos y cada uno de nuestros movimientos, aún antes y mejor que nosotros mismos. Si la humanidad dejara este saber a merced del mercado, el Ser Humano se convertiría, definitivamente, en una mercancía a merced de los monopolios tecnológicos.

Jeremy Rifkin, por su parte, abundó en la utilización de nociones seductoras como ‘bajos costos’, ‘pequeños emprendedores’ o ‘prosumers’ (productores y consumidores a la vez). No obstante, el magnetismo de este tipo de conferencistas no nos debe apartar del debate sobre los contenidos que despliegan, por más que sean presentados en atractivos envoltorios.

 

Energía, nuevos minerales, tecnología de la innovación


En este cuarto capítulo del Congreso del Futuro, estuvo siempre presente la cuestión de la energía, los nuevos minerales, la tecnología en constante innovación.

En cuanto a la energía, actualmente, para llevar una caloría a la mesa de los consumidores hacen falta por lo menos diez. Sólo tres se consumen durante la fase de producción; las demás siete se gastan para la conservación, el embalaje y el trasporte. Un despropósito que nos impone pensar en una dimensión más humana de las ciudades, en un nuevo modelo de localización de la producción y el consumo, en una nueva relación entre la ruralidad y las grandes urbes. Hoy el mundo consume, en promedio, 722 gramos de carbono por cada dólar gastado. De persistir estas proporciones, en algunas décadas el calentamiento del planeta podría compararse con una persona obligada a vivir con 45 grados de temperatura corporal. Todo esto induce a la explotación de la mega-minería y la tecnología de los nuevos minerales, que necesita ingentes cantidades de agua y, paradójicamente, se despliega en las áreas más desérticas del planeta. Según el senador Guido Girardi, con cada tonelada de cobre fino que Chile exporta, exporta también 90 toneladas de agua, que equivalen a 10 kw de energía. Es decir, hoy son los desiertos de los países más pobres del planeta los que consumen y exportan los mayores volúmenes de agua, provocando la dilapidación irracional de este recurso escaso. Cuando, en verdad, al ser los desiertos las zonas más irradiadas de la Tierra, las inversiones deberían direccionarse hacia la construcción de grandes paneles solares. Una superficie de 21.000 hectáreas sembrada de paneles solares en pleno desierto de Atacama, podría afrontar el consumo de energía del mundo en un año.

La tecnología de la innovación también está expuesta a una ecuación sorprendente. Si comparamos los miles de años que ha llevado a la inteligencia biológica evolucionar desde los primeros bípedos hasta nuestras actuales capacidades, con el ritmo al cual avanza la inteligencia artificial (hoy día duplica cada 18 meses su capacidad de memoria), notaremos la incontrastable superioridad de ésta sobre aquella. Y a esto hay que sumar que la inteligencia humana ha desplegado, a través del capitalismo, una cultura competitiva por sobre la colaborativa, todo lo cual convierte a esta cuestión en todo un desafío no sólo intelectual, sino también ético para nuestro futuro más próximo.

 

Democratizar la comunicación


Estos temas jamás saldrán a la luz en su verdadera magnitud en tanto la propiedad de los medios de comunicación de masas mantenga sus actuales niveles de concentración oligopólica. La propaganda de las nuevas tecnologías responde a los cánones tradicionales de la oferta capitalista que busca crearnos incesantemente nuevas necesidades. Y eso tapa el debate público respecto de sus riesgos. De allí la necesidad de democratizar la comunicación de masas, creadora de tendencias, controlante del sentido y manipuladora del lenguaje. Esto, a tal punto, que la noción de crisis del capitalismo internacional deviene desde la caída de un fondo de inversión como Lehman Brother en 2008, y no del hambre que padecen casi mil millones de seres humanos.

La burbuja inmobiliaria que estallara en países como España y los EE.UU. y dejara en la calle a miles de familias, fue consecuencia de la falta de regulación estatal de los activos financieros derivados de los créditos otorgados. Una vez en bancarrota, las mismas firmas que habían renegado de la intervención pública son las que pedían a gritos ser salvadas por los bancos centrales, es decir, por fondos públicos. ¿De quién son esos fondos públicos? De la misma gente a la que los bancos privados habían dejado en la calle, sólo que las grandes cadenas de medios no propagan esta sencilla manera de explicar el proceso.

 

Conclusión: de la lógica cartesiana al pensamiento complejo, sociedades cerradas y verticales o abiertas y horizontales. Nuevas formas de propiedad


Para evitar los riesgos expuestos, el futuro no puede ser debatido desde los patrones de un pensamiento lineal y jerarquizado como el que rigió a la visión científica tradicional del siglo XX, sino desde la mirada inclusiva, colaborativa, asociativa y relacional propia de sociedades horizontales y participativas. Sociedades que construyan una visión empática y no meramente propietaria del conocimiento. Sociedades menos centralistas y verticales, sino abiertas a aceptar nuevos modelos de propiedad social por fuera del modelo de propiedad privada estrictamente liberal; nuevas formas de apropiación social a de la renta de los recursos naturales que hoy está concentrada en grandes conglomerados trasnacionales. Sociedades que, en definitiva, dejemos atrás la pura especialización de la ciencia positiva proveniente de la lógica cartesiana, para pasar a un pensamiento complejo, elaborado también desde las emociones, el arte y la filosofía. Sociedades capaces de construir un nuevo paradigma educativo fundado en la regeneratividad de la producción por sobre el mero eficientismo, y sustentado en valores como la solidaridad y la igualdad.

 

 

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